NO,
no es una excavadora grande, de las que parecen
monstruos prehistóricos con su cuchara articulada,
rebanadora de albero en Los Suelos Que Perdimos. Por
cierto, antes que se me olvide. Antier noche, en la
iglesia del Convento de Santa Inés, donde la abadesa Sor
Clara pisa millones y resiste la tentación de las nuevas
y rentables desamortizaciones eclesiásticas que mandan a
las monjas al Aljarafe y se quedan con los conventos.
Antier noche, decía, Alvaro Pastor Torres presentó su
libro «La muchacha de bronce de Sevilla», que les
recomiendo. En un ambiente tan de Maese Pérez el
Organista que no sabías si se presentaba un libro o iba
a empezar la Misa del Gallo, dijo el presentador Manuel
Jesús Roldán que en Los Suelos Que Perdimos están
poniendo a Sevilla como si la delegada de Urbanismo
fuera Isabel Preysler: Porcelanosa total. Entre
Porcelanosa y Ferrero Roché, matizo. Si la Avenida va de
Porcelanosa y oro, la Plaza del Pan es ya Ferrero Roché,
en la novelería cursi, derrochona y cateta a la que
llaman modernidad.
Pero íbamos por la
excavadora, antes que nos metiéramos en los bollitos de
Santa Inés. La excavadora que digo no es grandota y
mastodóntica, sino tamaño cadete. Es la máxima culpable
del follón circulatorio de Sevilla. En Madrid sabes que
si a las 8 de la mañana te metes en la M-30 o en la A-6,
embotellamiento seguro. En Sevilla, no. En Sevilla es
más divertido. Como una lotería o la Primitiva del
simpático perro Pancho que cobra su premio y se lo gasta
en perras callejeras en el Caribe. En Sevilla nunca
sabes dónde ni cuándo te encuentras el embotellamiento.
Están, sí, los clásicos: entradas desde el Aljarafe,
carretera de Utrera, Glorieta de San Lázaro, etc. Pero
son los menos. Esos están localizados en tiempo y en
espacio. Los peores son los asilvestrados, los que están
fuera de programa. Eso de que a las 5 de la tarde, un
poner, te encuentras embotellado el Muro de los
Navarros. O que a las 11 de la mañana la cola de coches
de Santa María la Blanca llega hasta la Cabeza del Rey
Don Pedro.
Ya sé por qué ocurre esto
del embotellamiento loco e imprevisible: por culpa del
tío de la excavadora. Una excavadora pequeñita,
amarilla. Siempre amarilla. Manejada por un tío de casco
y chaleco reflectante, que lleva una valla, también
amarilla, en la breve cuchara de la excavadora. ¡No
tiene peligro ni ná el tío de la excavadora! Mucho más
que una espasnúa. Están, por un lado, las grandes obras,
que si el Metro, que si el Tren Playero al que llaman
tranvía, que si el Por Saco del Carrilbici... Eso no
tiene la menor importancia. Lo peligroso es el tío de la
excavadora.
Está La Pasarela así de
coches, ¿no?, a las 9 de la mañana. Bueno, pues viene el
tío, y sin encomendarse ni a Monteseirín ni a Carrillo,
llega con su excavadora amarilla, baja la valla que
lleva en la cuchara y la plantifica justo al lado de la
Fuente de las Cuatro Estaciones, tapando dos carriles de
circulación de los coches que vienen de la Ronda hacia
El Caballo. Colocada la valla, coge, pone allí la
excavadora...
—Y se lía a hacer la
zanja.
—No, se lía con la viena y
el chopepó, que es la media hora de bocadillo...
El follón de coches que se
forma no es para descrito: pitazos, Sinfonía para Claxon
y Totus Tuus... Y el tío, como si nada, se pone allí
tras su valla amarilla, dale que te pego, con toda la
parsimonia, a hacer una zanja por las mismas razones que
el tranvía con que se ha emperrado el alcalde: nadie
sabe por qué ni para qué. Y cuando ya ha acabado de
fastidiar la marrana en La Pasarela, coge el tío, pum,
pum, pum, y se va al Paseo Colón, y plantifica la valla
delante de la Torre del Oro, y, hala, a hacer otra
zanja. Ayer de mañana lo vieron por la capilla de Los
Negritos, y luego, delante del Hotel Macarena. Por la
tarde colapsó él solito Reyes Católicos y cuando remató
la faena, se fue a La Magdalena y no quiero ni contarte
la que lió delante de la salida del aparcamiento de las
antiguas Galerías. Hoy... nadie sabe por dónde puede
aparecer, ni a qué hora.
El alcalde mandará mucho
en el Ayuntamiento, pero en este peligrosísimo kamikaze,
en el tío de la excavadora amarilla, no manda nadie más
que sus santos... eso-que-dijimos.