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Tengo
sobre la mesa del escritorio y sobre mi conciencia, desde
antes de Semana Santa, el ensayo «Sevilla en el diván:
psicología de una ciudad», que ha publicado Javier Criado.
Como no es cosa de seguir teniendo aquí encima el libro
hasta que pasen el Rocío y el Corpus, las dos próximas
estaciones en el itinerario de la indolencia, de hoy no pasa
que comente esta obra en la que el psiquiatra de la Alfalfa
tiende a la ciudad en su diván meridional, por recordar el
título de la sección de artículos de otro del barrio, el
escritor y criador de palomos marcheneros Manuel Díez
Crespo.
Javier Criado larga sobre Sevilla. Tela. Sevilla es una gran
dama a la que, en el análisis de conciencia, su psiquiatra
de cabecera le dice de todo. A mí me ha hecho pensar mucho
este largo diálogo de Javier Criado con Sevilla. De toda la
sabiduría, me he quedado con la teoría de la calesita, que
es preciosa. Una bella teoría sobre la resistencia de
Sevilla a los cambios. Escribe Javier Criado, por boca de su
paciente, Sevilla:
«Antiguamente, y la costumbre ha durado hasta hace pocos
años, había en el Parque de María Luisa un burrito. Lo
solían poner donde se cogían las barcas de la Plaza de
España. Allí, junto al quiosco de pipas, algodones, cotufas,
chochitos, parisiens y otras golosinas lo colocaban mientras
guardaba con celo su carrito. Porque el animal servía a un
coqueto carro de tamaño comedido donde los padres subían a
los niños para que diesen una vuelta por el recinto. La cosa
era curiosa y sus fotos han constituido en muchas de mis
casas recuerdos entrañables de una época pasada. Y el dato,
doctor, el dato importante está en que al burro no tenía que
guiarlo nadie. Por mucho que los niños tirasen a un lado y a
otro de las bridas, ni corto ni perezoso el animal daba
siempre los mismos pasos y por idéntico sitio. ¿Sabe por
qué? Estaba acostumbrado a hacerlo. Ese era el único motivo.
La rutina, querido psiquiatra, es la fiel compañera que crea
ley sólo por repetirla.»
Como quien habla es la paciente que acude a la consulta de
Javier Criado, me permitirá mi querido doctor unas
precisiones, que no alteran en nada la teoría. No era un
sólo borriquito, sino dos, los que había en la Plaza de
España como atracción infantil, enganchados a sendos
carruajes en miniatura a los que llamábamos «calesitas».
Eran unos burros de alzada inferior a la normal. Les
decíamos los chiquillos «borriquitos morunos». Vamos, hoy
serían «borriquitos magrebíes» en términos políticamente
correctos. En cuanto al nombre de los carruajes, calesitas
llamábamos también a los cacharritos de la calle del
Infierno de la Feria. Nos llevaban a montarnos en los
cacharritos y en las calesitas.
Y tengo mi añadido a la teoría de Criado sobre el burro
moruno de la calesita de la Plaza de España. Esos burritos
ya no están allí, ni existen sus calesitas, a las que a
todos nos retrataron de niños, porque hoy en día serían
incorrectísimos. Unos rancios. Unos reaccionarios. Unos
borriquitos que hacían las cosas del modo que salen bien en
Sevilla: repitiendo la tradición. ¿Por qué sale bien siempre
la Semana Santa? Porque se hace como las calesitas de la
Plaza de España: lo mismo que se ha hecho siempre. Bien.
Perfecta. Gracias a que los burros morunos iban por donde
tenían que ir, los advenedizos de los niños no mandábamos
nada con nuestros tirones de riendas; que si no, hubiéramos
acabado todos, coche, burro y niños, en la ría.
Que es donde ahora acaban todos los que se empeñan en sacar
de quicio al burro moruno de la perfección de la rutina
sevillana, creyéndose que lo pueden hacer mejor que se ha
hecho siempre. Lo que pasa es que caemos a una ría que no
tiene agua siquiera. Pero, eso sí, modernísima y muy
progresista. Y sin nada que ver con lo que siempre se hizo
bien en Sevilla. Estamos como estamos por no aplicar la
infalible teoría de la calesita de Javier Criado.
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