AHORA en el
verano, a la sombra de una sombrilla, como se
cantaba en la «Luisa Fernanda» que Plácido Domingo
bordó ha poco en el Teatro Real, da tiempo de leerse
el ABC enterito.
-Como que yo, en la playa, me leo
hasta la grapa...
No llego a tanto. Pero sí me leo
hasta la cartelera. Los cines de verano con techo de
estrellerío han sido sustituidos por los multicines.
Yo creo que es algo: ya hay multicines hasta en Lepe
(modelo para armar: hagan ustedes mismos el chiste
lepero de los multicines). Y me leo, como el resto
del año, las esquelas mortuorias. Las papeletas, que
dicen los que llaman «mecánico» al chófer. Si en una
copla cabe la vida, ya les contaré lo que cabe en
una esquela, más allá de la muerte. Son un tratado
de sociología parda. Las esquelas evidencian
verdades de la vida, hijos desheredados,
querindongas, barquinazos, grandes familias venidas
a menos sin que se les note y nuevos ricos llegados
a más notándoseles bastante.
El español es muy lector de esquelas.
Aunque a algunos les dan mal fario. Por ejemplo, a
Julio Iglesias, hijo de un gran lector de esquelas,
el doctor Iglesias Puga. El doctor Iglesias (q.s.G.g.)
llamaba muchas mañanas a su hijo hasta su casoplón
de Indian Creek para decirle:
-Julito, ¿sabes quién se ha muerto?
Y allá que le hacía el obituario oral
de algún conocido. Hasta que, harto de muertes, el
gran Julio le dijo un día:
-Papá, ¿pero es que en Madrid no nace
nadie, sólo se muere la gente? ¡A ver cuándo me
llamas para decirme que alguien ha nacido!
Ayer venía en el ABC una esquela que
el doctor Iglesias le habría leído a su hijo. La de
don José Mateos Recio. El señor Mateos tenía una
familia que, aparte de quererle, ha demostrado su
valor cívico. Pues bajo su nombre, con los tiempos
que corren, osaban poner: «Ilustre y legendario
aviador del Ejército de España y as de la Lufwaffe
como componente de la 4ª Escuadrilla Azul, con cinco
victorias aéreas y ampliamente condecorado por sus
acciones heroicas». ¿No quieren ustedes memoria
histórica? Pues ahí tienen «la otra» memoria
histórica, que dice Nicolás Salas. Pero, claro, ya
saben la copla de «La otra»: yo soy la otra, la
otra... memoria histórica, y a nada tengo derecho.
En esta España de la manipulación desvergonzada se
ve normal que se pongan esquelas de aviadores
republicanos que, tras ser derrotados en la guerra
civil, pasaron a pilotar aviones soviéticos del
dictador Stalin que bombardeaban, un poner, a la
población civil de Hannover. De esos pilotos sí
puede haber memoria. De los otros, no. Escandaliza
la cruz de sus esquelas como la del Valle de los
Caídos. Hay un clima de opresión en que las familias
tienen miedo a poner en las mortuorias lo que fue el
padre, el abuelo. Estoy harto de ver esquelas de
antiguos concejales de Sevilla en las que su familia
no se atreve a poner que fueron tenientes de alcalde
en la dictadura y que, con su mejor voluntad y
apenas sin sueldo, sirvieron con honor a su ciudad.
Incluso ha habido un primer teniente de alcalde
recientemente fallecido de quien ni siquiera ha
habido esquela, no se vayan a enfadar éstos que se
dicen tan amantes de la libertad y que están en el
poder haciendo lo que les da la gana y No Passsa
Nada.
Por eso me admiran familias como la
del heroico aviador Mateos, que se acuerdan de las
alas victoriosas de España y practican la valentía
de las esquelas en esta nación de víctimas de
primera y víctimas de segunda, en la que parte de la
Historia es la otra, la otra y a nada tiene derecho.
Como la familia de don José Fernández Cela, que hace
poco se atrevía a poner bajo su nombre: «Falangista,
presidente del Sindicato Vertical de la Piel». ¡Ni
Talavante tiene valor para pisar esos terrenos!