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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Fragatas y bergantines

Entre las muchas cosas buenas que tiene el mar, la mar, que tienen los mares, mare, es que por muchos votos que haya sacado, ningún alcalde lo puede recalificar. Lo mejor que tiene el mar, la mar, los mares, mare, es que en vísperas de elecciones los alcaldes no pueden hacer nada a costa de su infinita e imperecedera belleza. Ni hacerlo peatonal, ni ponerle farolas modernas, ni dotarlo de Metro, ni construir aparcamientos subterráneos, ni levantar hongos metálicos, ni enlosarlo, ni alzar rascacielos ni nada, oh, maravilla. Un amigo bastante campero que se compró una casita frente al mar, en primera línea de playa, me dijo la causa de su adquisición y de su agropecuaria deserción:
-Mira, yo tenía una casa en el campo, en un paraje precioso entre la vega y la sierra, sobre una lomita desde donde contemplaba los meandros del río y desde donde veía el atardecer impresionante en los montes azulencos de la neblina del horizonte. Pero, hijo, vino un cateto con dinero, que es una de las cosas peores que hay en el mundo, un cateto con dinero, se compró la finca que lindaba con la mía y construyó un par de naves para los tractores. Una nave me quitó la visión del río; la otra, la visión de la sierra. Y desde aquel mismo momento, decidí vender la casita, por lo que me dieran, y venirme aquí a esta primera línea de playa. Es peor que aquella, pero tiene una cosa única.
-¿El qué?
-Que en medio del mar, por mucho dinero que tenga, ningún cateto puede construirte una nave para los tractores y romperte la línea de horizonte.
Las naves que se construyen en el mar son los navíos de los sueños. Como los que levanta Cádiz, del Muelle Ciudad a los baluartes del rediente de San Carlos, en la Regata del Cincuentenario. Cádiz, que siempre es clásico, se ha puesto antiguo. A mí me suena ahora una letra que le escribí al tango caletero de Antonio Martín para el coro de La Viña, el año del «Takatá Chin Chin Pom Pom»:
Fragatas y bergantines,
yo quiero que te imagines
nuestra bahía que fuese un día
reina del mar.
Hoy no hay que imaginarse a la bahía de Cádiz meciendo en sus olas un sueño de fragatas y bergantines. Las fragatas y los bergantines están atracados a un sueño, surtos en el muelle de flamenco y carnaval, de segundo puente y piezas del Airbus. Cádiz parece otra vez aquella nueva Roma del comercio indiano, con marineros de aguardiente y ron, palo de Campeche embarcado en la carrera de Veracruz y caoba antillana del lastre desde San Juan de Puerto Rico. Cádiz vuelve a ser el faro de plata que alumbra a ambos mundos. Aquel emporio de riqueza del XVIII y del XIX en cada calle y cada plaza, con casapuertas de mármol de Carrara y torres miradores para ver los barcos venir; entre ellos la fragata «La Pepa» que traía a bordo nada menos que la Libertad y la Constitución. Aquel Cádiz entre la casaca y la levita, entre el Antiguo Régimen y el liberalismo, revive hoy en trinquetes, cangrejas, foques y velachos.
Los problemas de esta España a la que un nuevo Cavite interior está derrotando, quedan en tierra. Id a la Alameda, mirad a los marineros que largan el trapo de fragatas y bergantines en la libertad del horizonte de siempre, el mismito de Trafalgar. Sobre el mar que nunca cambia, que nadie puede recalificar para hacer naves para los tractores. Un marco incomparable en sentido estricto. Cádiz es hoy un marco para el viejo grabado en sepia de las fragatas y bergantines de su grandeza.
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