EL lema de «La
Codorniz», que no llevaba un solo anuncio, decía: «Donde
no hay publicidad, resplandece la verdad». De ninguna
manera. Donde resplandece la verdad de los usos y
costumbres, de las mentalidades, de las modas, de las
tendencias, es en la publicidad. Los anuncios son parte
de la información. Y uno de estos anuncios me ha hecho
pensar en lo que estamos perdiendo de la que etnólogos y
antropólogos llaman «cultura material tradicional». Un
ejemplo: tú le enseñas a un niño el bieldo de una era, y
de momento se cree que la era es la Era Cuaternaria. Y
en cuanto al bieldo, el instrumento para aventar la
parva en la era y separar el grano de la paja, el niño
puede creerse que es una de estas dos cosas:
1.- El tenedor de Pedro Botero.
2.- El tridente de Neptuno.
-¡Qué optimista es usted! Si con estos
planes de estudio los niños no saben quién es Neptuno, y
mucho menos Pedro Botero... Dirán que el bieldo es un
tenedor de madera muy grande y ya está.
El anuncio que me ha hecho pensar en la
destrucción de nuestra cultura material tradicional es
de un barril de cerveza. Somos un país más cervecero que
Alemania. En Alemania celebran una vez al año la Feria
de la Cerveza, pero aquí, a efectos de espumosa o
salpicona, todos los días son de farolillos. Cerveza de
grifo, de lata, de botella, de botellón. Y ahora, de
barril doméstico. Pequeños barriles con su grifo y todo,
para que usted mismo haga en casa el campeonato de
tiradores de cerveza. Barriles que, calculo yo, no
tendrán más allá de los cinco litros, pero que la gente
los usa ya para las barbacoas del jardín del adosado,
para el cumpleaños, para la reunión de ver el partido
por la tele.
El barril que anuncian fresquito y
exudante de heladísimas gotas lo presentan con la
etiqueta de «autoenfriable». Supongo que tiene un algo,
un no sé qué, que hace que la cervecita se enfríe sola
dentro del barril, en plan tanque de salmuera.
-¡Qué novedad!
-No, qué antigüedad.
Estos cerveceros del barril autoenfriable
no lo saben, pero han vuelto a inventar el búcaro. El
búcaro, el botijo, el piporro, el pipote, el pipo o como
quiera que se llame en cada comarca andaluza. La vasija
de barro poroso, que se usa para refrescar el agua, de
vientre abultado, con asa en la parte superior, a uno de
los lados boca proporcionada para echar el agua, y al
opuesto en pitón para beber a morro. Los alfareros de
Triana o de Lebrija fueron los que desde muchísimo antes
de tiempos de Rege Carolo inventaron el barril
autoenfriable de barro, que es el búcaro.
Búcaro que ya ni se ve en las bacas de
los coches de cuadrillas, ni en los callejones de las
plazas de toros, que eran los últimos enclaves de su
mantenimiento. Los aguadores de las cuadrillas de
costaleros llevan un contenedor de plástico en vez de un
cántaro blanco de Lebrija, y en vez de búcaro los
mozospás de las cuadrillas toreras llevan una botella de
agua mineral con el pitorreo del pitorrito, como la
nostalgia del piporro para beber a morro.
Yo evoco un sopor de siesta veraniega de
mi infancia con el pregón del tío de los búcaros, de La
Rambla, de Lebrija o de Salvatierra de los Barros.
Llevaba en el serón de un borriquito los blancos o los
rojos búcaros y hacía sonar su voz en la calor de las
chicharras:
-¡Los búcarrufino...!
Pregón con chiste. Al oírlo, siempre
decía alguien:
-Ea, ya está este tío buscando a
Rufino... y sin dejarnos dormir la siesta.
Como Guzmán el Bueno en el relato de
Gandía, pero autoenfriable. Como el modernísimo
barrilito de espumosa con que han vuelto a inventar el
búcaro.