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Enhorabuena,
Sevilla.
Enhorabuena, Sevilla.
No, no me he equivocado ni me he hecho con la UEFA un lío,
repitiendo dos veces la misma línea. Hay que felicitar al
Sevilla y a su afición. Y hay que felicitar a la ciudad de
Sevilla. Nos tenemos que felicitar todos los sevillanos por
la gesta. Que estaba cantada. Cuando me enteré que con el
Sevilla iban a Holanda unos Príncipes de Asturias, un
presidente de Andalucía, un vicepresidente del Gobierno y 15
concejales, 15, del Ayuntamiento, supe que ganábamos. A
concejales de pescuezo no hay quien nos gane. Como en
glorias europeas no hay quien le gane al club centenario.
Toda esta alegría de la ciudad es por el arrebato en rojo.
Verán.
Javier Labandón tiene nombre de juvenil que viniera de La
Balona y que fichara en tiempos de Helenio Herrera en el
viejo Nervión pre Pizjuán. Pero Javier Labandón es El
Arrebato. El cantor mítico de las últimas grandes hazañas
del Sevilla, rematadas anoche en el olé, olé, Holanda y olé,
Holanda ya se ve, pica en Flandes de la gloria.
Lo del Sevilla, desde sus misterios dolorosos en la Segunda,
ha sido como el mismo nombre de su cantor Labandón indica:
de arrebato. Tocaron a rebato las campanas de Campanal,
Raimundo y Berrocal y surgió una afición arrebatada.
Arrebatada por el procedimiento del tirón del corazón.
Mientras otras aficiones y clubes sevillanos, por culpa de
sus palcos, cada vez se hacían más antipáticos ante España,
el Sevilla ganó en popularidad y campechanía. Como si los
señoritos sevillitas y tirillitas hubieran sido arrojados
del paraíso de Nervión por la espada de fuego del rojo
arrebato popular de las masas blancas. Teñidas de rojo. Sí,
ha habido algo de toma del palacio de invierno. Como el Don
Guido machadiano, que probablemente aquel trueno también era
sevillista, la afición repintó sus blasones. Se ha operado
en la presencia del Sevilla y de los sevillistas como un
virado de colores: del blanco al rojo. Rojo sangre, sangre
victoriosa y leal al club centenario, predominando sobre el
viejo blanco color de loza. Rojo cartujano que en Holanda ha
pintado palanganas color de rosa sueño.
El Arrebato, antes de cantar al Sevilla un himno solemne
lleno de gracia, le proponía a su novia, que quizá era la
ciudad misma: búscate un hombre que te quiera, que te tenga
llenita la nevera. El arrebato de la afición no solamente le
buscó al Sevilla unos hombres que lo quisieran tanto como
aquel Pato Araujo, aquel Marcelo Campanal, aquel Herrera I,
como Antúnez, Alconero, Diéguez, Loren, Pintinho, Biri,
López o Eguiluz, como Encinas o como don Eugenio Montes,
sino que le tuvieron al punto llenita la nevera, digo, la
vitrina con la Copa de la UEFA.
Suena ahora la copla: que por Gelves viene el río teñío...
No con sangre de los Ortega, sino con el rojo del Sevilla
F.C., hervor de la sangre blanca. Ese río sevillista con el
que Roma se equivocó y le puso Betis de nombre, sin saber
que era el de la Coria de Ruiz Sosa y de Manolo Cardo, cardo
y decumano de urbe nervionense; el río de La Puebla de
Enrique Lora. Arrebato en rojo triunfal sobre la blanca
memoria de la Copa de 1935 o de 1948, de la Liga de 1945.
Suena como un verso de arte mayor la letanía gozosa de la
Delantera Stuka, rima consonante de la memoria roja en la
sangre blanca: López, Pepillo, Campanal, Raimundo y
Berrocal.
El arrebato en rojo ha mejorado al sevillano Manuel Machado.
Manuel Machado dio su media verónica andaluza final del
«...y Sevilla». El rojo arrebato triunfal ha bajado las
manos del arte, y Sevilla, Sevilla, Sevilla, aquí estamos
contigo, Sevilla, hasta los que somos más verderones que un
motocarro lleno de lechugas.
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