PROBABLEMENTE
a usted, lector, le ocurrirá tres cuartos de lo
propio que a servidor: que está desolado. No por
la depre prenavideña de quienes odiamos las
presentes y antonomásticas entrañables fiestas. Y
nada digo de las odiosas comidas de empresa, donde
los cuchillos de dar puñaladas por la espalda a
los compañeros a lo largo del año te los
encuentras en el cubierto, junto a la servilleta.
Mi desolación es porque pienso como usted: que no
debemos de ser nadie. Porque ésta es la hora en
que nadie me ha sacado un hijo secreto. Asistimos
a la Pasarela Cibeles del desfile de hijos
secretos... a voces. Pronto nos venderán como
exclusiva que Don Juan de Austria era hijo secreto
del Emperador. Los hijos secretos antes se
dedicaban a ganar batallas de Lepanto y a dejar
mancos en ellas a los príncipes de las letras, a
los que ponían un estanco en forma de novela del
Ingenioso Hidalgo. Ahora los hijos secretos se
dedican a tocar la guitarra. Y sus santas madres,
a hablar con los paparazis por el telefonillo.
No sé cómo Alianza
Editorial, lo mismo que ha sacado «Protocolo
moderno y éxito social», de mi amiga la embajadora
Carmen Losada de Cuenca Anaya, donde explica cómo
coger en las comidas de Navidad el cuchillo de
pegar puñaladas por la espalda a los compañeros de
trabajo, no publica un manual de autoayuda para
esta moda que a algunos nos coge con el pie
cambiado: «Tenga usted un hijo secreto en diez
días». Sería utilísimo. Pondría al día los
saludos:
-¿Tú mujer y tus
hijos bien?
-Muy bien.
-¿Y tus hijos
secretos?
-Todos
perfectamente, tocando la guitarra y con sus
madres hablando por el telefonillo.
Como no existe ese
libro de autoconstrucción y autoayuda, no le han
sacado todavía un hijo secreto a mi admirada
Isabel Pantoja. Sería la cuadratura del círculo.
Del Círculo de Ladradores, naturalmente. Bueno, y
si el hijo secreto, en vez de carne de la carne de
la Pantoja, es carne de la carne de presidio de
Julian Muñoz, ni te cuento. ¡Que paren las
máquinas!
Esto de los hijos
secretos es más antiguo que el hilo negro. Había
en Sevilla un personaje, Juan Najela de Levante de
los Corsarios, que es una pena que Arturo Pérez
Reverte no conociera cuando vino a acariciar la
piel del tambor y el metal de las cornetas. Se
llamaba Miguel Criado. Su título nobiliario era El
Potra, con grandeza de la Puerta Larená, de cuya
Universidad era profesor emérito de Gramática
Parda. El Potra era veedor de toros bravos. Abrazó
la misma profesión que su padre: barbero. Su padre
afeitaba caras de parroquianos en el Baratillo y
El Potra afeitaba toros. Había conocido todas las
grandezas y miserias del toreo a ambos lados del
Atlántico. Hombre bragado, le decía las verdades
en la cara al mismo lucero del alba. Juan
Belmonte, cliente de la barbería de su padre, lo
sacó de pila. Por lo que se corrió la voz de que
era hijo secreto del Pasmo de Triana. Una tarde de
feria, después de los toros, en la barra del Hotel
Colón, se le acercó un tío de por ahí muy
esaborío, que a cara de perro le preguntó:
-Oiga usted, Potra:
¿es verdad que usted es hijo de Juan Belmonte?
Y el Potra, sin
inmutarse, señalando a un aficionado vasco que
allí estaba, enorme de alto y fuerte, con un
morrillo así de gordo, le dijo, repentizando en su
genialidad:
-No, mira, yo no soy
hijo de Juan Belmonte. Pero ese vasco tan grande
que está ahí me acaba de decir que tú eres hijo de
Joselito el Gallo, so hijo de la gran p...
Y se dio media
vuelta con el vaso de güisqui y fuése. Y
cervantinamente no hubo nada. Bueno, sí, quedó
esta moda de atribuir a todo el mundo hijos
secretos. Pero la pena es que se quedan en el
artisteo y en la farándula. A mí me gustaría que,
como en el vapor de Atocha de la locomotora de
Caracol el del Bulto, ese roneo lo usaran en el
Despeñaperros de la política. Lo de Alejandro Sanz
o El Pescaílla no tiene el menor interés. Lo que
sería de parar las máquinas es que descubrieran
que, un poner, Zapatero es hijo secreto del 11-M y
de un pacto de tapadillo con la ETA.