EN
la Historia de esta Muy Noble, Muy Leal, Muy Cobardona,
Hipócrita y Difícil Ciudad que micer Francisco Robles y mi
prologado Alvaro Pastor Torres han bordado para Sevilla
TV, Borbolla dice que Sevilla es su nación. Los del Arenal
le ganamos. Decimos que nuestra nación es la calle San
Diego, o la calle Valdés Leal, o Varflora, o el Arco del
Postigo. Y como vecinos del Arenal podemos obtener un
preciado bien, la llave del tesoro: el chip que en el
mejor cahíz de tierra abre a tu coche el bolardo de Dos de
Mayo y le da alegría a su cuerpo con el subibaja. Tan
contentos estamos con el chip los del Arenal e islas
peatonales adyacentes, que hasta se lo enseñamos a los
amigos, como quien muestra en Puerto Banús el yate que se
ha comprado. Mejor. No hay dinero en el mundo para comprar
el mágico chip, salvoconducto para la ciudad prohibida a
los otros conductores. Como el cariño verdadero, el chip
del bolardo ni se compra ni se vende. Borbolla mismo, por
mucho que tenga a Sevilla como nación, no tiene chip para
entrar por Dos de Mayo, ea, rabia, rabiña. Eso queda para
los nacionales del Arenal, que chip en mano nos sentimos
como San Fernando cuando el rey moro Axataf le dio las
rendidas llaves de Sevilla, dicho sea con permiso del imán
de la mezquita de Los Bermejales.
Llegará el día en que cuando
vengan huéspedes ilustres, en vez de las simbólicas llaves
de Sevilla, les darán un chip de plata de la escuela de
Marmolejo, llave maestra para todos los bolardos del
centro. El huésped ilustre, cuando el alcalde le entregue
solemnemente el chip en lujoso estuche de piel, dirá,
extrañado:
-Se han confundido, maestro:
éstas no son las llaves de la ciudad, esto es un chip...
-Son las verdaderas llaves
de la ciudad, ilustre señor huésped. Con las llaves no
podría usted ir ni de aquí a la esquina, pero con este
chip, de momento puede pasar el bolardo de Dos de Mayo y
llegar al Arco para comprarle los calentitos a Angela, la
sobrina de Juana.
Las hermandades del barrio
¿tendrán que pedir el bolardo, como ahora la venia en La
Campana? Las Aguas del Postigo, ¿cómo va a pasar el palio
de la Virgen niña de Guadalupe, si no tiene el chip del
bolardo de la esquina del Mesón de la Infanta? Y cuando La
Carretería vuelva por Temprado, como el diputado de cruz
no lleve el chip del bolardo en su plateada canastilla,
prontito van a poder cantarle saetas a la Virgen del Mayor
Dolor en el tablao de Curro Vélez.
Estoy encantado con la
modernidad del bolardo. Lo que no me gusta nada es el
nombre. No perdamos las voces clásicas. En Sevilla siempre
hubo bolardos: les decíamos marmolillos. Bolardo es un
anglicismo, de «bollard». Aquí es marmolillo. Sevilla
estaba llena de marmolillos, fustes de columnas romanas de
Itálica. Con la revolución industrial, los marmolillos se
hicieron de hierro fundido, pero conservaron el nombre.
¿Habrá algo más bellamente contradictorio y sevillano que
un hierro hecho verbalmente marmóreo? Pero bolardo... Por
favor: marmolillo de toda la vida. Hay que ser muy
marmolillo para llamar bolardo al marmolillo.
Aunque esto del nombre no
les importa nada a las solteronas del Arenal, que están
con el bolardo mucho más contentas que los avecindados
conductores con chip. Bulla de solteronas puretonas
calentonas habrá en la calle Dos de Mayo. Cuando vean
subir y bajar el bolardo, tan voluptuosamente fálico, se
les caerán dos lágrimas como dos yacuzis. Sobre todo
cuando pase un coche, aquello baje, fláccido y pendulón,
para luego, en un plisplás, resurgir en electrónica
erección con todo su esplendor y gloria. ¡Qué poderío, qué
trapío, qué envergadura! Vamos, ni Pipi y el Conde Lecquio
juntos. Como que alguna hasta llamará al 010 del
Ayuntamiento: «¿Me pueden decir el teléfono del fabricante
de los bolardos, que me quiero poner uno en mi dormitorio
para mí solita?»