EN el verano
era clásico que se abandonara a los abuelos y a los
perros. Como el apartamento es muy pequeño, la familia ha
crecido y el abuelo, que es una lata, no cabe allí, y
mucho menos luego, en los siete días y seis noches en el
hotel de pensión completa, donde la madre de familia
realmente veranea, sin cocina, sin fregona y sin ese
limpiador maravilloso que se llama casi como el City Bank,
pues se coge al ancianete, se le lleva a urgencias, esté
enfermo o no lo esté, se le pone ante los médicos lo peor
que se pueda, y con un poco de suerte, lo dejan ingresado.
Y si te vi no me acuerdo.
Y si se abandona al abuelo, ¿por qué no al
perro? Sobre todo si es la mascotita como de peluche, tan
linda, que le regalaron a la niña por Reyes y que luego
dio más obligaciones que alegrías. Cómo ha crecido este
perrazo. Y como no nos vamos a ir al apartamento primero y
al hotel luego con el perro, ya que hemos conseguido
largar al abuelo, pues cogemos al chucho y nos lo quitamos
de encima. Es facilísimo. Se coge al perro, se le monta en
el coche, se enfila cualquier carretera, se para en una
gasolinera, se le baja y se le deja allí. Que el perro te
mire con sus inmensos y profundos ojos tristes, como
preguntándote por qué lo abandonas, no es problema; los
mismos ojos ponía el abuelo cuando le decían «ahora
volvemos, papá», y, ya ven, allí continúa ingresado.
Abandonar perros y ancianos era cuestión de
particulares. Mas como la condición humana cada vez corre
con mayor velocidad hacia los peores hondones del alma,
hemos perfeccionado y ampliado el abandono por parte del
propio Gobierno. Al abuelo no lo abandonamos en el
hospital exactamente como a un perro. Pero un Gobierno sin
conciencia, que presume de humanitario y de solidario, sí
ha conseguido abandonar a seres humanos como si fueran
perros.
«Son seres humanos», dijo Don Zetapé tras
visitar un refugio de inmigrantes ilegales procedentes de
los cayucos del África Negra. Hubo quien se lo tomó a
chufla, como al Piyayo. Sin razón. Don Zetapé no dijo
ninguna tontería. El envío inhumano de los ilegales
africanos desde los refugios de Canarias a la península en
los aviones de la vergüenza necesita la aclaración que
hizo el ocupa de La Mareta. Aunque no lo parezca, los
negros que el Gobierno trae a la península para
abandonarlos como a perros son seres humanos. Sí, ya sé,
hay que hacer grandes esfuerzos para pensar que este
Gobierno que se dice tan progre ejerza de negrero. Y que,
como los viejos negreros que traficaban con carne humana
en las sentinas de los barcos, estabule a los inmigrantes
en aviones alquilados, y los suelte en cualquier ciudad
como a perro abandonado en gasolinera. A los perros, como
a los senegaleses de los cayucos, no se les da
documentación ni trabajo. Y se les deja de igual modo,
tirados a su suerte. De los perros abandonados se dice:
«Él no lo haría». El Gobierno sí lo hace con las humanas
perreras canarias de la negritud ilegal.
Este Gobierno negrero, ¿cómo puede luego
acusar de racismo ni de xenofobia a nadie? ¿Habrá algo más
racista y xenófobo que dejar a los negros tirados en un
aeropuerto, en una estación, en un metro, con una bolsa de
la Cruz Roja, una botella de agua y un bocadillo? Si son
ilegales, ¿cómo el propio Gobierno negrero perpetúa la
ilegalidad de su presencia en España? ¡Qué preguntas me
hago! ¿Qué es la legalidad, habré de preguntarme como
Pilatos sobre la verdad o Lenin sobre la libertad? ¿Qué
legalidad puede cumplir con los negros de los cayucos un
Gobierno que pastelea y hocica con las organizaciones
terroristas declaradas ilegales por él mismo y por la
Unión Europea?
Cuánta xenofobia, cuánto racismo
encubiertos en ese inhumano acarreo de negros, abandonados
como perros en la cuneta que lleva directamente a la
delincuencia y a la prostitución...