CON decir que
hasta fui al médico, para ver si lo mío era grave, creo
que lo he dicho todo. No me encontraba nada bien. Sentía
un desasosiego, una comezón del alma, un reconcomio
interior, un no sé qué que queda balbuciendo, que, no sé
cómo explicarlo, me traía sin sueño. El doctor me miró
la lengua (y el habla) y me dijo:
-Lo que tienes es la preocupación natural
por la realidad nacional de Andalucía. Y es lógico. Eso
nos tiene quitado el sueño a muchos andaluces. ¿Mira que
si no aprueban que Andalucía es una realidad nacional?
¿Qué va a ser de nosotros y de nuestros hijos si no nos
reconocen como realidad nacional?
Menos mal que Dios es grande en el Sinaí
de San Lorenzo y que estos padres de las patrias
andaluza y española, tan atentos siempre a las
preocupaciones más inmediatas de los ciudadanos, a los
problemas diarios que verdaderamente nos interesan, han
aprobado en el Congreso de los Diputados que Andalucía
es una realidad nacional.
Como debe ser. Y por unanimidad. No
esperaba menos de ellos.
Se acabó el tártago del regomeyo. Hoy me
siento flex. Ya soy una realidad nacional. No sé cómo
hasta ahora habíamos podido vivir sin ser una realidad
nacional. Y en cuanto al arte flamenco, ni te cuento. No
sé cómo los andaluces hemos podido vivir hasta ahora sin
tener blindada la exclusiva de las competencias sobre el
flamenco. Era el sueño de todo andaluz bien nacido: ser
una realidad nacional y tener las competencias
exclusivas del flamenco. Que en la TV sigan saliendo las
andaluzas en el papel de chachas; que esto sea un
rentable granero de votos; que durante los últimos 25
años se haya montado aquí un régimen intervencionista
que todo lo controla y subvenciona, donde cada vez hay
más Junta de Andalucía y menos sociedad civil... Eso no
preocupa a nadie. Como tampoco preocupa que fueran
andaluces la mitad de los mil asesinados por esa ETA
ante la que estamos hocicando. Como no preocupan
Marbella y los cientos de Marbellas del mal endémico de
la corrupción, que la corrupción en Andalucía sea como
el bocio en Las Hurdes. Nada de eso importa a los
andaluces.
Hasta con frenesí, solamente comparable
al difunto fervor autonomista que tuvo el pueblo en el
28-F, la clase política ha suplido el entusiasmo
ciudadano (y ciudadana) por un Estatuto que nadie ha
pedido que reformaran. En el 28-F de entonces, los
andaluces estaban entusiasmados con su autonomía; por
ella mataban y morían, como Caparrós. En el 2-N de
ahora, los únicos entusiasmados con la autonomía son los
que viven de ella y en ella tienen su sueldecito y el
pan de sus niños.
El gallego Rajoy dice que la realidad
nacional es un adorno. Peor. Andalucía es otra vez el
pase de la firma, el kikirikí, el trincherazo de España.
Lo de siempre. Pinturerías de la escuela sevillana. La
parte cómica del espectáculo. Cataluña y las Vascongadas
son el toreo al natural; los andaluces, el adorno de la
charlotada, El Bombero Torero con deuda histórica. Ah,
claro, será por lo del cante. Aparte de que Colombia
puede reclamar la competencia exclusiva de las
colombianas y Fidel Castro de las guajiras, como
Rodríguez Ibarra va a pedir al Constitucional que le
respeten lo suyo de Porrinas de Badajoz, queda muy bien
la habitual nota folclórica de adorno. Cuando Andalucía
es la realidad nacional, sí, pero como el nombre antiguo
de Telefónica o como RNE: Realidad Nacional de España.
No es la realidad nacional del adorno corrupto de
Mienmano, sino de Picasso y de Velázquez, de Aleixandre
y de Juan Ramón, la que le da a España los premios Nobel.
Toro de Osborne que le presta su identidad a la bandera
nacional de España.
Y vaya diíta en que han aprobado el
paripé de la unanimidad, tú. Con la de fechas que tiene
el año, no podían haber elegido otra que el Día de los
Difuntos. ¿Por quién doblan las campanas, tío Ernesto?
Ah, claro, es por lo del derecho a la muerte digna,
eufemismo del matarile de ancianos y nasciturus. Muerte
digna que reconoce la realidad nacional del cante por
sevillanas: «En Sevilla hay que morir». Menos mal que de
momento nos libramos de la felación obligatoria, por
aquello otro de «En Cádiz hay que mamar».