-- Si por pagar comisiones a los ayuntamientos para que te recalifiquen terrenos los jueces me condenan, van a tener que terminar pagando cárcel mis hijos, de la de años que me van a echar. Y no habrá cárceles suficientes en España si nos condenan a todos los promotores que hemos pasado por taquilla en los ayuntamientos...
Sobre el pim, pam, pum de El Pocero, sobre la marbellización de Seseña, tengo una teoría. La que encabeza este artículo: no se puede ser generoso. Todo esto le ha pasado a El Pocero, que nadie sabía que existía, porque lo ha conocido la gente tras prestarle el avión a su amigo del alma Ortega Cano, para un fin tan humanitario como traer a la pobre Rocío a morir a su tierra. La gente se enteró de que El Pocero existía cuando su avión llegó a Torrejón de Ardoz con Rocío a bordo y todo el tomaterío esperando a pie de pista con el canuto del teleobjetivo, que es lo menos objetivo que se despacha.
Por eso me alegro de que tras la muerte de Rocío y tras el acoso y derribo de su amigo El Pocero, los novillos de Yerbabuena le hayan dado dos alegrones a José Ortega Cano. El primer alegrón fue in partibus infidelium, en Azpeitia, ojú, un pueblo vasco, que cómo será de separatista, que celebran por todo lo alto la fiesta nacional española. En Azpeitia, pueblo con nombre de biografía de San Ignacio de Loyola, Ortega Cano echó una novillada de ensueño, a la que desorejaron el niño de Angel Teruel y otros hijos de matadores famosos de los que ahora encabezan el escalafón novilleril. Encierro que superó ampliamente al día siguiente, y no en un pueblo, sino en Las Ventas, donde echó otra novillada de dulce de Yerbabuena. Y donde al sevillano Daniel Luque, el torero nuevo de Gerena que lleva Tomás Campuzano, le tocó un novillo de dos orejas, que se las cortó, y de vuelta al ruedo, que se la dieron: "Indeciso", negro, número 40, que pesó 473 kilos, ¡un toraco!, que repetía en la embestida, y que al tomar la muleta hacía no digo ya el avión, sino...¡el Airbus!, qué novillos está sacando Ortega Cano.
Al que se le veía hasta con una sonrisa en su luto, una sonrisa de camisa blanca. Hijo, José, menos mal que te has quitado ese atuendo completamente negro, de camisa negra de palmero de Peret, de percusionista del cajón flamenco de José Mercé o de vendedor de miel de la Alcarria, que te pusiste a la muerte de Rocío. A la que invocaste en su cielo de Chipiona y te escuchó. Todos nos alegramos, José, de tu alegría de ganadero. Aunque ya no esté aquella tan grande, tan grande, que cuando llegaron las primeras vacas de Pedraja a La Yerbabuena quería hacerles las pezuñas y pintarles las cejas, para que enamoraran sementales que dieran estos novillos tan bravos.