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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Redoble para el armao decano

TRANQUILOS, macarenos, tranquilos, que este redoble para Pepe Hidalgo no es gracias al Dios de la Sentencia un gorigori, como cuando Ramón Ybarra volvió un Martes Santo a San Nicolás, Quini el alguacil hizo su último despeje de plaza en su caballo del Rocío de Sevilla, o Enrique Esquivias cumplió con el rito y la regla de su túnica por el camino más corto. Este redoble para Pepe Hidalgo, el cabotambor de la Centuria, es un gorigori en vida. Así hay que tributar los honores, cuando los que con su esfuerzo se los han currelado aún pueden recibirlos en plenitud de facultades, sin arrastrar los pies por la calle Sierpes, como decía Juan Belmonte que no quería que lo vieran, por eso se pegó un tiro en Gómez Cardeña con una pistola tan literaria como la de Larra.
Por «la CNN de las cofradías» que es ArteSacro.Org me entero que José Hidalgo López, director de la banda de tambores y cornetas de la Centuria macarena, ha sufrido un accidente de circulación, sin graves consecuencias gracias a La Que Está en San Gil, y que se recupera de tal modo que ya mismito está en la explanada del Hospital con los marciales ensayos de los armaos, sonido inconfundible de la Cuaresma.
Echo las cuentas, me acuerdo de Manolete Loreto, de Romerito, del Pancho, del Pijote, del Mono, de Manolín Ortega. Me acuerdo de Repiso, caboescolta de una escuadra de gastadores con perfil romano de mármol de Itálica, todos como primos de Trajano con un puesto en la plaza de la Feria. Y me parece que Hidalgo es el más veterano de los que siguen en activo, el decano de los armaos, el que encabeza la escalilla de mandos y tropas del Sentencia, según se comenta en el castrense cuarto de banderas donde seguro guardarán la enseña nacional centuriana del Pájaro. Pero el cabotambor no tiene quien le escriba. A Pepe Hidalgo, ay, le falta literatura, le falta mitología, cuando su estampa clásica y tradicional toda se la merece. Evocamos personajes cofradieros ya desaparecidos, que si el Brigada Rafael, que si Fatiga, que si Pepe el de las Salesas, cuando tenemos alrededor toda una galería riquísima de mitos vivos a los que no les ponemos la peana que resalte su grandeza. Y como no hay derecho, yo ahora formo a la Centuria mejor de la memoria, la que acaba de vestir Juan Manuel Rodríguez Ojeda con las corazas de costillas; la que lleva una banda que ha fundado Patón en persona, que es como decir el mismo Hércules de los tambores y las cornetas. Y la mando formar. ¡Presenten, aaaarmas! Presenten lanzas y desnudos espadines al arte de Hidalgo, redoblante arte inmarcesible del puro sonido a Policía Armada. Hidalgo, con su casco emplumado, su coraza, su enagüeta, sus baquetas y su tambor, con la misma majestad y gloria con que su tocayo El Pelao mandaba a la macarena tropa, con la recia marcialidad del Melli, le pasa revista, formada la gandinga junto al Arco del mismísimo Julio César y del azulejo de la Esperanza. Y una vez dada la novedad por el capitán Ignacio Guillermo Prieto, ante él desfilan, dando vista a la derecha, los armaos invencibles, a los sones de la marcha más garbosa que se escribiera nunca en la historia de la música militar: «Abelardo».
Tras lo cual, Hidalgo vuelve a nuestra memoria de madrugada, siempre redoblando, rufando albores de calentitos y aguardiente. Pasan blancas plumas por Las Siete Puertas, y allí, junto al manchado mostrador del pecado, está viéndolos pasar Florentino Pérez Embid, zagalón ángel anunciador, catedrático de Historia de los Descubrimientos, entre los que debe figurar el suyo decisivo de que verdaderamente La Que Está en el Arco es la Madre de Dios. Junto a los Hércules de la Alameda, las baquetas de Hidalgo, rufando gloria bendita sobre la piel del tambor de Sevilla. Es flamenco, macareno, de Manuel Torre, ese contracompás, contrapunto de la gracia. Cómo rachean sandalias y alpargatas a su conjuro mágico. Es el clarín del Brigada Rafael hecho redoble, repeluco y escalofrío de la memoria. Rataplán, rataplán marca el bordón de los roncos tambores, cuando Hidalgo rufa el suyo como en tercio de seguiriya, ayayay de una saeta. Nadie lo ha dicho nunca, y es hora de proclamarlo: Hidalgo no rufa su tambor; con él le canta a la Esperanza una redoblada saeta de amor desde hace más de treinta madrugadas.

 

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