VISTO
lo visto me pregunto si existió alguna vez Ermua
o si es un monstruo goyesco engendrado por el
sueño de la razón. Miguel Ángel Blanco nunca
existió. Ermua nunca existió. Mucho menos su
espíritu. Fue el sueño de una noche de verano,
toda una nación en pie contra el terrorismo, a
pesar de que esa nación se llamara España y no
Estados Unidos. Como aquel Fuenteovejuna de la
dignidad colectiva nunca existió, muchos miran a
los esforzados luchadores del Foro de Ermua como
a bichos raros, como a la Asociación de Amigos
de la Capa o al Club de la Boina. Que Ermua
nunca existiera, con lo lejos en el tiempo, en
la vergüenza y en la dignidad que queda, tiene
una cierta lógica. Pero Barajas tampoco existe.
A Casas Viejas le cambiaron el nombre para que
no trajera recuerdos de tiros a la barriga, y le
pusieron Benalup. A Barajas le cambiarán el
nombre dentro de dos o tres consejos de
ministros para que su memoria (histórica) no les
fastidie el paso alegre de la paz. ¡Lo que les
gusta a estos fascistas de hogaño, como a los de
antaño, el triste «paso alegre de la paz»!
La clásica
manifestación espontánea perfectamente
orquestada desde el poder ha sido el típex para
borrar el nombre y la memoria de Barajas, los
dos asesinados por la ETA. Como querer derrotar
a la ETA es un papelito que hay que poner al
día, Barajas es un accidente. Accidente de la
esencia, que es aceptar la derrota del Estado
con tal de permanecer en el poder.
Y si Barajas no
existe, ni te cuento Diego Armando Estacio y
Carlos Alonso Palate. De aquí a nada sabremos
que lo que les ocurrió a estos dos pobres
inmigrantes ecuatorianos fue un accidente de
trabajo. Por eso decía ZP que Barajas fue un
accidente. Hubo, en efecto, un lapsus: se le
olvidó matizar que fue accidente laboral. Y,
además, de medio indiecitos tabajaras, sudacas,
desgraciados de por ahí, que ni votan en las
municipales. Por eso, porque Barajas no existe y
porque aquello fue un accidente laboral de dos
trabajadores sudamericanos, de ahí el sindical
ardor guerrero de la UGT para convocar el típex
de la manifestación. Lo de Barajas se inscribe,
en todo caso, en la siniestralidad laboral. De
ahí que se quitaran los muertos de encima con
tal celeridad, devolviéndolos a Ecuador por Seur
10. Una vez quitados de encima, tranquilos. La
manifestación (¿contra qué?), catorce días
después de que Barajas dejara de existir. La
comparecencia parlamentaria del presidente del
Gobierno para explicar lo sucedido y la futura
política antiterrorista, al ya te veré,
diecisiete días después de los hechos. De los
hechos que nunca existieron, y que si existieron
los ha borrado el típex de la manifestación.
Que demuestra que
pese a toda la demagogia de la tolerancia y del
diálogo, del talante y del me alegro verte
bueno, aquí, señores, hay un hondón racista y
xenófobo de no te menees. Los profesionales del
antirracismo, los perseguidores de oficio de la
xenofobia han demostrado un absoluto desprecio
por Estacio y Palate. Como aquel accidente
ferroviario en las páginas de sucesos: «Los
muertos, afortunadamente, viajaban todos en
Tercera». Estos dos pobres hombres, ni de
tercera: de quinta. Dos muertos de quinta que no
van a estropearnos los fastos del Tercer Año
Triunfal de la Paz y del Proceso. Nada, nada, a
dialogar, a dialogar, hasta enterrarlos en el
mar. A los góticos del PP, claro, que no quieren
marcar el triste paso alegre de la paz.
Ante esta solemne
ceremonia colectiva del cinismo y de la
indignidad, muchos nos preguntamos qué hubiera
pasado si en Barajas, en vez de a dos
ecuatorianos, la ETA hubiera asesinado con su
bomba a un político del PSOE, a un magistrado
adicto, a un periodista de la cuerda. O sin
ponernos en objetivos habituales de la banda
terrorista: ¿se imaginan que la que hubiera
estado dentro del coche cuando la explosión
asesina, echando un sueñecito, haciendo tiempo
para esperar a Andreíta, que venía de pasar la
Nochebuena en «Ambiciones», hubiera sido Belén
Esteban mismo? Pero como no han matado a Belén
Esteban ni a nadie de los nuestros, y como aquí
somos tan antirracistas y tan antixenófobos,
hala, hala, que se oiga el clamor de la calle
pidiéndonos que reanudemos la rendición ante los
asesinos, a fin de que el gorrón cobarde de
Doñana pueda presentarse a las elecciones como
el Príncipe de la Paz.