Vale,
aceptamos el 3 a 1 a Túnez como remontada. Pero hay
dos remontadas más. Por cierto, en grupo más fraternal
no podía caer la selección nacional en el Mundial.
Selección que (¡marchando otro «por cierto»!) sí que
es una realidad nacional de banderas rojigualdas y
Marcha Real con letra del chero, tachero, y no la que
Chaves se ha sacado de la manga para acompañar
servilmente en el sentimiento a lo que Zapatero pactó
con Arturo Mas aquella noche triste monclovita en que
el puntillero levantó a un Estatuto catalán aculado en
tablas, que estaba a punto de echarse, con media en
las agujas.
Llámale H, pero nuestro
grupo del Mundial más fraternal y más grato a las
tesis coránicas del Gobierno no puede ser. Esto no es
jugar la fase previa, esto es poner sobre el germánico
césped la Alianza de Civilizaciones: Túnez y Arabia
Saudí, bájate la jaula, Jaime, bájatela, que yo jamo
jalufo, que jamás jamé jamón. Todo morería. Moros
ricos del Puerto Banús de Arabia Saudí y moros
pobretones de la Algeciras de Túnez, con la suegra y
el colchón en el Peugeot de segunda mano, Operación
Paso del Estrecho, Operación Paso a Octavos de Final.
Nuestra tradicional amistad con los países
mahometanos, pero marcándoles goles por la gloria de
Alá. «Paquito el Chocolatero» suena con toda
alicantina propiedad en los estadios teutones, porque
es una fiesta de moros y cristianos con todos sus
avíos, donde ganan los cristianos, que somos nosotros,
como debe ser. Y completa el grupo Ucrania, que
cualquiera que vea el autobús de su selección puede
creerse que es una partida de inmigrantes de la Europa
del Este, de los que se nos entran por las puertas
abiertas a través del coladero de la frontera de La
Junquera y se dedican luego a ganar medallas en el
deporte olímpico del asalto al chalé.
Haciendo de arquero
olímpico doblemente genuflexo, escultura de sí mismo
que pedía a gritos un Fidias y un Museo Británico, el
joven Torres dio en la diana de la remontada. Nada
comparable a la remontada catalana, que le marcó un
gol por toda la escuadra a la Constitución, con la
inestimable colaboración del cancerbero Zapatero. En
el referéndum, Cataluña ha quedado aproximadamente
como Túnez en el estadio de Hannover. Hasta los mismos
numeritos del 3 y del 1 nos sirven. En el referéndum
fue a votar solamente 1 de cada 3 catalanes. Pero,
hijo, coge ese resultado Torres, digo, Zapatero, y lo
coge Raúl, digo, Maragall, y ya ven la vuelta que le
han dado desde todos los aparatos mediáticos del
poder. A estas alturas de la manipulación, calculo yo
que fueron a votar 25 de cada 3 catalanes. Y me quedo
corto. El referéndum, según nos presentan y amañan sus
resultados, fue aprobado con el «sí» del 238,46% del
censo electoral. Y me sigo quedando corto. Eso sí que
es habilidad para dar la vuelta a un resultado, hijos
míos. y que se quite el plan B de Luis Aragonés, qué
remontada.
Y de la remontada de la
ETA, ni te cuento. Eso sí que es una remontada. Cuando
los teníamos cercados, acorralados, contra la pared,
en una especie de Bolsa de La Serena de la justicia y
la dignidad nacionales, viene Carod, se va a tomar en
Perpiñán algo tan tristemente célebre en la historia
política contemporánea española como los cafelitos, a
ZP le parece de perlas, hacen la pinza con Cataluña, y
los asesinos comienzan su remontada, después que el
árbitro les enseñe la tarjeta roja a los jueces, a los
policías y a los políticos con vergüenza,
expulsándolos del terreno de juego para que no den más
por saco y estos héroes de la paz, estos Chapotes
chapoteadores de la sangre inocente, puedan seguir
burlándose de la pobre madre de Miguel Ángel Blanco,
mientras se oye el relato impresionante del dolor de
una muerte que sobrevino porque entonces el Estado no
cedió un milímetro en cuanto ya le hemos concedido a
leguas y fanegas a esta partida de criminales que nos
han ganado el partido en la remontada de la vergüenza,
sin que nadie grite ya aquel «¡A por ellos!» que
representó el Espíritu de Ermua.