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EN
el cielo, la última luna llena del invierno alquila balcones
para un casamiento que se va a hacer, que se casan Sevilla y
la primavera con nupcial azahar y velaciones de cera de
tinieblas. En Las Delicias, los árboles del amor abren sus
rosáceas flores a los pies de los caballos de Simón Bolívar.
La primavera no llega con pies de plomo, sino con un galope
de bronce de campana que está deseandito repicar la mañana
de las palmas. Y hay una luz de capirote y torrijas, de
sillas de Quidiello y papeletas de sitio, de igualá y
cántaro, cuando me llama Pepe Andreu por el teletipo de los
crisantemos:
-Hoy hemos enterrado a Rafael el Poeta.
Y es como si la garra de bronce de la pata del paso de
Cristo de la Carretería me cogiera un pellizco en el alma.
Rafael el Poeta.
Para la gente de abajo, para la colla del muelle, Rafael el
Poeta no era Rafael Montesinos, ni Rafael Laffón, ni Rafael
Porlán, ni Rafael de León. No había ni hubo en Sevilla otro
Poeta que Rafael, el gran costalero de palio de la Puerta
Osario: Rafael Antonio Díaz Juárez. Puro nervio. Cintura. El
alma por la boca animando a su cuadrilla. No había
terciopelo de faldón ni plata de respiradero que no
traspasara el arte de su voz. Una noche, en las primeras
estaciones de la cofradía del Beso de Judas, lo vi en la
plaza de López Pintado salir de debajo del palio del Rocío,
sacar un papel y animado por su capataz Vicente Pérez Caro,
leer unos versos. Muy bien rematados. Lambreazos y media
verónica. Rafael, aficionado, tenía mucho de torero del
costal. Se liaba en la faja como en un capote de paseo. De
pasear palios por Sevilla. Aún estoy oyendo aquel remate de
sus versos:
Y aquí están tus costaleros,
¡los de la Puerta de Osario!
Puerta Osario. Taberna El Colmo. Cuadrilla de El Francés.
Arte de Angelillo. Cuanto heredó Vicente Pérez Caro. Y en
esa cuadrilla, la personalidad de Rafael el Poeta. Un
inmemorial del Reino de Sevilla. Lean el Elenco de Títulos
de Grandeza de la Trabajadera: El Balilla, El Corneta,
Oliva, El Pelón, El Rostro, Jiménez, Cerezo, Vargas, El
Cangrejo, Candi, El Pollero, Pingüino, Barroso, El Moreno,
El Figura, El Boli. Y El Poeta. Caballeros cubiertos por la
ropa de arpillera o de cobertor ante el Rey de Jeresulén que
baja del Salvador en una burra. Pequeños, nervudos,
flexibles, viejos costaleros de palio. Como seises del
sudor. Cruz palmada sobre los pies: venid ruiseñores a
escuchar cómo hacen cantar el tintineo de las bambalinas.
Conocí a Rafael el Poeta cuando iba con Paquito Quesada y
Adame y sacaba el palio de San Esteban. Allí, en la taberna
de Ramón, me desveló las voces de los costaleros, que recogí
en un serial de ABC donde hasta venía su foto, retratado por
El Nene Serrano, bajo la parihuela del paso de La Cena en la
iglesia de la Misericordia, ¿verdad, Jesús Creagh? Si miran
el libro donde luego reuní aquel vocabulario, verán a El
Poeta con una camisa a cuadros. Luego se colocó de cargador
en los camiones de Limpieza, para poder hacer cintura todo
el año pulseando espuertas de basura. Ya viejo y enfermo,
Pepe Andreu, cada Viernes Santo carretero, para darle vida,
lo llevaba de aguador en su cuadrilla de Cristo. Rafael se
ponía su traje Príncipe de Gales y evocaba sus mejores
tiempos. Aunque Pepe Andreu le pedía que no lo probara, lo
probaba. Y cuando me veía por la calle del Carbón, soltaba
el cántaro e íbamos a tomarnos un vaso, otro, en la taberna
de Casa de la Moneda. Cuánto arte, cuánta cintura, cuánta
Sevilla en sus palabras nerviosas. Ahora, en el cielo del
Francés, de Angelillo y de Vicente, El Poeta habrá salido
tras el faldón y habrá vuelto a decirle a la Virgen del
Rocío, antes de la definitiva levantá de un eterno Lunes
Santo:
Aquí está tu costalero,
¡el de la Puerta de Osario!-
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