TRAS el carné
por puntos, los semáforos por puntos. Puntos de
luz. En casi todas las ciudades están renovando
los semáforos, ¿será por tirar los caudales
públicos? Los viejos semáforos de cristalote
rojo, ámbar y verde y lámpara gorda con
bombillón enorme están siendo sustituidos por
los semáforos de puntos. De intensos puntos
lumínicos que en su conjunto dibujan la torta de
Castilleja del disco rojo, verde o amarillo.
Aseguran que son más exactos, que el sol no da
reflejos equívocos y que ahorran tela de
electricidad. Igual que Esperanza Aguirre, en
plan olla exprés de Fidel Castro, te cambia la
lavadora por una que gaste menos luz, con la
energía que se ahorra con los semáforos por
puntos hay electricidad, ¿qué digo yo?, para
iluminar por lo menos tres chachachás de la
Nietísima del Generalísimo en la Televisionísima
Españolísima.
Hasta aquí, en la parte de los
discos de colores para los automovilistas, nada
que objetar a los semáforos por puntos. Da
gloria verlos cuando vas en coche y te los
encuentras en verde y sin embotellamiento. Lo
malo es la parte de los pasos de peatones. De
Olimpiada o de infarto.
La parte peatonal también
representa en lucecitas como digitales los
clásicos muñecos del rojo peatón que espera y
del verde peatón que puede cruzar. Si hubiera
sido la simple sustitución de luces en los pasos
de peatones, perfecto. Pero, ay, han puesto en
los pasos de peatones unos semáforos olímpicos,
de infarto. Usted los habrá visto, porque son
una ola que invade España, ¿quién se llevará la
comisión? Hasta ahora, llegabas al semáforo,
veías el hombrecito rojo, esperabas. Y te
disponías a cruzar tranquilamente cuando
aparecía el hombrecito verde. Ahora aparece el
hombrecito rojo, con puntos lumínicos. Muy
malamente dibujado, por cierto. Más que peatón
que espera parece el signo que viene en el
puerto del ordenador portátil para enchufar el
ratón. Pero vale. Lo malo es cuando aparece el
hombrecito verde. Empieza entonces o bien la
olimpiada, o bien el infarto. Porque, en efecto,
sale el hombrecito verde, pero... ¡corriendo si
hay que correr! Sería divertido, sobre todo para
los niños, esto de la conversión de los
semáforos en dibujos animados, Lunnis del Código
de la Circulación. Lo malo es la parte olímpica.
Mientras en la parte inferior el hombrecito
verde se pone a correr, a tajelar, como las
balas, en la parte superior aparece un segundero
digital que empieza una alocada cuenta atrás.
Según la anchura de la calle, 39,38,37,36, o 19,
18,17,16... Pero, Dios mío de mi alma, ¿esto qué
es, un semáforo o Cabo Kennedy? Yo aquí qué
tengo que hacer, ¿cruzar la calle o batir el
récord de los 100 metros lisos?
Es angustioso cruzar la calle con
un marcador olímpico señalándote la cuenta atrás
de los segundos que te faltan. ¡Qué estrés!
Sobre todo cuando se acercan los últimos y
entonces el hombrecito verde, que ya corría más
que el tío de la lista, se pone a carrera
abierta, como alma que lleva el diablo. Y con su
sombrero calado. Lo más ridículo es el sombrero
del corredor de fondo. ¡Si por lo menos fuera en
chándal de adosado y barbacoa, Pilates total!
No: va el tío perfectamente vestido, hasta con
sombrero, dispuesto a ganar los 100 metros lisos
del paso de peatones. Y a que nos dé el infarto.
Nunca hasta ahora habíamos pasado tanta angustia
para cruzar una calle. Claro, como el asfixiante
intervencionismo del Estado nos quitó del
tabaco, ahora cree que podemos correr los 100
metros semáforo en menos de 40 segundos, por mal
que estemos de pinreles y de fuelle
respiratorio. Lo raro es que nadie haya
protestado hasta ahora por este caso
generalizado de maltrato a peatones. Tanto
hablar del «español de a pie» y los pasos de
peatones de la cuenta atrás lo están poniendo al
borde del infarto, con una etapa contra reloj de
la Vuelta en cada esquina.