HÁGANSE la
siguiente ignaciana composición de lugar: el PP,
con Rajoy de presidente, gobierna en España. Hay
guerra en Afganistán. Y, con lo lejos que está
Afganistán, España tiene allí tropas.
Efectivamente. «Efectivos» se dice en el
lenguaje de lo políticamente correcto. Suena
menos militar. Así lo del Ejército, la fidelidad
a la bandera y la defensa de la Patria se nota
menos. Muy poco. Casi nada. Y por malas del
demonio, cuando pasaba el vehículo de una
patrulla de la Legión, con cinco novios de la
muerte a bordo, los talibanes explosionan una
mina anticarro. No en una acción bélica, ¿quién
ha dicho eso? En una especie de fiesta de moros
y cristianos, donde nuestra fiel Infantería
emplea su ardor guerrero en hacer vibrar sus
voces para pregonar: «¡Los chicles y los
caramelos, los reparto! ¿Quién quiere pañales
para los niños, al rico pañal?» La letal
explosión de esa mina, por supuesto, no ocurre
en combate. Como las tropas españolas no llevan
más armas que las chocolatinas, y el blindado
que ocupan es una carroza simpaticona, como las
del desfile del Orgullo Gay, trátase obviamente
de «un atentado», no ataque enemigo.
El triste caso es que muere un
soldado español de origen peruano: Jorge Arnaldo
Hernández. Cuya muerte de héroe fallecido en
combate frente al enemigo, con el distintivo
rojo que se le niega (como suele ocurrir en
estos casos), nos reconcilia con el respetado
nombre de Arnaldo. ¡Vamos, lo mismito este
heroico Arnaldo Hernández dando la vida por
España, que ese otro Arnaldo, Arnaldo Otegui,
causando tanta muerte para que desaparezca
España!
Y sigan con la ignaciana
composición de lugar, sin dejar de recordar en
la parcial ucronía que todos estos hechos y sus
explicaciones oficiales ocurren con el PP en el
poder. Y háganse conmigo la siguiente pregunta:
¿dónde llegarían en tal caso las protestas
contra un Gobierno que lleva a los soldados
españoles a morir en una guerra que ni nos va ni
nos viene? ¿Hasta dónde, hasta Pamplona o hasta
Tenerife, se oirían los gritos de los afiliados
al PER de la cultura, de los perceptores de
subvenciones del cine y del teatro, encabezados
por Pilar Bardem, con el acompañamiento de
Almodóvar, Ana Belén, Víctor Manuel et alii
consuetudinis, todos ellos con su pecho
estampillado con el detente del «No a la
guerra»? ¿No están oyendo el coro de los progres
tertulianos del pesebre, pidiendo la inmediata
retirada de nuestras tropas? ¿Y no el discurso
de Rubalcaba, Pepiño Blanco, el otro y el de la
moto, diciendo que España no se merece un
Gobierno que le mienta, y que presente como
atentado una acción bélica con resultado de
muerte de uno de nuestros soldados?
Pues dejen de hacer la ignaciana
composición de lugar y de pensar en las
musarañas de la ucronía. porque nada de esto
ocurre. Por el supremo principio de que como los
que gobiernan son los nuestros, los
progresistas, los que han logrado cercar a los
fachas y van a traer la paz que quiere la
ciudadanía (y el ciudadanío), pues, como
siempre, No Passssa Nada. Los del «No a la
Guerra», de Belinda. Bueno, sí pasa: que
Zapatero va a misa en la BRIPAC. Las misas del
arzobispo castrense, por lo visto, son laicas.
Como las misas por los muertos del Metro de
Valencia. A ellas sí es progre ir. Y no como
cuando las dice el Papa, que está hecho un
Ratzinger de mucho cuidado.
España, como bien saben, ha
ganado el premio al Juego Limpio en el Mundial.
La selección de fútbol, se entiende. Porque de
juego limpio en España hay cero cartón. Ni con
la memoria de aquella nación en silencio, hoy
hace años, cuando sin renunciar a la ley, sin
claudicar, sin rendirnos, esperábamos
sobrecogidos que sonara el tiro en la nuca de
Miguel Ángel Blanco. El juego limpio del
Gobierno aquí es, aproximadamente, como el
cabezazo de Zidane contra el pecho de Materazzi.
Llamo Materazzi a diez millones de españoles, a
la Constitución y al Estado de Derecho.