ESTOS
americanos son absolutamente im-po-si-bles. Tanto presumir
de Despacho Oval en la Casa Blanca, y en Madrid sí que hay
un verdadero despacho oval en una casa de la Cava Baja,
que bien Blanca podía ser, de la cantidad de cascarones de
la recova que todos los días se parten en ella.
Si despacho oval es todo
aquel en el que se expenden huevos o aquel donde los
presidentes que los ocupan los ponen sobre la mesa como
supremo argumento político, ninguno con más derecho al
título que el Despacho Oval que tiene un tal Blázquez en
el viejo Madrid del Mesón del Segoviano y de la Posada del
León de Oro.
Un tal Blázquez.
Eso dijo Arzallus (ojú)
cuando la Santa Sede nombró obispo de Bilbao al mitrado de
Palencia. Como suelen ser todas las cosas de las ilustres
familias de los Blázquez: por huevos. Razón por la que
quizá Arzallus creyó que al que habían hecho obispo de
Bilbao era a Lucio, el de los huevos estrellados, España
pura de oliva. Apellido el de Blázquez tan innecesario en
Lucio como el Gómez Ortega en Joselito, el de Rodríguez en
Manolete, el de González en Felipe, o en Cayetana ése Fitz
No Sé Qué con tantas consonantes extranjeras que viene ya
con las faltas de ortografía prefabricadas.
El tal Blázquez, Lucio por
antonomasia, tiene montado su Despacho Oval, de huevos, en
la Cava Baja. Porque ni Palacio de Santa Cruz, ni
Ministerio de Asuntos Exteriores, ni Introductor de
Embajadores (y Cuchilleros) ni nada. Cuando un dignatario
extranjero llega a Madrid en visita de Estado, el
presidente lo recibe en Barajas a pie de escalerilla de
avión; el Rey, en una audiencia en La Zarzuela; hay luego
una cena de gala en Palacio, que el gachó devuelve con una
suya en El Pardo. Hay todo eso, ¿no? Bueno, pues hasta que
el andova visitante ilustrísimo no aporta por Casa Lucio y
no se toma allí sus huevos estrellados en paz y en gracia
de Dios, en las mesas buenas de abajo que el tabernero nos
da a sus recomendados, ni está en España ni nada. Las
salvas de ordenanza en honor de los visitantes se tornan
bandejas de huevos estrellados con patatas. Que, como todo
lo bueno, son los más imitados de España. He estado hasta
ahora exactamente en 3.567 restaurantes cuyos dueños
aseguran que hacen unos huevos estrellados con papas como
los de Lucio, si no mejores. ¡Miren cómo se me queda el
dedo! Bienaventurados los imitadores de los huevos de
Lucio, los que la copian y la maman, porque gracias a
ellos sabemos lo buenos que están los del Despacho Oval de
la Cava Baja.
Cuando oí hablar por vez
primera de Lucio creí que era uno de estos pintadores de
mona autotitulados restauradores, que están en su negocio
como de manifiesto, perdonándote la vida por haberte
dejado entrar, haciéndote el favor de darte de comer
tonterías con pimientos del piquillo y juntándote las
manos al final para la gran estocada de la factura. Nada
de eso. Me encontré en la Cava Baja a un gran señor con su
dignísima chaqueta blanca de camarero, poniendo y quitando
más platos que nadie, sin que se le cayeran los anillos,
pendiente de todo, dando de comer y haciendo felices a sus
clientes. Conozco a esa dignísima Diputación de la
Grandeza del Trabajo. A ella pertenece el sevillano
Rogelio Gómez Trifón, que, como Lucio, dice orgullosamente
que no es restaurador, ¡que es tabernero! Como Pilar
Burgos, Mienmana, que dice que ni diseñadora ni tonterías,
que es zapatera como nuestra madre.
A Lucio le han dado en
Madrid un homenaje por sus cincuenta años a pie de huevos,
y como su casa, gracias al Ave, es uno de los restaurantes
más simpáticos que tenemos en Sevilla, me sumo gustoso a
ese acto de justicia. En esta nación desgajada, convulsa,
enfrentada, radicalizada, que da saltos de cigarrón sin
saber dónde va a caer, nos quedará siempre en la Cava Baja
un rinconcito que seguirá siendo lo que entendemos por
España. España con huevos.