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ME
hubiera gustado tomar distancias, dejar este asunto para el
lunes, cuando los ánimos sevillistas estén calmados y los
béticos... Dios mío de mi alma, ¿dónde la caballerosidad
bética en las horas del justo y gozoso arrebato en rojo? El
trabajito que le ha costado a Lopera felicitar a Del Nido...
(Será por aquello de las buenas horas de las mangas
verdes...)
El Sevilla no sólo ha ganado la Copa de la UEFA (de Europa
según el sí o sí), sino que ha destruido buena parte de los
tópicos acerca de la sociología de las dos aficiones
futbolísticas. Una de dos: o ha habido un intercambio de
identidades, como banderines en un Trofeo Carranza, o la
fuerza de la forma de ser de la ciudad es tal que la impone
tanto a sevillistas como a béticos.
Más en corto y por derecho: el Sevilla ha celebrado su Copa
a la bética, sin su antañón y tópico sentido de la medida y
ha sido una afición desconocida que España ha descubierto.
Mientras que el Betis se ha refugiado en un estúpido orgullo
tirillita, impropio. Papeles cambiados.
El que hasta ahora era llamado tópicamente «el club de los
señores» debe ser considerado, y quizá ya más que el otro,
«el equipo del pueblo», que era hasta ahora exclusiva
verderona. Los que en su celebración acolapsaron la ciudad,
el aeropuerto, Nervión, la Catedral y la Plaza, no eran los
señoritos del Sevilla, los tiesos del Aero, los tirillitas
de Pineda, los huelemierdas del Labradores, los hermanos de
la Quinta Angustia, los grandes apellidos, sino el pueblo
llano y soberano. Intercambiable con el antiguo beticismo.
Vamos, que el Sevilla también «acolapsa» con sus
criaturitas. No acolapsó La Palmera, porque las palmeras las
ha cortado todas Monteseirín, pero sí acolapsó la ciudad
entera. ¿Qué es lo bético y qué lo sevillista? Todo está tan
cambiado que ya ni sabemos si los nuestros se comportan como
los otros y viceversa. Ejemplo: Del Nido. Sus enfermizas
ansias de protagonismo arreguinchado a la Copa, en primera
fila del autobús descapotable, alzándola muchas más veces
que Juande o que Javi, han sido un recital de ego que no lo
mejora Don Manué. ¿Qué retrato iba puesto así de grande en
el autobús de la que Domínguez Arjona ha llamado «la
Cabalgata de la Ilusión Sevillista»? Pues el de José María
del Nido. Lopera no se atreve a tanto, tiene más sentido de
la medida.
Imaginen una celebración así con el otro color, en verde. Si
esa Catedral, tan estricta de horarios con las cofradías, se
hubiera mantenido abierta hasta las tantas; si
desaforadamente, con pérdida absoluta de papeles
patriarcales y metropolitanos, hubiera dado la Giralda un
pino mayor de primera clase; si el padre Ayarra hubiera
tocado en el órgano una sevillana verderona del Mani; si el
arzobispo hubiera hecho rojo Nervión su púrpura
cardenalicia. Y en la Plaza, si los balcones del
Ayuntamiento hubieran sido abiertos para que hasta el último
de la plantilla (con el alcalde de pasmarote chupando cámara
y el de IU de la pipa en el córner, de medio ganchete)
participara en un lamentable concurso de chorradas a las
masas, ¿qué hubieran dicho los sevillistas? Pues que ¡vaya
béticos, qué gente más ordinaria y hortera, que han hecho
que Sevilla pierda su sentido de la medida y lo han sacado
todo de quicio!
Pues no, no han sido los béticos. Al lado del exaltado
sevillismo a lo biri de Amigo Vallejo, el bien recordado
Padre Estudillo era casi beticorro. Y junto a Del Nido, cuyo
ego no cabe en el Pizjuán, Lopera es un humilde hermano de
La Caridad.
Quizá por todo esto me he alegrado todavía más de la Gloria
Sevillistorum. Tanto, que renuncio a la maldad pepineti de
decir que cincuenta años esperando una Copa para acabar
ganando un paragüero de Ikea. Cerrabas los ojos, tapabas el
triunfal rojo, y lo que acolapsaba Sevilla era talmente el
sentimiento bético de la vida. Que ya no existe, por culpa
del egoísmo vanidoso de Lopera. En nuestro barroco horror al
vacío, su sitio lo ha ocupado el sentimiento sevillista de
la vida.
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