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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los cromitos de Hendaya

PORFA, que las piquetas de los gallos no sigan cavando, buscando la aurora roja, porque a este paso va a resultar que Hendaya nunca existió. Nos pasamos media infancia y toda la adolescencia oyendo hablar de los dos... bastones que Franco le echó a Hitler en la estación de Hendaya y se va demostrando que todo era tan falso como el chachachá de su nieta en el «Mira quién baila» o como la fotografía trucada que han encontrado en los archivos de la agencia Efe. La dictadura puso con engrudo torpón las siluetas de Franco y de Hitler sobre la foto del desierto andén de Hendaya como nosotros pegábamos los cromos de Zarra y de Arza en nuestro álbum de futbolistas. Los amigos germanófilos de mi padre comentaban en la tertulia de su sastrería que se habían librado de ir otra vez al frente y de una nueva batalla del Ebro a orillas del Rhin porque España no había entrado en la Segunda Guerra Mundial gracias a que el puntualísimo Franco, el reglamentista, el ordenancista Franco había llegado adrede con retraso a su cita con Hitler en Hendaya.
Eso les contaron a ellos en el No-Do y en el parte de las 10. Incluso estuvimos por pegar lo de Hendaya en el álbum de los cromos de futbolistas, con Gainza y Basora, con Epi y Puchades. En España había habido dos goles: el gol de Zarra en Maracaná a la Pérfida Albión y el gol de Franco en Hendaya a la Invicta Germania.
Pero ni plantón a Hitler ni nada. Tararí del cornetín. Cuento de Calleja. Foto trucada. Franco nunca llegó tarde a Hendaya. Estaba allí cubriendo carrera de alfombra roja en espera del genocida germano desde las mismas claras del día, pues no hay nada que le guste más a un militar que hacer las cosas muy temprano. La frase famosa del 23-F, «ni está ni se le espera», probablemente es una reescritura que hizo Sabino Fernández Campo de la que le dijo Antonio Tovar a Franco cuando llegó a la desierta estación. Franco se bajó del vagón regio de su tren, vio allí la camisa azul de Antonio Tovar, que iba de intérprete de lengua alemana, y le preguntó por Hitler. A lo que Tovar respondió:
-Excelencia: Hitler no está, y se le espera... dentro de dos horas. Así que más vale que vuecencia se suba otra vez al tren y descabece un sueño, que son las 5 de la mañana, joé. ¿Vuecencia cree que éstas son horas de salvar a la Patria?
En ese momento fue cuando el reportero de Efe tomó la foto de la estación vacía. Dentro del vagón estaba Franco, destroncadito, profundo. Los ronquidos se oían en Berlín. De modo que cuando llegó Hitler no había nadie esperándolo. Y fue allí cuando Hitler pronunció en alemán la frase que andando el tiempo le copió Tarradellas, traduciéndola al catalán:
-Ya soc aquí...
-Pues aquí no hay nadie, Mein Führer. ¿Dónde se habrá metido este jodido dictador gallego?
España no entró, gracias a Dios, en la Segunda Guerra Mundial no porque Franco llegara tarde a Hendaya, sino porque llegó demasiado temprano. Pues mientras los mariscales de campo y los mariscales de playa de Hitler buscaban como posesos a Franco por toda la fotografía desierta de la agencia Efe, el chusquero dictador germano farfullaba:
-¿Cómo vamos a consentir que sean nuestros aliados unos tíos bajitos, morenos, con cara de haber fornicado poco, que llegan tarde a la cita con la Historia y hay que echarles un galgo para encontrarlos? ¡Demasiado tenemos ya con los macarronis de los cojonis de los italianinis!
Debe seguir la barojiana busca por los archivos de Efe porque, como ven, arrojan mucha luz sobre las reescrituras interesadas y manipuladas de la Historia. Pues nada digo del día que aparezca la foto del famoso abuelo de su nieto sobre un fondo de mineros asesinados por la compañía a su mando en la Revolución de Asturias. Pero una foto de verdad, no de cromito pegado con engrudo.
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