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AHORA
toca Encarna. Han aprovechado un cabo de año redondo de su
muerte para que toque Encarna. Cuál sería su grandeza
profesional, que no hay que poner apellido para saber a qué
Encarna nos referimos. Le pasa como a Boby. Tampoco hay que
poner apellido para evocar micrófonos que llegaban al
corazón de los grandes públicos. Boby incluso lo tuvo más
fácil. Reinó en la radio con su triunfal cabalgata fin de
semana (¿o fin de época?) cuando no tenía frente a la
televisión. Encarna se impuso no sólo ante la televisión
única, sino ante la irrupción de las privadas. Primero con
sus taxistas de la noche y luego con su imperio de la tarde,
Encarna le buscó las vueltas a las horas punta de consumo
televisivo y logró audiencias millonarias en la radio. Lo
mismo nos reíamos con la gracia cartujana de sus folklóricas
en la mesa camilla que sentíamos unas ganas irreprimibles de
comprar el remedio eficacísimo y definitivo contra la
alopecia si lo anunciaba ella. Fui seguidor de su mesa
camilla porque era la más perfecta parodia humorística de
las tonterías que con tanta solemnidad como poco
conocimiento proclamaban entonces, y siguen proclamando
ahora, los truchimanes de las tertulias. ¿No era más serio
acaso el «ay, que me meo de risa» de Carmen Jara que un
pedantuelo hablando de las condiciones objetivas de los dos
escenarios que hay que contemplar para no sé qué?
Encarna Sánchez sigue ganando el EGM de la memoria mucho
después de muerta. Quizá por eso le han levantado la veda y
la someten a un linchamiento del que no entiendo nada.
Verán.
Ni porque hemos estado en Semana Santa, o quizá por eso
mismo, ha cesado su crucifixión. ¿Y saben por qué? Aquí
viene mi perplejidad más absoluta: pues por un asunto que
más políticamente correcto no puede ser. A Encarna se la
pone verde porque (para entendernos con todo respeto a su
memoria) unos dicen que era Progenitor A y otros, que
Progenitor B. ¿Pero no hemos quedado que eso ahora es un
mérito, que hasta da puntos en las baremaciones (espantosa
palabra) para ocupar cargos públicos? ¿No hemos quedado en
que nadie puede ser discriminado por sus libres opciones
sexuales? ¿Por qué entonces asistimos a este desfile de
testigos, como en un juicio de película americana, sobre lo
que libremente quisiera hacer Encarna con su vida privada?
¿Puede alguien explicarme cómo exactamente lo mismo que se
dice contra Encarna como un baldón para acabar con el
recuerdo de su prestigio como radiofonista popularísima sea,
en cambio, utilizado en loor de otras personas? ¿Por qué
tanta reverencia a la Coordinadora de Gays y Lesbianas, o al
cura de Valverde mismo, y tanta leña al mono con Encarna?
¿Me lo puede explicar alguien?
Y luego, los sobres. En la España malaya y malhaya de
Marbella, de Filesa, de Mienmano, por lo visto no había ni
hay más sobres que los de Encarna. Pues tengo mucho gusto en
hablar de esos sobres, y sé que no me dejará por embustero
José Antonio Gómez Marín, que fue su colaborador y le guarda
tan grata memoria como los que en su día gozamos del aprecio
de Encarna por nuestros libros y nuestros escritos.
Sí, Encarna andaba con sobres. Unos sobres así de gordos. Lo
sé por Gómez Marín. Cada vez que iba al programa en los
estudios de Madrid, Encarna le entregaba un sobre abultado:
- José Antonio, ¿te importa llevarlo de mi parte a las
Hermanas de la Cruz en Sevilla? Van dos millones de
pesetas...
Cuánto trajo Gómez Marín a las Hermanas de la Cruz de parte
de Encarna es algo que sólo Sor Angela sabe. Y que quienes
asisten al tristísimo espectáculo del linchamiento de
Encarna deben saber. ¡Mira cómo de los sobres de Encarna
para las Hermanas de la Cruz no hablan los inquisidores de
peaje!
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