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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


¡Qué ciudadanía, Miquelarena!

ILUSOS de nosotros, nos creíamos en aquellos entonces de banderas verdiblancas que con la democracia y la autonomía iba a desaparecer la Andalucía de pandereta. La pandereta ni se crea ni se destruye: se transforma. Del capote de grana y oro alegre como una rosa pasamos a la tele rosa que da granazón de oro a los que van a los platós (de lentejás). No sé cómo el Estatuto de la Realidad Nacional no blinda a los friquis, cual la exclusiva del flamenco. El día que hubiera huelga de personajes andaluces o relacionados con Andalucía, la Tomatocracia tenía que hacer liquidación por cierre. Qué pena, casi todos de por aquí abajo, perpetuación de la pandereta. Y en esta pandereta mecánica, ahora, la historia tópica de la tonadillera y el bandolero. Como El Tempranillo arrejuntado con La Caramba, una cosa así. Así de antigua. Le pones un fondo de diligencias, catites y trabucos, y no te sale la Operación Malaya, sino ochocientos romances del 800 de Fernando Villalón, en los que Roca pone los caballos.
Y el pueblo, qué horror. Que ése sí que no cesa en sus peores instintos y que en el fondo admira al trincón y si pudiera haría igual: «Ná, los fachas, que no quieren que Arfonzo le ponga un despacho a Suenmano.» Pueblo al que en nuestra cultura urbana ahora llaman «ciudadanía». Antes no había más ciudadano que Orson Welles en Ciudadano Kane, pero esto se ha puesto de una ciudadanerío que da un tufo espantoso a Revolución Francesa sin guillotina y sin cafeína.
Ni el plomo ni la plastilina. El material más maleable es el pueblo español. Al que ahora llaman ciudadanía todos los que usan su nombre en vano. En la pandereta mecánica, hemos contemplado en Marbella la usual detención tapavergüenzas. Cuando ZP va a metérnosla doblada, qué casualidad, detienen a media docenita de chorizos ahumados. Chorizos como cortina de humo. En el habitual número de la cabra, España entera veía en vivo y en directo el prendimiento de Julián Muñoz a lo Antoñito el Camborio, y su enchironamiento en Alhaurín, Alhaurán, Alhaurín, bín, bán, la ley, la ley y nadie más (la ley para esto, no contra la ETA). Y la ciudadanía (y el ciudadanío) de Marbella, a pie de comisaría, lo insultaba a caño libre. De chorizo para arriba, toda la charcutería de dicterios en -ón. ¿Salud democrática? No, espanto de pueblo español, pendular, maleable, carne de guerra civil y de los eternos dos bandos, como para salir corriendo. Mi padre me decía: «Hijo, éstos son los que quemaron San Julián».
Los que insultaban a Julián Muñoz tras su prendimiento de pandereta no eran residentes suecos, criados en democracias avanzadas. Eran los mismos marbelleros que en las municipales del 2003 le habían dado la mayoría absoluta, y que en antes habían otorgado igual ordinariez de votos a un buda seboso y sudoroso con guayabera y ombligo al aire, de la misma calaña. Lo peor que le ha ocurrido a Muñoz es que ha dejado de ser de los nuestros. Casos mucho más graves de corrupción se han dado y se dan en estos días en Andalucía y no hay linchamiento alguno. En tierras del Piyayo a mí me da pena Muñoz y me causa un respeto imponente. Y los mismos que le llamaban de todo y por su orden son los que ven como lo más normal del mundo la pandereta vasca, que haberla hayla: el circo de Chapote en su autorretrato de la jaula de cristal de las fieras asesinas. El pueblo se deja manipular con el sofisma gubernamental: «La ciudadanía quiere la paz». ¿Con estas bestias asesinas está negociando el Gobierno? ¿El alto el fuego es Chapote coceando e insultando al Estado de Derecho? ¿A eso llaman paz, a que el Gobierno se ponga a la altura de Chapote, chapoteando en la sangre de Miguel Ángel Blanco o de Fernando Múgica que mancha las manos de los negociadores?
Este pueblo español como para salir corriendo, que lincha al mismo a quien dos años antes le dio mayoría absoluta, no le hace ascos al espectáculo repugnante de la negociación claudicante con los asesinos pintados por ellos mismos en la pandereta mediática. Hay que cambiar el «¡Qué país, Miquelarena!» Ahora debe ser: «¡Qué ciudadanía, Miquelarena!»
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