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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Machín, las migas y el alcalde

En el bronce de la escultura de Guillermo Plaza Jiménez inaugurada en San Roque, las maracas de Machín están como dice la comparación popular sevillana: más negras que las maracas de Machín. Y nos evocan la Cuba que Sevilla lleva dentro. Sevilla es La Habana con un solo negrito: Machín. A Sevilla, cuando se perdió Cuba, es como si se le hubiera muerto alguien de la familia. Como más se perdió en Cuba, la encontramos en la Casa de la Moneda. Con su restauración, la Casa de la Moneda perdió lo más habanero que tenía: el encanto de la decadencia. Hay una novela habanera dentro de Sevilla, con embarcados y goletas, que no se ha escrito: la Sevilla de los Marañón. Que se hicieron ricos en Cuba y volvieron a la Sevilla del XIX, comprando en la Desamortización bienes nacionales que la hidalguía local no podía adquirir porque olían a azufre... y porque no tenían un duro. Los Marañón y los Lavín compraron la Sevilla que iba de la Lonja a la Puerta Jerez: el convento de Santo Tomás, el Seminario de Maese Rodrigo, la Casa de la Moneda. Y a las calles interiores de la Casa de la Moneda, tan habanera en su arquitectura de ida y vuelta, le pusieron los nombres de los municipios donde tenían los ingenios azucareros que los habían hecho ricos en su añorada Cuba: El Jobo, Guines, Matienzo. Y a la calle principal, Habana. En esa novela no escrita está una Marañona medio mulatona, sentada en su mecedora colonial de caoba, fumándose un puro y escandalizando a media Sevilla.
Probablemente Antonio Machín se sentía en Sevilla como en su casa porque aún olía el veguero de Vuelta Abajo de la Marañona mulatona en su mecedora, con su pericón, su lorito y su danzón en el piano. Machín llegó a Sevilla huyendo de Hitler. Estaba en el París de 1939 cuando empezó a oír un son aterrador para judíos, gitanos y negros: las botas hitlerianas avanzando hacia los Campos Elíseos. Machín se acordó de su hermano Juan, de Juan Lugo Machín, que se había establecido en Sevilla, en la calle Aguilas, con un taller de fontanería. El plomero Lugo había venido a Sevilla para construir el Pabellón de Cuba en la Exposición Iberoamericana y se había quedado. Llegó Machín con su cucurruchito de maní y sus dos gardenias, y quedó tan prendado de Sevilla que se casó con una sevillana. Desde aquí, entre bolerazos a las tanguistas del Casino de la Exposición convertido en cabaré y canciones para el disco del oyente, el manisero se fue a triunfar en toda España. Tras haber descubierto que la cofradía de Los Negritos la había fundado el arzobispo Mena a su medida. La Virgen de Los Negritos era la de los Angeles. Eso no era una cofradía. Era un bolero suyo bajo el palio de Juan Miguel Sánchez: la Virgen de los Angelitos Negros, que también se van al cielo sevillano. Por una de cuyas últimas esquinas pasa otro músico cubano errante, Pepín el Caballo, trompeta prodigioso, que vaga por la ciudad llevando en la mano la batuta de la orquesta de son y guaguancó que ha perdido.
Guaguancó... Menudo guaguancó el domingo, con el bronce nuevo de Machín frente a la capilla de Los Negritos. La hermandad da unas migas. No unos moros y cristianos o un asopao cubanos, no: unas migas. Las migas las carga el diablo. ¡Vaya merienda de negritos! Porque está allí el alcalde del partido laicista chupando maracas de Machín, estrechando vínculos con el lobby cofradiero y haciendo y repartiendo migas. ¡Qué buenas migas hace el alcalde del partido laicista con las hermandades! Y viceversa: qué buenas subvenciones reciben las cofradías del poder laicista. Las maracas de Machín cantan su guaguancó: «Que no se puede querer/dos mujeres a la vez/y no estar loco». Las migas del alcalde con las cofradías y de las cofradías con el alcalde desmienten el guaguancó. Y confirman lo que escribía ayer, con dos...maracas, Álvaro Ybarra a propósito del Manifiesto Laicista del PSOE: «A la vista de las consideraciones expuestas en el documento referido resulta difícil digerir la absoluta incoherencia que supone tratar de recluir las prácticas religiosas al ámbito privado y a la vez presidir una procesión de Semana Santa o del Corpus. Claro que esta doble moral que algunos aplican para darse un baño de popularidad tiende a refugiarse en la consideración de que las manifestaciones religiosas no son tales, sino celebraciones de carácter lúdico cultural».

 

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