Iba
a decir que me extraña que no se haya comentado
como es debido una frase que ha dicho el alcalde,
pero tal como están las cosas no debe sorprender
que nada asombre. De todo da igual, carros que
carretas, Plaza de los Carros que carretas del
Rocío. ¿No ocurren los dos asesinatos etarras de
Barajas y Sevilla apenas se conmueve? Con dos
muertos debajo de los escombros, Sevilla (y España
entera) no miraba a Barajas, miraba a la Puerta
del Sol para las campanadas de las doce, doce.
Estamos instalados en la cultura de la gamba
blanca y del tanque de salmuera, al avío, que se
va el tío. La capacidad de asombro, agotada. La
conciencia ciudadana, dormida, pega unos ronquidos
que se oyen en Pamplona. Por eso nadie ha reparado
en la frase del alcalde sobre la malajá. Era sobre
el robo de la carpa de la Copa Davis. Le
preguntaron y dijo:
-No ha sido un robo,
ha sido una malajá.
Ole. Más sevillano
no se despacha. Más típico no lo hay. Por este
lado me encanta lo de la malajá de la Copa Davis.
En esto el alcalde no ha tenido malage alguno. Me
encanta que el alcalde fije y dé esplendor a la
clásica y tradicional habla sevillana, sin las
cursilerías del lenguaje político. Los políticos
siempre están dirigiéndose al famoso «ciudadano de
a pie»...
-¿De qué va a ser el
ciudadano, usted, si no es de a pie, si este
alcalde lo está poniendo todo peatonal y no hay
quien encuentre un taxi libre?
Los políticos
mientan al «ciudadano de a pie» con un lenguaje
que no tiene nada que ver con lo que se habla y
cómo se habla en la calle. No se les cae de la
boca el referente, el reto, la cohesión, la
vertebración y el por aquí te quiero ver. Y cuando
el famoso ciudadano de a pie los oye, dice:
- ¡Tequiyá!
El alcalde, con la
malajá de la Copa Davis, se ha apuntado a esta
Realísima Academia del Habla de la Calle
Sevillana, en la que algunos estamos empeñados en
darle un cierto prestigio literario, al llevarla a
la palabra escrita. Asunto en el que, gracias a
Dios, no estamos solos. Manuel Ramírez tiene un
fino oído para llevar a sus artículos el habla de
la calle. Francisco Robles está haciendo
virguerías con la transcripción fonética de las
expresiones populares. José Félix Machuca siempre
nos trae el toque de la palabra llana y espontánea
que suena en la calle. Y no quiero seguir poniendo
nombres de compañeros de la escritura diaria para
que no se me olvide injustamente ninguno.
Pero el acierto
expresivo del alcalde tiene, ay, otra cara de la
moneda. (Bueno, de La Moneda, del Coliseo, de la
Delegación de Hacienda, de toda esa parte de por
ahí). Si por la boca muere el pez, el alcalde, el
pez más gordo de la política en Sevilla, ni te
cuento. Ya que el alcalde ha dicho que es una
malajá esa carpa perdida (que, al tiempo, acabará
hallando Joaquín Moeckel, defensor del arquitecto
municipal al que han querido largarle el mochuelo
de Lolo Silva), yo le propondría a Don Zoido que
hiciera desde la oposición el Censo Oficial de
Malajás del Ayuntamiento. Las malajás del
Ayuntamiento de Sevilla son tan innumerables como
los mártires de Zaragoza. Aquí salimos a docena o
docena y media de malajás por día. Empezando por
la malajá de las facturas falsas, que ahora se ve
clarísimo eso: que fue una malajá. O la malajá de
que corten el centro a la circulación. O la malajá
de la Avenida peatonal. O la malajá de empeñarse
en un tranvía carísimo e inutilísimo. O la malajá
de los postes de las catenarias, que dan ya pavor,
tan negros y tan gordos, por La Pasarela y por la
calle San Fernando. O la malajá de que el por saco
del Carril Bici nos vaya a costar 18 millones de
euros, según dicen, que no me lo creo. O la malajá
de que con todo este vistoso catálogo de tonterías
modernísimas el Ayuntamiento esté endeudado en 600
millones de euros.
Claro que, para
malajás, la malajá del propio alcalde. Muchos
sevillanos piensan que es, en sí mismo, la mayor
malajá que tiene que soportar Sevilla. Claro que
el domingo del Rocío tenemos la oportunidad de que
por lo menos elijamos una malajá por conocer.