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Era
cuando la gente escribía cartas en lugar de correos
electrónicos, ¿te acuerdas? Recibíamos cartas manuscritas,
como anónimos amenazantes, con tufo a alcanfor devoto: «Esta
cadena de San Antonio la ha iniciado un padre misionero de
Colombia y debe continuar por mandato divino. Abajo
encontrarás una lista de personas. A la primera le debes
enviar una moneda de peseta pegada en un papel y metida en
un sobre. Luego, debes hacer siete copias de esta carta y
enviarla a siete amigos, y ponerte tú en cada una de ellas
el último en esa lista, y tachar al primero, al que ya le
has mandado la peseta. En pocas semanas te llegarán cientos
de cartas con monedas de peseta. Y si no lo haces, te caerán
las mayores desgracias. A Juan Maragall, de Barcelona, que
recibió la carta de la cadena pero no quiso seguirla, le
fueron muy mal los negocios, y ahora depende de un socio que
lo trae a mal traer. Mariano Rajoy, de Pontevedra, quiso
hacer las copias y le ordenó a su secretaria que las
enviara; pero la empleada se olvidó, no las hizo, y perdió
todo su poder. Por el contrario, José Luis Rodríguez
Zapatero, de León, hizo las siete copias, y le mandó la
peseta al que encabezaba la lista, y no le puede ir mejor el
negocio».
Tiene que haber ahora otra cadena de este tipo para hacerse
rico recibiendo no ya monedas de peseta, sino millones de
las televisiones. Es la Cadena de San Corazón, con los
trapos sucios de las sagas familiares en las cadenas
televisivas. No sé si iniciada por un padre misionero de
Colombia, pero me entusiasma la sincronización, perfección y
sobre todo, alta rentabilidad alcanzada por estas cadenas.
Suele empezar por un caso de malos tratos, una separación
matrimonial, la infidelidad con una tercera persona. Los
malos tratos son los que dan más juego. Va la mujer del
famoso de quinta e inicia la cadena, diciendo que hace
veinte años, cuando todavía estaba casada con él, le daba
tela de tragantadas. Un ojo morado bien administrado, con
algunos aludidos que entren por teléfono, da para media hora
de plató. Y le produce de momento los primeros tres millones
de pesetas a la maltratada. Cuyo relato es desmentido de pe
a pa a la semana siguiente por el tío de las tragantadas,
que dice en la tele de la competencia que nanai: que la
trataba como a una reina; que cuando se separaron le dejó
todo, y que salió de la casa con una mano atrás y otra
delante. Otra media horita de plató. Otros tres millones
para la buchaca. Que son cinco, con la tarifa ya elevada,
cuando a la semana siguiente la cadena continúa con el hijo
de ambos, que vive fuera, y que llega expresamente para
decir que ni el uno ni el otro: que los dos se pegaban
mutuamente cada bofetada que temblaba el misterio, y que él
se tuvo que ir de la casa porque aquello era la batalla del
Ebro con los ceniceros volando.
En este punto es conveniente que entre en danza, en una
tercera cadena de TV, un hijo natural, no reconocido. O
mejor hija. Que cobrará otros cinco millones de pesetas por
reclamar en el plató la prueba de paternidad. Lo que
permitirá a la semana siguiente que vuelva la esposa
maltratada, la primera, la legítima, que dirá que ella sabía
lo de la hija extramatrimonial. Y como se pone de parte de
ella para el ADN, tome usted: diez millones, y hasta la
semana que viene. Entra entonces en la cadena la actual
esposa del maltratador, que reconoce la paternidad, pero que
dice que es lo que se dice un caballero, cosa que niegan
doscientos SMS que salen en pantalla, previo pago de su
importe. ¿Creen que la cadena ha terminado aquí? De ninguna
forma. Bien administrada, puede estirarse toda una
temporada, con intervención de chóferes, porteros,
jardineros, primos, cuñados, administradores... Un lío
familiar bien llevado, con su Cadena de San Corazón, es hoy
en España el mejor negocio. No hay cortijo tan rentable como
el pisoteado honor de quienes trafican con el que no tienen.
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