COMO
(casi) todo el mundo, el alcalde tiene un blog. El blog es
un cuaderno de bitácora, un diario de navegación,
personalísimo, con pensamientos y sentimientos propios,
que muchos ponen en Internet para que la gente lo visite y
añada sus comentarios. En la presentación de su blog (www.smsevilla.blogspot.com),
el alcalde dice: «He creado esta bitácora para transmitir
mis opiniones y experiencias personales y, por supuesto,
de mi vivencia como Alcalde de esta ciudad irrepetible que
es Sevilla. Me comprometo conmigo mismo a mantenerlo todo
lo actualizado que pueda, sabiendo que la tarea que
desempeño es tan exigente con mi tiempo, que es posible
que a veces no esté completamente al día. Mi blog admite y
agradece los comentarios. Me comprometo a leerlos todos, y
a publicar aquellos que traten de cuestiones propias de
Sevilla, grandes o pequeños asuntos de interés para la
ciudad y la ciudadanía, sobre todo aportaciones, ideas,
propuestas. Una red de ciudadanos tratando cosas de
Sevilla.»
En su bitácora, el alcalde
presenta muchos proyectos; pone fotocomposiciones de cómo
va a quedar Sevilla cuando termine de construir el sueño
de esta pesadilla; desgrana entrañables recuerdos
familiares. Pero se le van las mejores. No da su
anecdotario de alcalde, siete mil millones de veces más
interesante que toda la bitácora. Pude escuchárselo la
otra noche de viva voz. Tras su despedida, Eduardo Dávila
Miura nos reunía en torno a una copa en la Casa de los
Guardiola. Y en una tertulieta simpática, hablaban de un
arquetipo local muy interesante: el sevillano que para por
la calle al famoso, para decirle algo, pedirle algo o
darle el coñazo. Le preguntaron al alcalde si lo paraban
mucho por la calle y qué le decían. En el Scila y Caribdis
de la gracia y de la guasa de Sevilla, confesó que, la
verdad, cuando lo paran por la calle, de guasa, poquita;
alguno que está en la barra de un bar con unos amigotes y
con la copa puesta, lo ve pasar y sale tras alardear ante
los presentes: «Ahora se va a enterar el alcalde de lo que
le voy a decir...» Y de gracia, mucha. Contó el alcalde
que venía un día andando de su casa al Ayuntamiento y lo
paró un trianero:
-Alcalde, quillo, ¿habéis
encontrado ya el tesoro? A ver si encontráis pronto el
tesoro, hijo, porque hay que ver que tenéis a Sevilla
entera levantada buscando el dichoso tesoro...
El tesoro que están buscando
son los votos de las municipales. Pero eso ni lo dijo el
trianero con gracia, ni lo dijo el alcalde, ni lo voy a
decir yo. Lo que sí dijo el alcalde en la tertulieta de la
despedida de Dávila es lo que le soltó una señora que lo
paró por la calle:
-Está muy bien que hagan
ustedes tantas obras por los barrios, pero, hijos, ¿por
qué no dejáis al centro de Sevilla en paz?
Óle. No sabía la señora que
dio en todo el bebe: esas dos Sevillas, los barrios contra
el centro, van a ser el eje de la ola de demagogia que nos
espera en la campaña electoral de las municipales. Campaña
en la que el alcalde, seguro, a poco listo que sea, usará
el comentario de una clásica pergamino de Sevilla, una
señora de toda la vida de misa en el Ángel y té en Ochoa.
Pasaba el alcalde junto a las obras de un aparcamiento y
lo paró, muy respetuosa, la buena señora para darle las
quejas. Tras escucharla, el alcalde le dijo:
-Señora, estas obras que
tanto le molestan son de un aparcamiento subterráneo que
estamos haciendo.
Y la otra, como un personaje
de Manuel Halcón en el diálogo de la mujer fría, va y
suelta:
-Pues no sé qué tontería
ésta de hacer tantos aparcamientos, si en casa tenemos
garaje de toda la vida...
Sevilla pura. Sin bitácora
del alcalde. La bitácora viva de la gracia y la guasa de
Sevilla.