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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Las cosas de Escuredo

Pista, que va el novelista. Antonio Hernández: prepárame un premio de la Crítica Andaluza para este señor...

-¿Pero existe una Crítica Andaluza?

-Tú prepárame un premio para este señor, apaga la luz y no digas ná en Arcos.

-Pues, venga, apunta, titi, vamos a dárselo con un acta que esté clarita y que se entienda... por los cojones: «El jurado valora que es una obra de estructura y lenguaje equilibrados, en la que prima el deseo de articular un encuentro directo de la ficción con el lector y que se inscribe en la tradición realista de la novelística andaluza, adecuando tiempos y espacios modernos a una preocupación intemporal y universal por las contradicciones, dudas y flaquezas del ser humano abocado a situaciones dramáticas». ¿Qué, cómo se te queda el cuerpo?

-¡Las cosas de Escuredo!

Porque el novelista es Rafael Escuredo. Los andaluces queremos volver a ser lo que fueron don Juan Valera y don Manuel Halcón. Enorme, titi. Yo me creía que Escuredo iba para Blas Infante y al final resulta que va a romper en Manolo Barrios.

Como a los ex presidentes americanos les da por jugar al golf, a Escuredo le ha dado por la narrativa. Ha publicado una novela que parece de la Princesa de Asturias sobre su Infantita: «Leonor, mon amour». El hogar del pensionista político andaluz está de lo más literario. Manuel Pimentel, aquel niño de COU al que el PP le daba matrícula por cómo le resolvía los problemas del paro, se ha metido a editor. Y cuando la gente lo ve por la calle le dice:

-Adiós, José Manuel Lara, que no quieres ná con nadie...

Escuredo se ha metido a novelista. Siempre le ha ido la ficción. Fue el único que hizo una huelga de hambre de ficción. Mientras estaba aparentemente canino en su despacho del Pabellón Real, le traían desde el Bar Alfonso unos bocadillos de jamón que temblaba el misterio. Con esa huelga de hambre de ficción hizo creernos a los andaluces la ficción de que éramos un pueblo, y no los habitantes de un territorio que estaban deseandito colocarse en la Junta y cobrar la subvención, que es una cosa muy distinta. Metido en la novela como Alonso Quijano en los libros de caballería, se le ocurrió luego la ficción de la reforma agraria. Como no sembraras algodón hasta en las macetas del balcón, te las expropiaba y se las daba a Paco Casero. Pero como llegó Clavero y mandó parar, Casero tuvo que hacerse ecologista, y dedicarse a cultivar lo que todo el mundo: subvenciones. Y Escuredo se metió a novelista. Menos mal que los experimentos los hace ya con gaseosa literaria, y firma novelas y no en el BOJA.

¡Las cosas de Escuredo!

Ha alcanzado ese envidiable estatus. En nuestra tierra, cuando a alguien se le deja por imposible, se le otorga la extraterritorialidad e impunidad de «las cosas de Fulano». Haga lo que haga Fulano, todo lo justifica esa frase: «¡Las cosas de Fulano!» Escuredo tiene ese rango. Escuredo iba a hacer la reforma agraria: ¡las cosas de Escuredo! Escuredo se hizo un chalé en Simón Verde: ¡las cosas de Escuredo! Escuredo dice ahora de ojana que sus correligionarios están rompiendo España: ¡las cosas de Escuredo! Escuredo escribe novelas: ¡las cosas de Escuredo! A Escuredo le dan el premio de la Crítica Andaluza: ¡las cosas de Escuredo!

Ojalá muy pronto, alcanzada la honrosa condición de ex presidente autonómico, a la brillante nómina de la narrativa española podamos añadir, junto a Escuredo y Leguina, el ilustre nombre del novelista Manuel Chaves. Vamos, que yo le daba ahora mismito el premio de la Crítica, sin mirar...



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