Vencedor del tiempo. Aún tenemos en la memoria la escultura de música en el tiempo de una media verónica, de un natural, de un desplante de Romero.
En silencio, como se fue de los toros. Qué bonito es el silencio. El silencio del campo de Gambogaz donde, guardando las vacas de Queipo de Llano y oyendo los oles desde la plaza de Sevilla, empezó a soñar con querer ser torero. El silencio de aquel cuarto del Hotel Cecil Oriente, el día del debú con caballos en Sevilla y de las dos orejas de "Radiador". El silencio de los cuartos del hotel después de "Flautino", de "Soneto", de las siete puertas grandes de Madrid, de las cinco puertas del Príncipe. El silencio de la Dirección General de Seguridad aquella noche del toro al corral. El silencio del portalón de cuadrillas de Las Ventas al día siguiente. El silencio de la enfermería de Zafra cuando el cornalón. El silencio de las fichas de dominó sobre el mármol de la Peña Trianera. El silencio de los pinares de Aznalcázar, toreando de salón en la soledad. El silencio de la Bella Sombra con el amor de Carmen. La perfección del silencio. Lo malo, Curro, es el sentido del tiempo. Muchas veces te dije que eras para todos nosotros el retrato de Dorian Grey. Desde aquella tarde del debú con los novillos de Benítez Cubero, eran tantos años ya que ni nos acordábamos. Llegaba otra temporada, y tú estabas allí abajo siempre, liado para el paseo, y nosotros estábamos allí arriba, para esperarte, siempre hay que saber esperar. Torero de virtudes teologales, de fe, de esperanza. Y cuando te veíamos como eterno vencedor del tiempo, nos creíamos que las hojas de los almanaques no habían pasado. Que como tú estabas allí igual que siempre, perfecto, nosotros también estábamos allí igual que siempre, fuera del tiempo. Que aún teníamos 17, 22 años, y que estábamos viéndote con los seis de Urquijo, o con el sobrero de Clemente Tassara aquel día del Corpus, o con el toro de Garzón en Las Ventas. Que nosotros éramos también, contigo, vencedores del tiempo. Nos mirábamos en el espejo de un capote, este capote de ahora, el capote del árbol del amor de Carmen, y nos creíamos que estábamos viendo todavía aquel capote de 1957, cuando Mondeño se cayó del cartel y fuiste al mato de los melones a decirle a tu padre que el domingo toreabas en Sevilla. El domingo, Curro, seguirás toreando en Sevilla. Siempre seguirás toreando en Sevilla, porque la última verónica que te vimos en La Algaba echando la pata alante, aún no han terminado. Aún la seguimos contemplando, despacio, siempre despacio, eterno vencedor del tiempo. Al que derrotamos con el recuerdo de tu capote. Hemos pasado del Pipo a Taurotoro, de la Casa Camará a la Casa de Gran Hermano,
del microsurco al DVD, del Conde de Mayalde a Gallardón, del hornillo de petróleo al microondas, de Manfredi a Justo Algaba, de las purgaciones al sida, del Protectorado de Marruecos a los eurodiputados, de Doña Concha a Rocío, de Doña Carmen a Sonsoles, del aviso de conferencia a Movistar, de Auxilio Social a las ONG, del cisco picón a la energía solar, del caldo gallina a la ley antitabaco. Y el único que aquí sigue siendo el mismo es Curro Romero, escultura de música en el tiempo, Quevedo puro: "Solamente lo fugitivo permanece y dura". Solamente permanece la eterna y perenne fugacidad de un capote vencedor del tiempo, al que se podrían aplicar los versos del cante de su amigo Camarón:Curro Romero, Curro Romero,
eres la esencia de los toreros.