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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Ya soy una realidad nacional

CON decir que hasta fui al médico, para ver si lo mío era grave, creo que lo he dicho todo. No me encontraba nada bien. Sentía un desasosiego, una comezón del alma, un reconcomio interior, un no sé qué que queda balbuciendo, que, no sé cómo explicarlo, me traía sin sueño. El doctor me miró la lengua (y el habla) y me dijo:
-Lo que tienes es la preocupación natural por la realidad nacional de Andalucía. Y es lógico. Eso nos tiene quitado el sueño a muchos andaluces. ¿Mira que si no aprueban que Andalucía es una realidad nacional? ¿Qué va a ser de nosotros y de nuestros hijos si no nos reconocen como realidad nacional?
Menos mal que Dios es grande en el Sinaí de San Lorenzo y que estos padres de las patrias andaluza y española, tan atentos siempre a las preocupaciones más inmediatas de los ciudadanos, a los problemas diarios que verdaderamente nos interesan, han aprobado en el Congreso de los Diputados que Andalucía es una realidad nacional.
Como debe ser. Y por unanimidad. No esperaba menos de ellos.
Se acabó el tártago del regomeyo. Hoy me siento flex. Ya soy una realidad nacional. No sé cómo hasta ahora habíamos podido vivir sin ser una realidad nacional. Y en cuanto al arte flamenco, ni te cuento. No sé cómo los andaluces hemos podido vivir hasta ahora sin tener blindada la exclusiva de las competencias sobre el flamenco. Era el sueño de todo andaluz bien nacido: ser una realidad nacional y tener las competencias exclusivas del flamenco. Que en la TV sigan saliendo las andaluzas en el papel de chachas; que esto sea un rentable granero de votos; que durante los últimos 25 años se haya montado aquí un régimen intervencionista que todo lo controla y subvenciona, donde cada vez hay más Junta de Andalucía y menos sociedad civil... Eso no preocupa a nadie. Como tampoco preocupa que fueran andaluces la mitad de los mil asesinados por esa ETA ante la que estamos hocicando. Como no preocupan Marbella y los cientos de Marbellas del mal endémico de la corrupción, que la corrupción en Andalucía sea como el bocio en Las Hurdes. Nada de eso importa a los andaluces.
Hasta con frenesí, solamente comparable al difunto fervor autonomista que tuvo el pueblo en el 28-F, la clase política ha suplido el entusiasmo ciudadano (y ciudadana) por un Estatuto que nadie ha pedido que reformaran. En el 28-F de entonces, los andaluces estaban entusiasmados con su autonomía; por ella mataban y morían, como Caparrós. En el 2-N de ahora, los únicos entusiasmados con la autonomía son los que viven de ella y en ella tienen su sueldecito y el pan de sus niños.
El gallego Rajoy dice que la realidad nacional es un adorno. Peor. Andalucía es otra vez el pase de la firma, el kikirikí, el trincherazo de España. Lo de siempre. Pinturerías de la escuela sevillana. La parte cómica del espectáculo. Cataluña y las Vascongadas son el toreo al natural; los andaluces, el adorno de la charlotada, El Bombero Torero con deuda histórica. Ah, claro, será por lo del cante. Aparte de que Colombia puede reclamar la competencia exclusiva de las colombianas y Fidel Castro de las guajiras, como Rodríguez Ibarra va a pedir al Constitucional que le respeten lo suyo de Porrinas de Badajoz, queda muy bien la habitual nota folclórica de adorno. Cuando Andalucía es la realidad nacional, sí, pero como el nombre antiguo de Telefónica o como RNE: Realidad Nacional de España. No es la realidad nacional del adorno corrupto de Mienmano, sino de Picasso y de Velázquez, de Aleixandre y de Juan Ramón, la que le da a España los premios Nobel. Toro de Osborne que le presta su identidad a la bandera nacional de España.
Y vaya diíta en que han aprobado el paripé de la unanimidad, tú. Con la de fechas que tiene el año, no podían haber elegido otra que el Día de los Difuntos. ¿Por quién doblan las campanas, tío Ernesto? Ah, claro, es por lo del derecho a la muerte digna, eufemismo del matarile de ancianos y nasciturus. Muerte digna que reconoce la realidad nacional del cante por sevillanas: «En Sevilla hay que morir». Menos mal que de momento nos libramos de la felación obligatoria, por aquello otro de «En Cádiz hay que mamar».

 

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