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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Avenida no se cierra

Me encanta que peatonalicen la Avenida.

Siempre y cuando.

Siempre y cuando sea como siempre fue.

Me encanta que peatonalicen la Avenida en las vísperas del Domingo de Ramos, cuando llegan los camiones de las sillas, ponen las barandas con colgaduras de damasco, encauzan las calles con las verjas de control y paso en La Punta del Diamante, o en la esquina de La Adriática y del Arquillo.

Me encanta que peatonalicen la Avenida cuando va a pasar una procesión extraordinaria, centenario de hermandad, aniversario de coronación, la Majestad en Público del Sagrario, y tienes para ti todo el trecho que va del Banco España a la Torre de Abdelazis...

- ¿De Abde...qué?

De Abdelazis: el torreón de la muralla que unía al Alcázar con la Torre del Oro. La torrecita de la esquina de la calle Santo Tomás, donde Viajes Marsans, la única agencia de turismo del mundo que tiene detrás de su mostrador un trozo de muralla almohade. Me encanta que la gente pase y pasee por la torre de Abdelazis, y por los jardincillos de la Lonja, los jardines más tapados del mundo, años hace que tienen siempre delante un cajón de obras.

Me encanta que peatonalicen la Avenida cuando hay una manifestación, la protesta nuestra de cada día ante el SAS, porque es como si recobrara su antiguo nombre, el que le pusieron cuando la República: Avenida de la Libertad. (Mi padre tenía en su sastrería los sellos comerciales que había tenido que ir haciendo conforme le iban cambiando el nombre a la calle: Avenida del Gran Capitán, Avenida de la Libertad, Avenida de Queipo de Llano, Avenida de la Constitución.)

Me encanta que peatonalicen la avenida el 5 de enero, porque es señal de que la Cabalgata pasa por aquí: ¡Gaspar, echa caramelos!

Me encanta que peatonalicen la avenida el 15 de agosto, cuando sale la Virgen, y entre batas de cretona los abanicos echan humo bajo el sol de su vuelta en la esquina del Alfolí...

- ¿Del Alfo...qué?

Del Alfolí de la Sal, como llamamos los del barrio a la esquina de Almirantazgo. Donde luego se alzó el edificio de Correos estaba el almacén de la renta de la sal, el Alfolí. Quien lo sabía bien era El Pali, que cuando peatonalizaban la Avenida era como si se pusiera a cantar: «En la puerta Correos, mi arma...»

Me encanta que peatonalicen la Avenida cuando es fiesta de guardar esencias de Sevilla, como en la mañana del Corpus, que la alfombran de romero y se oyen claras, como la voz de un seise, las campanas de la Giralda.

Si la peatonalización significa que en la Avenida siempre será Semana Santa, o Corpus, o mañana de la Virgen, o procesión de carráncanos, me encanta y me apunto.

Pero no. La van a peatonalizar para que pase un tranvía con mucho malage, que encima ni es tranvía ni es ná. Tendrán que cambiarle el nombre. Avenida de la Constitución, no; de San Fernando: un ratito a pie y otro andando.

Algo tan absurdo y descabellado como si Madrid hiciera peatonal toda la Gran Vía. Como si Nueva York cerrara al tráfico toda la Quinta Avenida. Como si París cerrara los Campos Elíseos. Uno, pues, mi voz a los comerciantes, a los vecinos y a los taxistas. Sin cofradías, sin Corpus, sin Virgen de los Reyes y sin carráncanos no hay razón alguna para cerrarle a Sevilla su calle principal. Señores taxistas, comerciantes y vecinos, guárdennos un cachito de pancarta, para corear con ustedes, en plan Astilleros: «¡La Avenida, no se cierra!».




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