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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Otoño, del horror a la envidia

DÍAS de dorado otoño. San Miguel. Un San Miguel sin Feria de San Miguel. Los toros de esta Feria los ponen ya siempre en sus días sin farolillos de San Miguel. Las semanas que se acercan quizá sean las más hermosas para ver Sevilla. Cada vez que me lo preguntan así lo digo:
—¿Cuál es la mejor época para visitar Sevilla?
—El otoño.
Es una cuestión de luz. Sevilla con esta luz de otoño es una vieja dama, que a pesar de todo lo que la están haciendo sufrir conserva su hermosura. Sevilla con la tópica luz de primavera es una muchacha que te deslumbra; brilla tanto que no la puedes saborear con calma. Para ver Sevilla me quedo o bien con las largas tardes del verano o con estos días que cuando llega el día de San Jerónimo se nota ya a chorros cómo se acortaron. Vendimia de luz. Verdeo de luz. Granada abierta de luz. He aquí el encanto oculto de Sevilla en estas fechas. O de lo que queda de Sevilla. Porque la Plaza del Pan, tal como la han dejado a la pobre, comprenderán ustedes que está igual de horrorosa con luz de primavera, con luz de verano o con luz de otoño. La Avenida abosniada, mitad Bagdad, mitad Líbano, ya me contarán ustedes cómo está con luz de otoño. Tan de pena como en el verano y como habrá de estar en el invierno, Madre mía de los Reyes, los barrizales que nos esperan...
Y si son hermosos estos días de luz de otoño en Sevilla, nada digo en las playas. La costa de Andalucía la Baja encierra un Miami, una Florida, un Caribe que muchos desconocen. La gente se va a Santo Domingo buscando unos días de sol y tranquilidad, un clima, que se encuentran mejores, más baratos y más nuestros mucho más cerca en nuestro otoño playero. Basta irse unos diítas a la Playa Victoria de Cádiz, a La Antilla, a Punta Umbría, al Puerto. Maravilla de playas desiertas, con el encanto de los establecimientos del letrero de «abierto todo el año». Deliciosas mareas bajas sin la Yénifer y sin el Iván, sin el niñato jugando con la jodida pelotita y sin el altavoz de música tecno del chiringo a toda pastilla.
Me he venido unos días a Matalascañas, de la que me saben socio fundador, y he comprobado no solamente la maravilla de luz del otoño andaluz, la seguridad del clima tropicalito de este Caribe que tenemos tan cerca y no solemos usar fuera de temporada, sino que además me he dado cuenta cómo en cuestión de días puedes pasar del horror a la envidia. Lo explico.
Hace apenas 30 días, en pleno agosto, sonaba el teléfono móvil, al amigo que te llamaba le comentabas que estabas en Matalascañas y automáticamente te decía:
—¿En Matalascañas? ¡Qué horror! ¡Cómo tiene que estar eso de gente, qué incomodidad!
Sin que tu apartamento se haya movido una cuarta. Sin que hayan tenido que cambiar ni el mar, ni la Piedra, ni los pesqueros de bajura del horizonte. Basta que hayan pasado unas semanas, de final de agosto a final de septiembre, para que ese mismo amigo, cuando te llama y le comentas que estás en Matalascañas, te diga automáticamente:
—¿En Matalascañas? ¡Qué maravilla! Hijo, cómo te envidio, lo bien que se tiene que estar ahí... Ay, si yo pudiera hacer como tú, irme a escribir a la playa, ahora que está tan tranquilita...
Si el trabajo se lo permite, les brindo la idea. Váyanse unos días al chalé de Punta Umbría, al apartamento de Mazagón, a una oferta hotelera baratita de Cádiz. Llamen a todos los amigos desde allí, desde este Caribe playero de nuestro delicioso otoño. Se morirán de envidia.

 

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