Lo
de Andalucía con respecto a Cataluña es como el
villancico de campana sobre campana, pero con agravios:
agravio sobre agravio. Por los pelos han aprobado el
Estatuto catalán para el que los andaluces seremos
coartada, al estampillarnos Chaves de realidad nacional.
No ha ganado ni el «sí», ni el «no», sino todo lo
contrario, que diría Miguel Mihura: la abstención. Sólo
uno de cada tres catalanes fue a votar, y no rebasaron
el listón del 50% de participación.
Esto lo contemplamos desde
una tierra, Andalucía, que pasó las fatiguitas negras
para aprobar su referéndum de iniciativa autonómica, el
famoso 28-F, cuando la UCD nos jugó la jangá de la
preguntita dichosa que redactó Pérez Llorca, y Lauren
Postigo (¡un intelectual!) nos dijo: «Andaluz, éste no
es tu referéndum». En aquella fecha en que los andaluces
nos levantamos (para acto seguido volver a sentarnos, y
hasta hoy) se nos exigió no sólo que la participación en
el referéndum fuese superior al 50%, sino que el «sí» a
la iniciativa autonómica triunfara en todas y cada una
de las provincias de la región. Lo que pasó en Almería
ya es sabido. Tuvo que haber pucherazo y chapuz de
ingeniería electoral para que se diera por aprobado el
referéndum en Almería y que Andalucía pudiera ser, como
la inmensa mayoría queríamos, autónoma. Lo siento mucho,
y lamento mentar la soga en casa del ahorcado, pero la
autonomía andaluza partió de una componenda, de la
solución que dieron para una provincia donde el
referéndum se perdió: Almería.
¿Qué hubiera pasado el
domingo si los catalanes de 2006, como los andaluces de
1980, hubieran tenido que correr la maratón a pie
cojito, sin probar ni gota de agua, después de haberlos
hartados de bacalao salado? Esa fue la carrera de
obstáculos que nos organizaron en el 28-F para que ni
locos aprobáramos la autonomía. Si en Cataluña no fue a
votar ni el 50 por ciento del censo, con el Gobierno de
Madrid volcado para el absurdo de que desde el aparato
del Estado se promueva el desmantelamiento de España,
¿qué hubiera pasado si ahora hubieran tenido en La
Moncloa un partido poniendo tantas trabas como aquella
UCD de 1980, que cometió con Andalucía el agravio y el
error que invalidó per secula seculorum a la derecha
para aspirar a gobernar un día la Junta?
Hago todas estas
consideraciones no como un ejercicio de ucronía, sino de
palpamiento de ropa. Si los catalanes, con el odio que
les han inoculado contra el Gobierno de Madrid, contra
España, contra la lengua castellana, contra la cultura
española, con todo el aparato omnipotente de la
Generalidad al servicio del «sí», con todas las amenazas
a la libertad por parte de unos partidos separatistas
casi totalitarios, no han logrado que la gente vaya a
votar como esperaban, ¿se imaginan qué puede ocurrir en
Andalucía si Chaves somete a referéndum ese Estatuto de
la Realidad Nacional que nadie conoce ni quiere, por el
que nadie siente la menor ilusión, que se han sacado de
la manga los funcionarios de los partidos que viven del
Parlamento de la Señorita Pepis del Mar Moreno y los
ganapanes de la política, de espaldas a los verdaderos
problemas cotidianos de la gente?
Ni esto es Cataluña en el
espacio, ni 2006 es el 1980 del 28-F en el tiempo. Ojito
con la niña de enfrentarnos a los andaluces
peligrosamente para aprobar un Estatuto que a le gente
se la trae absolutamente al pairo. Demasiada crispación
y enfrentamiento hay ya en la vida cotidiana, demasiado
han conseguido desenterrar el odio al exhumar las fosas
comunes de la guerra incivil, demasiado han satanizado
las ideas ajenas al régimen de Chaves, como para que
encima nos metan en una guerra estéril del «no» y del
«sí». Que nos eviten por lo menos el sofocón. ¿No han
hecho ellos solos el Estatuto, sin contar con nadie, de
espaldas al pueblo? Ea, pues que lo aprueben ellos con
ellos y listo. En Canal Sur mismo, donde todas las
margaritas que deshojan les dicen «sí».