No es que yo le
haga la competencia a la Bruja Lola. Entre otras
cosas porque iba a estar bonito con esta barba y
encima con los pelos de la Bruja Lola. Pero algo
sí acerté sobre el talante de humor del caballero
candidato, de Zoido, cuando pensando en su
sevillismo me aventuré a decir que ojalá haga la
campaña como el lema de captación de socios, en
plan «no te abones, que no cabemos». Zoido me
confirma mi tesis del trasvase de la gracia, que
ha pasado en buena parte del beticismo al
sevillismo. Reconociendo que a las 12 el sol está
arriba, Zoido dijo, chispa más o menos, pero con
chispa:
-Sí, a mí no me conoce nadie...
Pero precisamente eso es lo malo de Monteseirín:
que lo conocemos y sabemos cómo es.
O no se le conoce tanto.
Monteseirín de momento se libra del Sánchez, como
Rubalcaba se libra del Pérez o Zerolo del
González. Monteseirín no es Monteseirín: es
Sánchez. Eso lo dice su propia madre (cuya mano
beso), a quien sus amigas de ir a los ágapes y a
los agapitos dicen que le han oído proclamar, muy
orgullosa:
-No, la Monteseirín soy yo. Mi hijo
es Sánchez.
Y Sánchez, vulgo Monteseirín, se
escapa también del exacto conocimiento en cuanto
al pacto de gobierno municipal del que depende.
Bueno, más que Monteseirín se escapan los antiguos
comunistas de Izquierda Unida: los del tío de la
pipa, la de los faralaes republicanos y el mangón
de viajes a los americanos. Aquí los tópicos
«sevillanos de a pie» (porque ni autobuses ni
taxis entran al centro), no saben que el alcalde
gobierna gracias al apoyo de Izquierda Unida, y a
menudo con el chantaje de IU. La gente no sabe que
el radicalismo del Ayuntamiento en muchas materias
quizá no solamente sea del partido rompepatrias y
rompeciudades al que pertenece el alcalde, sino a
sus socios de gobierno, que con un cartuchito de
votos tienen la sartén por el mango y un número de
delegaciones obviamente desproporcionadas a los
votos que sacaron.
¿Sabe usted cuántos votos sacó IU
en las municipales de 2003? Pues sólo 30.443.
Había 581.939 electores, de los que votaron
340.726, el 58% del censo. Por lo que esos 30.443
votos representaron sólo el 8,9% de los votantes y
el 5,23% de los electores. Sólo 5 de cada 100
electores votaron a IU, y miren lo que sacó a esos
votos. ¿Usted sabe cuántos son 30.443 votos,
aforados visualmente? Pues es el campo del
Sevilla, que hace 45.500 espectadores, con una
entrada flojita. O es media entrada del campo del
Betis, donde caben 52.500 espectadores, perdón,
criaturitas. O mirándolo un poco más
positivamente: dos plazas de toros y media hasta
la bandera. El PP sacó casi 90.000 votos más que
los comunistas, 119.395 papeletas. Y no hablemos
de los 130.958 del PSOE, cuya gobernación
municipal depende paradójicamente de un partidito
de cuatro progres enranciados que tuvo 100.000
votos menos que ellos. El PP sacó casi cuatro
veces más de votos que los comunistas y no tocó
balón, con el caballero portavoz.
Y con esos raquíticos 30.408 votos,
Izquierda Unida lleva un mandato municipal
exigiendo y pidiendo por esa boquita, e imponiendo
un programa y un radicalismo y una cosa al PSOE
vencedor. En el pecado de haberle dejado a IU el
discurso de la demagogia izquierdista ha llevado
el PSOE la penitencia de que parte de la política
municipal se la han diseñado, a lo Carod Rovira,
unos descamisados profesionales que con un puñado
de votos tienen la sartén de la mayoría por el
mango. A Sevilla la gobierna un alcalde con
130.958 votos, que para poder serlo es prisionero
de los 30.408 votos de los que quedaron cuartos en
las elecciones. ¡Qué treinta mil votos más bien
aprovechados! Y luego hablamos del chantaje
continuo de los nacionalistas al gobierno de
Madrid.