Sevilla
es un Saturno que si no devora a sus hijos, por lo
menos no les echa la menor cuenta. Sus hijos son los
pueblos de la provincia. Son ya 104. El común de los
sevillanos cree que son 102, pero no, Sevilla, como si
fuera Bertín Osborne, ha tenido dos niños más, la
parejita, hasta los 104. Para los que Sevilla es el
espejo, la madre y maestra, norma, canon. Y a los
hechos me remito. Ya hay pueblos que piden Metro.
Pueblos que piden tranvía. Los pueblos peatonalizaron
las calles del centro. Cuando Sevilla peatonalizó
Tetuán (y Tánger porque todavía no había llegado
Monteseirín), todos los pueblos, imitallll, se
pusieron como los locos a hacer peatonales sus calles
principales. No hay pueblo que se precie que no haya
estrenado calle peatonal con macetones y bolardos a la
sevillana.
Ahora los alcaldes de
pueblo han venido a Sevilla, han visto la que su
colega Sánchez ha liado en todo el centro y se han
puesto a imitarlo. Todos quieren hacer su Placita
Nuevecita. Ejemplo: el Salón de Écija. Parece primo
hermano de la Plaza Nueva en obras. Como la palma de
la mano. Si toda torre de pueblo que se precie (y la
Ciudad de Écija las tiene a manojitos) dicen que se
parece a la Giralda, toda plaza de pueblo que se
precie ha de ser a partir de ahora como la Plaza
Nueva. Sé de pequeños pueblos que ya han arrasado la
ordenación romántica de sus plazas del Ayuntamiento,
les han arrancado los árboles, quitado el albero y los
bancos, y las han puesto marmóreas y porcelanosas, a
imitación de la Plaza Nueva. En estos días, señores,
nos estamos cargando el concepto romántico, bello
hasta en la palabra que lo designaba, de la plaza
consistorial: el Salón. El de Écija se llama todavía
así, aunque cuando terminen las obras le quedará
solamente el nombre. La Plaza Nueva de Sevilla,
resultado de los derribos del siglo XIX, era el más
claro ejemplo de salón romántico. La plaza era como la
pieza principal de la casa de todos que era la ciudad:
por eso le decían el salón. Salones románticos con
cornucopias de palmeras, estrados de bancos con
respaldo de hierro fundido, consolas de puestos y
aguaduchos. Todo ese concepto ha sido borrado de un
plumazo, sin que nadie proteste en la ciudad del No
Passssa Nada. No es que hoy se inaugure la Plaza Nueva
del siglo XXI: es que hoy se celebra el solemne
funeral por la primigenia Plaza Nueva del siglo XIX,
que ya desapareció para siempre.
Y si se quedara todo en
la capital... Pero a esta tormenta de obras le pasa
como a las meteorológicas: que va para Carmona. Para
Carmona y para todos los pueblos de la provincia. Si
yo viviera en un pueblo, le prohibía terminantemente a
mi alcalde que fuera a Sevilla en una temporadita
buena. Porque el alcalde de pueblo viene a Sevilla,
ve, por ejemplo, el Por Saco del Carril Bici y en el
primer pleno ordinario propone:
-Señores, vamos a hacer
un Carril Bici que vaya desde el Lejío de la Feria
hasta la ermita de San Isidro, que eso es lo ecológico
y lo moderno. ¡Como en Sevilla!
Y lo hacen. ¡Vamos que
si lo hacen! Como el centro peatonal. Tengo que llamar
a algún Servicio de Estudios que debe de haber en la
Diputación para estos fines y preguntar cuántos
pueblos de la provincia están ahora mismo haciendo
peatonal todo el centro, al sevillano modo. Sé de uno
donde para sevillanizar la plaza de toda la vida van a
llegar mucho más lejos que en la capital. En Sevilla,
de momento, se ha salvado el monumento de San
Fernando. En ese pueblo que digo quieren quitar del
centro de la plaza el monumento del hijo ilustre de la
villa, porque no es nada moderno. Porque es justamente
romántico, como el diseño y concepto todo de estas
viejas plazas del ayuntamiento con su reloj, su torre,
sus naranjos, sus bancos y sus niños jugando a la
rueda, rueda.
Benavente (Benavente el
de verdad, don Jacinto, no el que va a ganar la Liga)
decía: «Bienaventurados nuestros imitadores, porque de
ellos serán nuestros defectos». Ahora diría:
«Desgraciados los pueblos de la provincia, porque
ellos imitarán todo lo de Sevilla, pero para peor». Si
eso es posible. Que no lo creo.