OTRAS artistas,
o famosas, o simples chupaplatós, ponen los asuntos
litigiosos en manos de «mis abogados». Siempre en
plural: «Mis abogados». Letrados en cuadrilla,
picapleitos por colleras para sus faenas de acoso y
derribo. Isabel Pantoja, no. Isabel Pantoja ha puesto en
manos de su poeta las penas negras en este marbellero
escándalo que le intercalas una hache y te sale un verso
de García Lorca o un romance de Benítez Carrasco: el
caso Malhaya. «Malhaya sea el dinero, / malhaya sea el
parné, / que ha metido a aquel que quiero / en la trena
de Jaén». A esto le pone música Manuel Alejandro y son
75.000 copias vendidas. Disco de platino.
A mi admirada Isabel Pantoja no le han
escrito el comunicado «mis abogados» como a las otras,
las otras, que tanto saben de Derecho, sino su poeta. Su
Rafael de León y Arias de Saavedra, que cuando Isabel
empezaba en el artisteo la cuidaba como a la niña de sus
ojos que era. La enseñó a mover la bata de cola como
nadie por los escenarios y le escribió sus primeros
éxitos del garlochí o del pan calentito migaíto en el
café. Desde su palco de la Sociedad de Autores del
cielo, Rafael de León ha venido a echarle una mano a
Isabel, para que no se interrumpa la «Rapsodia Española»
de la poesía popular. Quizá tío Rafael de León me oyó
aquella noche triste de Chipiona, cuando esperábamos en
el santuario que llegara como una ola ya sin vida el
cuerpo de Rocío Jurado, para velarla al pie su Virgen de
Regla. Isabel, tan Maribel como en sus años de alumna de
Juan Solano y de Rafael de León, llegó a Chipiona con
Julián Muñoz, novio mío, siempre novio, y al llanto de
sus ojos de gafas oscuras por la muerte de la compañera
le dije:
-Isabel, cuídate, porque ahora sí que
eres la última de peina y volantes que nos queda...
Desde su gloria macarena, Rafael de León
la ha ayudado a cuidarse, y le ha escrito este
comunicado-copla del amor roto, que en esta España de
las corrupciones y en aquella Marbella de las
recalificaciones a tanto la pieza es como su póstumo
poema del desamor, una canción desesperada que viene
pidiendo música, maestro, Maestro Quiroga.
Miren, miren qué arranque de copla en el
comunicado poético, en la reescritura de «La otra», que
esta vez se llama Mayte y tiene mechas: «He sido
engañada / durante tres años...», Perfecto de metro, de
rima, de acentos. Te dan ganas de enchufar la máquina de
la escritura automática de tío Rafael de León y que
continúe la primera letra de la copla hasta el
estribillo. Cómo suena a zambra. Hasta se oye el zum zum
de la percusión en la orquesta de Juan Solano: «He sido
engañada / durante tres años, / mas tengo reaños / en mi
corazón, / te digo que apaños / contigo no quiero, /
desprecio el dinero, / púdrete en prisión...».
A esto le falta el Sargento Ramírez, un
anillo con una fecha por dentro, la cárcel de oro, el
pena de muerte al ladrón, el ayayay de por qué te vistes
de negro. Porque de «sin embargo te quiero», nada: ni
mijita migaíta en el café. Todo despecho, dolor, el
mejor Bécquer, que es el precedente del universo poético
de Rocío y de Concha, de Juana y de Lola: «Cuando me lo
contaron sentí el frío / de una hoja de acero en las
entrañas».
Y si bueno es ese arranque del
comunicado-copla ya citado, el «he sido engañada /
durante tres años», ¿dónde me dejan esto otro, antes de
llegar a la coda de paso? Oigan, oigan: «Estoy pasando
un momento muy amargo...». Miren cómo sigue la escritura
automática del comunicado compuesto por el poeta
defensor de Isabel, este pozo sin fondo de la amargura,
sin el que no hay copla del desamor posible, conforme a
los cánones del género: «Estoy pasando un momento, / un
momento muy amargo, / lo quería y sin embargo / conmigo
no era sincero./ Pá la otra, manilargo, / hasta sacos de
dinero, / cuentas en el extranjero, / y a mí como un
pordiosero / suplicaba: «Dame argo». / Por eso me
desespero, /¡qué momento más amargo!».
Sigue cuidándote, admirada Isabel Pantoja.
Que ida Rocío Mohedano, eres la última mohicana de esta
copla tan triste que suelen ser los desamores en la
vida.