E L domingo que
viene, ya retornados todos a esta especie de Bosnia
con railes del tranvía que es la Sevilla de la
construcción de un sueño y la edificación de mil
pesadillas, pondré el despertador para levantarme a
hora de día del Corpus. No, más temprano: a hora de
mañana de Virgen de los Reyes. A hora de madrugón
sublime. ¿Que para qué me voy a pegar el madrugón?
Pues para irme al Puesto Verde, que es el quiosco de
mi barrio, en Rafael Salgado, y ser el primero en la
cola. Porque me imagino que habrá cola, e incluso
bofetadas, para comprar el ABC del domingo 10 de
septiembre, ya que dan la cartilla de cupones del
Monopoly de Sevilla. Y yo no me quedo sin esa
cartilla por nada del mundo, para ir pegando en ella
las peonadas de los 28 cupones que dará el periódico
de lunes a domingo. Hasta estoy por irme a la tienda
de camisetas de la cercada y polvorienta Avenida,
junto al Colegio de San Miguel, y encargarme una a
medida, en plan Fernando Rodríguez Avila, con un
letrero que diga: «El Monopoly de Sevilla es una
maravilla».
Desde que era niño aspiraba a tener
un Monopoly con las calles de Sevilla. Nuestra
generación no tuvo Monopoly. Se llamaba Palé. Entre
los muchos cambios que hemos conocido, hemos visto
cómo España pasaba de una dictadura a una democracia
y el Palé, a Monopoly. Palé que era madrileñín
total. Todo era Castellana y Serrano. O calle
Leganitos, que se le quedó nombre de Palé. Ahora
toda Sevilla tendrá nombre de Monopoly. La ciudad
más interesante para el juego más apasionante.
Porque no quiero ni pensar que el sevillanizado
Monopoly haya olvidado al PGOU y a Don Monteseirín.
Esta ruleta rusa que es hoy por hoy vivir en
Sevilla, tener un piso o un local en Sevilla, que te
coja la peatonalización como a Pompeya la sepultó la
lava del Vesubio. En la promoción del juego se dice:
«Diviértete con los tuyos por las calles de Sevilla.
Pon un hotel en la calle Sierpes, compra el Paseo
Colón y una casa en calle San Fernando.» Pues no
creo que sea para divertirse precisamente poner un
hotel en la calle Sierpes nada menos. ¿Cómo llegan
los turistas, con todo el centro cortado a la
circulación? Y ni te cuento comprar una casa en la
calle San Fernando, con la ruina que tienen en todo
lo alto los comerciantes y las denuncias que ponen
contra el Metro los vecinos a los que les han
horadado los cimientos de sus propiedades.
No me pierdo el Monopoly de Sevilla
por nada del mundo. Con Sevilla, el Monopoly es un
juego de alto riesgo inversor. Compras, un poner, un
local en la Plaza Nueva. Y como la peatonalizan, ¿tú
qué sabes lo que va a pasar con tu dinero de
juguete? Luis de Morales y San Francisco Javier
serán casillas en alza, seguro, mientras tener que
comprar en Rioja o en La Magdalena será como lo que
cantaba el pobre de Turronero, que Dios tenga en su
gloria: «Me tocó, me tocó el perder...»
Supongo que el Monopoly, como es de
Sevilla, incluirá el factor Pelotazo. Y la
información privilegiada, con el promotor que antes
era de Fuerza Nueva y ahora amiguete del PSOE, que
se queda con los terrenos donde va al lado una
estación de Metro. Y el Mangazo de la
Recalificación, seguro. Recalificaciòn con convenio
con Urbanismo, que tiene menos premio, y
recalificación por la cara, la chachi. Los niños les
dirán a sus padres:
-Papá, yo era Sandokán y tú eras
Urbanismo. Si consigo recalificar la fábrica de
Uralita en Bellavista, gano.
Y nada como lo de las facturas
falsas, que me imagino que vendrá en el juego
maravilloso. Igual que el Monopoly tiene dinero de
mentirijillas, el Monopoly de Sevilla tendrá
facturas de mentirijillas. Vamos, verdaderas
facturas falsas. Ya lo dijo el clásico: «La realidad
de la inversión en ladrillos imita al arte del
Monopoly».