POR
donde el rey Argantonio leyes en verso acuñaba. Y
por donde el Padre Hércules sus trabajos
completara cuando cogió la muleta, la espada se
echó a la cara y al toro de Gerión le pegó tal
estocada que le cortó las orejas entre el clamor
de la plaza. Por allí por donde el mar pone
claridad salada al gran río que en sus aguas va a
entregarle la cuchara. Por allí donde los linces,
los ciervos, las avutardas, la yegua, el
espurgabuey, antaño Coto de caza de los Reyes de
Castilla, de Godoy y la compaña. Por donde por
primavera hermandades gaditanas van camino del
Rocío rezando por sevillanas. Por donde pone
Bigote famosos chocos con papas, por donde los
langostinos son muy mayores palabras, por donde la
manzanilla es la reina soberana en cientos de
advocaciones, que si fina, que pasada, Aurora o
Cuarenta y Ocho, San León o La Gitana. En las
tierras de Tartesos, en la marisma huelvana, entre
el río y las arenas de aquella Paloma Blanca,
junto al faro de Chipiona, Rocío de luna blanca,
por Bonanza y Zalabar, cerca de Matalascañas, un
paraíso en la tierra, sueño de arena y retama, que
parece que fue Adán el que a sus cosas nombrara:
aquí el Palacio del Rey, Cerro del Trigo y la
Raya, y un horizonte difuso de pinares de
Aznalcázar, las lagunas del Hondón, los lucios y
las espátulas, y ese flamenco rosado que hasta
parece que baila y le va diciendo óle con su vuelo
aquella garza...
Y enmedio del
paraíso, en el Coto de Doñana, suelen pasar
vacaciones los presidentes de España. Las mangaba
allí Felipe, Aznar también las mangaba, y las
manga Zapatero con sus dos niñas del alma, ésas
que tiene prohibido que las saquen retratadas, no
sé si por adefesios o por qué razón extraña. En
Doñana el presidente de turno que hay en España se
pega vida de príncipe, de rajá de Kapurtala, de
marqués de los de antes, de gorra, vamos, de
válvula. La mesa siempre dispuesta, la despensa
bien colmada, el jabugo a discreción, mayordomos y
criadas, y el avión hasta Rota con gasolina
pagada. Para personal disfrute hay cuatro leguas
de playa sin un sola sombrilla ni una gorda en su
toalla. Si quieren paseo a caballo, la cuadra está
preparada. «Echa vino, montañés, que paga el
pueblo de España». Pues no hubo gorrón alguno
presidencial en Doñana que al fin de las
vacaciones a recepción se acercara y dijera:
«¿Pueden darme la factura de mi estancia, del
vermú de mi señora y de las niñas las fantas?»
Incluso a pensión completa los extras siempre se
pagan, lo que allí nunca es el caso, pues allí
todo lo mangan los que van de presidentes con
vacaciones pagadas.
Y el señor Don
Zapatero, como la costumbre manda, se ha ido de
vacaciones hasta el Coto de Doñana. No digo de
Navidad, pues son vacaciones laicas: vacaciones
sin el Niño, sin nacimiento, sin nada. Vamos, de
«felices fiestas» tal como marca la tabla.
Si era mucha la
excelencia de aquella tierra huelvana, allá por
donde los pinos lloran en las sevillanas, si era
maravilla el Coto, ahora es más de la pensada.
Estando don Zetapé disfrutando de las Pascuas, la
ETA, sus amiguetes, los del Proceso de marras,
hombres de paz como Otegui y su criminal compaña,
en vez de tirar cohetes en fechas tan señaladas
como hacen los chiquillos de la casita adosada, un
gran bomba pusieron en la Te Cuatro, en Barajas.
Una anécdota, accidente en lenguaje de la casa. Un
paréntesis muy breve, sin la menor importancia. No
hay dos muertos como dicen los del PP, qué calaña.
Son dos desaparecidos, ¿la diferencia no captan?
Ni aquí se rompe el Proceso, ni aquí se interrumpe
nada: el diálogo lo más, pero pasado mañana
estaremos otra vez pactando con los etarras, y les
daremos Euskadi, y les daremos Navarra, y un jamón
con sus chorreras les daremos si hace falta. Y
dicen los muy malvados: «Vuelva el presi de Doñana,
concluya sus vacaciones, trabaje, vaya a Barajas,
dé el pésame a las familias, so mamón, da ya la
cara». No saben los desgraciados, que no conocen
España ni saben la geografía de la gran tierra
huelvana lo que dice aquella copla que canta por
sevillanas: «Zetapé, no te menees, Zetapé, sigue
en Doñana, que desde Las Marismillas, ¡lo bien que
se ve Barajas!»