A
esta Sevilla cada vez se la comprende menos. O
mucho está cambiando, o mucho la están
cambiando. Será porque hay paisano y
correligionario de Alfonso Guerra que adapta a
la ciudad su frase sobre España: «A Sevilla no
la va a conocer ni la madre que la parió». Lo
digo por la novelería ante las obras en curso.
El alcalde ha comparado las críticas a su
Sevilla en Estado de Obras con las que en su día
se hicieron contra la Expo, cuando todo era «de
cara al 92» y Tomás Balbontín decía:
-¿De cara al 92?
De cara, al 92 le están echando toda la cara del
mundo.
El alcalde tenía
que haber profundizado en su comparación para
darnos las claves de novelería que no acabamos
de encontrar. En vísperas del 92, con aquellas
molestias de las obras, salvo los que éramos
objetores de Expo (cuatro gatos), los sevillanos
estaban encantados, presa de la novelería. Todos
deseandito que terminaran las obras para ir a la
Expo a divertirse. La gente hizo colas enormes
para sacar los pases de temporada mucho antes de
la inauguración. El sevillano, sería por
novelería, tenía ganas de Expo. Le pedía el
cuerpo Expo. Quizá para revivir lo que sus
abuelos le contaron de la Iberoamericana de
1929.
Ahora no veo por
parte alguna aquellas ansias de cortar la cinta
del futuro. El sevillano quiere que las obras se
acaben, sí, pero no para montarse en los
cacharritos, como en la Expo, sino para que se
terminen las molestias. O estoy equivocado (lo
que ocurre cada lunes y cada martes), o el
sevillano novelero no tiene el menor interés por
montarse en las calesitas del Metro o del
tranvía. Veo ahora más objetores de Metro que
entonces de Expo. Entonces decías que la Expo
era una barbaridad, que iba a acabar con la
Sevilla entrañable y provinciana de toda la
vida, que iba a propiciar los pelotazos y no las
inversiones productivas, y te tomaban por loco,
descalificándote con el clásico:
-¡Tequí iyá!
Ahora no. Ahora he
escuchado a muchos que muestran su temor por el
Metro. Su miedo al Metro. Canguelo ante la
seguridad del Metro. Abundan los que dicen que
no se piensan montar en el Metro ni muertos:
-¿Yo en el Metro?
¿Para que cuando esté pasando por debajo del río
empiece a entrar agua como en el Titanic? ¡Tequí
iyá!
Los que tal dicen
convencen inmediatamente a su audiencia: pánico
general anticipado. Mucha campaña de seguridad
tiene que hacer el Metro para que se les quite a
los sevillanos ese miedo. Pero es que el
tranvía, ni eso. El tranvía no da ni miedo. La
gente no expresa el menor interés por montarse
en el tranvía, por verlo, por estrenarlo. Si
abrieran la taquilla del bonobús del tranvía, al
contrario de los pases de la Expo, no habría la
menor cola. Por no hablar de los incrédulos del
Metro, los que creen que no llegará a circular
nunca y que lo taparán de nuevo, como Manuel del
Valle hizo la otra vez.
Y eso que cuando
se ha creado ese latente estado de opinión no
había aparecido todavía la misteriosa mancha del
líquido extraño de la tuneladora en las aguas
del río, junto al puente de San Telmo, y que
ahora a lo mejor, ¿quién sabe?, brota como un
géiser en el cortado Paseo Colón.
-Es que la
tuneladora pierde aceite...
¡Noooooooooo! No
diga usted que la tuneladora pierde aceite.
Porque aparte de que es políticamente
incorrecto, como se entere el alcalde, va y la
casa en el Salón Colón con otra que cosa para la
calle...