Seremos
todo lo ombliguistas que quieran llamarnos. Pero los
sevillanos andamos cortitos con agua en orgullo de
nuestras glorias y esplendores. No sabemos lo que tenemos
ni lo valoramos. Tenemos una ciudad que es un símbolo
universal, cuyo solo nombre hace que la gente, en todo el
mundo, le ponga la interjección de veneración por delante:
-¡Oh, Sevilla!
Pues nada. Aquí, del «oh,
Sevilla» (pronúnciese en actitud boquiabierta) pasamos al
«ay, Sevilla» (pronúnciese con mucha pena) o al «ojú,
Sevilla» (pronúnciense con las manos en la cabeza).
Lo digo por los cochazos que
se hartó de pegar ayer Fernando Alonso en la ciudad
colapsada. Este sí que es Alonso el Sabio, y no el Niño
Rey de San Fernando. ¡No sabe ná el muy sabio Alonso! ¡La
que le está sacando a los cochecitos locos, poniendo la
mano para montarse en los cacharritos delante de los
catetos! Saca el tío el coche del garaje y, ¡pum!, todo el
mundo de cabeza.
-Que aquí el muchacho quiere
pegar unos cochazos por Sevilla para seguir trincando la
tela...
-Pues nada, dígannos qué
quieren que les cortemos, para que este hombre pegue los
cochazos que tenga por conveniente.
Y en la ciudad donde nos
tenemos que comer los coches con papas, porque no se puede
ir con ellos a ninguna parte, al gachó del arpa le
cortamos para él solito Las Delicias, la avenida de María
Luisa, la glorieta de San Diego.
-Y Los Monos...
-Los Monos son el símbolo de
nosotros los sevillanos con respecto al Ayuntamiento: leña
a los monos, que son de goma, no se enteran y les hagamos
las perrerías que les hagamos nos siguen votando...
Y digo yo, ¿para qué pegó
Sevilla el estirón de la Expo? Los defensores de la Expo
dicen que Sevilla no le ha sabido sacar partido, porque la
cogió de uñas, ya que vino a hacérnosla un señor de fuera
que nos despreciaba, a quien Dios tenga en su Gloria. Pero
es que los mismos exégetas progresistas y modernos de la
Expo no tienen en cuenta la nueva realidad cartujana de
Sevilla. Nada, hijos míos: guardad para mejor ocasión la
avenida de Carlos III, los largos paseos de la Expo, donde
Alonso pegando cochazos no hubiera alterado en nada de la
ya de por sí complicadísima circulación en la ciudad. A mí
me hubiera gustado ver ayer a Alonso pegando cochazos por
allí por la Expo, del Estadio Olímpico al Cohete, del
Alamillo al Charcolapava. Ahí sí que tenía sitio para
hartarse de pegar viajes con su coche azulina y amarillo
sin fastidiar a nadie y sin paralizar la ciudad.
Pero no. Se corta por dos
días lo poco que no está cortado. ¿Mande? Lo que guste
mandar el primero que venga aquí a hacer lo que le dé la
gana, en nuestro eterno entreguismo. Scila y Caribdis: del
ombliguismo al entreguismo, del tirón.
Y con lo que nos gusta aquí
un tambor y una corneta, y dar a la bandera de España los
debidos honores, y rompernos las manos aplaudiendo a las
Fuerzas Armadas, y no como los mamones separatistas, pues
digo lo mismo sobre el próximo desfile. ¿No hubiera estado
mejor el desfile por las largas avenidas de la Expo, para
que honráramos a las viejas banderas ante las nuevas
tecnologías sin fastidiar más aun la circulación? ¡Pues
nada! El desfile, casi por donde mismo los cochazos de
Alonso, por donde el piloto montó al alcalde en los
cacharritos. Vamos a complicar un poquito la circulación,
que está demasiado fluida...
Han conseguido la Feria
Eterna. En la Feria está la Calle del Infierno. En esta
Feria Eterna del Disparatón Incomodísimo Llamado Sevilla,
tenemos que padecer el Infierno de la Calle cortada por la
meada de un gato. (Perdón, gato Remo mío: tú no tienes la
culpa, pero vienes que ni pintado para la comparación.)