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Para
referirse a obras minoritarias, aunque fundamentales, los
pedantes suelen hablar de una película «de culto», de un
libro «de culto». Y tienen razón. Hay autores que reciben
culto. Por lo civil, pero lo reciben. Tienen incluso sus
altarcitos, como proclamaba Machado de Jorge Manrique:
«Entre los poetas míos/tiene Manrique un altar». El propio
Machado tiene un altar en la cultura oficial sevillana.
Machado y Cernuda. Los dos. Machado y Cernuda son una
especie de Santas Justas y Rufina o Hércules de la Alameda
con respecto a la literatura oficial, desde los centros de
poder. Sí, hay un culto a Cernuda. Cernuda tiene fundaciones
con su nombre, premios, y un tópico encima importante: que
se tuvo que ir porque le asfixiaba el ambiente reaccionario
de la Sevilla de su época. No porque se fuera a hacer
carrera literaria a Madrid o porque determinada opción
personal, con un padre coronel de Ingenieros, se le hiciera
aquí, en la pequeña capital de provincia, más incómoda que
en la gran ciudad. En este punto, es curioso cómo el
sevillano venera lo ajeno y desprecia lo propio: se rinde
culto a Cernuda porque se fue, mientras se subestima al
poeta Joaquín Romero Murube, al humanista Miguel Romero
Martínez, a tantos que se quedaron aquí, tragando quina por
cierto y sin el menor reconocimiento de la literatura
consagrada por la Komintern como españolamente válida.
Cernuda era nieto del droguero de la Plaza del Pan. De Bidón
el droguero. Los poetas andaluces tienen los segundos
apellidos más feos del mundo: Juan Ramón Jiménez Mantecón,
Luis Cernuda Bidón. Con razón no usaron nunca los segundos
apellidos. La droguería de Bidón estaba en la misma Plaza
del Pan, en la acera opuesta a las tiendecitas de los muros
traseros del Salvador. Entrando desde la Cuesta del Rosario,
la segunda o tercera casa a la derecha, donde ahora hay,
cómo no, una casa de trajes de novias. Desde el balcón de la
droguería de su abuelo, el Cernuda niño vería el movimiento
de la plaza, se maravillaría ante las miniaturas de tiendas,
tan medievales, tan venecianas. Las evocó en «Ocnos» en un
capítulo antológico, «Las tiendas», donde recuerda a los
gallegos, a los mozos de cuerda que allí paraban, en un
interesante testimonio sobre los costaleros: «Eran ellos
quienes en Semana Santa, durante los altos de las cofradías,
asomaban tras las andas de terciopelo sus caras
congestionadas, bajo la masa dorada de esculturas,
candelabros y ramilletes, alineados tal esclavos en los
bancos de una galera».
Y junto a los gallegos, Cernuda evoca la magia de las
tiendecitas que tantas veces vio desde casa de su abuelo:
«En esas tiendecillas de la plaza del Pan cada uno de los
objetos expuestos eran cosa única, y por eso preciosa,
trabajada con cariño, a veces en la trastienda misma,
conforme a la tradición transmitida de generación en
generación. Su atmósfera soñolienta aún parecía iluminarse a
veces con el fulgor puro de los metales, y un aroma de
sándalo o de ámbar flotar en ellas vagamente como un dejo
rezagado».
Pues con todo el culto que tributamos al tópico de Luis
Cernuda, en su Plaza del Pan, en sus tiendecillas, donde la
droguería de su abuelo, acaban de perpetrar un
contra-homenaje al poeta. Se han cargado el ambiente
cernudiano de la Plaza del Pan, las aceras, el adoquinado.
Cernuda ha sido desahuciado de la Plaza del Pan. Esa
atmósfera que «parecía iluminarse a veces con el fulgor puro
de los metales» se alumbra ahora con una farolas tipo Leroy
Merlin que son un horror, venga, acero inoxidable y piedra
gris como homenaje al poeta del aroma de sándalo o de
ámbar...
Así que si han liado esto con Luis Cernuda, que es el poeta
sevillano oficial de ellos, ni te cuento la que habrían
formado si quien escribe de las tiendecitas y del ambiente
como medieval de la Plaza del Pan llega a ser Manuel
Machado...
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