¿Pues no que me
acuerdo de El Pali? De aquello de: "Hemos cruzado los brazos/y
Sevilla se nos va..." Y no sé por qué. O sí que lo sé, mas no
me quiero enterar, no me lo cuentes, vecino, Paco, del
Postigo. Porque Sevilla se nos está yendo. La Sevilla que
hemos conocido. La imagen de la ciudad fijada en su esplendor
de antaño. La que recibimos de nuestros padres no será la
misma que leguemos, si es que la podemos legar, si queda algo,
a nuestros hijos. Aquella Sevilla cuya imagen se acuñó de
Exposición a Exposición, de 1929 a 1992, casi capicúas de la
suerte de conocerla en su esplendor.
Y si Sevilla se nos va, Triana, ni te
cuento. Pasé la otra tarde por la calle Pagés del Corro.
Frente al Colegio Reina Victoria, en la acera de San Jacinto,
de las Mínimas, de los comedores de la hermandad del Rocío,
una antigua casa de la Cava, de las de una sola planta.
Cerrada. Pidiendo pavones sin zidanes, pavones derribistas.
Con todos los vanos tapiados y enladrillados para que no
entren los okupas ni las desvalijen. Cal sobre los ladrillos
de la casa emparedada hasta su muerte, la dignidad de la
decadencia. Sobre uno de los tapiados vanos, un azulejo que
recordaba una antigua taberna de serrín y fandangos del
Gordito de Triana o soleares del Zurraque, cante de los
areneros de la sirga o de los cargadores de la colla, río
puro, muelle fecundo de una Triana de goletas y bergantines,
de vapores de ruedas yendo hasta Sanlúcar desde el embarcadero
del Faro, junto a la escalera de Tagua. Y en ese nicho de lo
que fue una taberna llena de vida, el esqueleto del espíritu
del barrio, comido por los gusanos:
"Hay sábalos en adobo".
Por eso me acordé de El Pali, quizá. El Pali
no cantaba a los sábalos, sino a los barbos en adobo, mucho
vino y alegría, que aquí aprendieron los moros el cante por
bulería. ¿Qué queda de aquella Triana de los barbos en adobo y
de los sábalos? Ni el recuerdo. Sólo un letrero en la misma
cal de aquel carbonero que en plena guerra puso en la cerrada
puerta de su negocio: "Se acabó el carbón. II Año Triunfal."
Y de la Cava, a la calle Larga, Traduzco del
trianero antiguo: de Pagés del Corro a Pureza. Un amigo,
vigilante de cielos en trance de pérdida, acaba de pasar por
la calle Pureza y me llama:
-- Oye, que he ido a desayunar ala calle
Pureza, donde los Barquitos Loly y está cerrado. ¿Tú sabes si
es por reforma, o es que lo han cerrado para siempre?
No lo sé. No lo quiero saber. Se murió el
viejo capitán de los Barquitos Loly, Agustín Márquez Martín.
Los líricos capitanes ponen a su barco el nombre de la mujer
amada y este confitero juanramoniano de Triana bautizó sus
dulces naves con el de su mujer, Dolores Moreno. Loly en los
dulces barquitos de cidra, como cortadillos embarcados en el
Tercio de Armada de la confitería trianera, flechas navales
que navegaron y dominaron pronto los mares de un secreto
paraíso: las dulcerías de barrio, los despachos de pan y
tortas. Cualquiera sabe lo que puede ocurrir en la calle Larga
de los barquitos Loly. El Pali cantaba que Sevilla se nos va,
pero Triana se nos ha ido. Compra el Ayuntamiento en
Alfarería-San Jorge el local de la vieja cerámica de Mensaque,
Rodríguez y Compañía, fundada en 1846, y dicen que van a poner
un museo de los vidrios cocidos trianeros. Más parques
temáticos. Sevilla será un parque temático con el centro
cortado y peatonalizado, vedado para la vida comercial,
inhóspito, incómodo, donde los sevillanos seremos como fieras
del zoo para que los turistas nos echen fotos, de ahí quizá lo
de las alambradas de los corralitos: nos enjaulan como a
bichos raros dignos de ser fotografiados. Y en Triana, más
parques temáticos de sí misma. Menos vida, menos Barquitos
Loly, menos sábalos en adobo, menos vino, menos alegría, pero
más mariposas muertas pinchadas en un corcho, más taxidermia,
como trofeos de caza de la modernidad, una Sevilla disecada
que nunca tendrá la vida que tuvo, como salida del taller de
Vicente Gamarra.