TANTA
manipulación de la gala de los premios Goya (sin
premio) y tanta pipirijaina del titirimundi de las
manifestaciones de peaje del sindicato de actores
de la Bardem y del Bardem han conseguido lo que
parecía bastante complicadito: que buena parte del
público nacional (del rojo no digo nada) odie al
cine español. Cada vez son más los espectadores
que se han jurado a sí mismos no ver más una
película española, no sólo en las multisalas al
uso, sino ni en vídeo de alquiler o en la
televisión. Un amigo me dijo la otra tarde:
-Mira el cine que
echan hoy por televisión. La que no es de un actor
del «no a la guerra» es de un director del «sí al
Proceso», parece que las eligen, y te las meten en
tu casa sin preguntarte.
Tendría este amigo
que hacer como aquella señora gaditana que contaba
Pemán en los ya cincuentenarios albores de TVE. La
señorona de la calle Ancha a la que tío José María
le preguntó si se había comprado ya un televisor,
y le respondió muy digna:
-¿Comprarme un
televisor yo? ¿Para que la salita se me llene de
gente a las que no conozca de nada y que nadie me
ha presentado? Anda, ande con la televisión, don
José...
Como, a diferencia
de la viudita naviera, nos hemos comprado hasta la
televisión digital terrestre, se nos meten en la
salita todos los titirimundis progres que, en
efecto, no nos han sido presentados, pero que los
conocemos perfectamente: por sus obras de apoyo al
poder constituido, Sindicato Vertical del
Espectáculo en sesión continua, que respalda al
gobierno socialista con los Goya como apoyaba al
régimen de Franco en los premios del día de San
Juan Bosco.
Así que lo que nos
faltaba era que, encima, los Oscar vinieran a
reforzar este papel del cine español como criada
cultural del poder y aljofifa social de sus
errores. Eso estaba muy bien cuando el Oscar
servía para que el mundo entero se enterara de que
José Luis Garci no tenía ni puñetera idea de
hablar inglés, y que incluso pudiera contestar
como cuando le preguntaron a Lola Flores:
-Lola, ¿tú hablas
inglés?
-No, ni que Dios lo
«premita».
Ahora Dios, que es
grande en el Sinaí donde con unas letras así de
grandes pone «Hollywood», permite que a veces los
premios Oscar sean utilizados contra los
espectadores que han conseguido que odien al cine
español por la que se tienen montada los
titirimundis progres de la Visa Oro y la
solidaridad internacional con pasaje pagado en
Gran Clase, para los cuales a Carmen Calvo toda
subvención le parece corta y todo apoyo escaso.
Por eso hoy es un
gran día, si no para el cine, sí para los
espectadores españoles. Estaba en mi barrio a
mediodía, cuando de pronto, como cuando el Betis
marca un gol fuera, estallaron unos cohetes. «Qué
raro -me dije-, si hoy no hay fútbol.» Salí al
balcón. Y salí de mi perplejidad. En la calle,
unos señores, en efecto, no solamente tiraban
cohetes, sino que soltaban palomas y arrojaban a
babor y a estribor papelillos, serpentinas y
bocadillos de jamón. Desde arriba les pregunté:
-¿Ya estáis de
Carnaval?
-No -me
respondieron-, estamos de No Oscar.
-¿Cómo de No Oscar?
-Sí, celebrando que
no hayan nominado absolutamente para nada en los
Oscar al director manchego de la cabeza gorda que
dijo que el Gobierno de Aznar había intentado un
golpe de Estado y se quedó tan pancho. ¿Usted se
imagina lo que podría haber sido otro Oscar más
para el manchego, ahora con su amiguito ZP en el
gobierno? Demasiado suplicio vamos a tener ya con
Penélope Cruz, como para que encima hubiéramos
tenido que aguantar que una vez más que el de la
cabeza talla XL nos perdonara la vida por dignarse
hacer cine en España, siendo lo genial que es...
-Eso no es de los
Oscar, eso es de Estados Unidos. En Estados
Unidos, que es un país decente, se han dicho que
cómo van a nominar para los Oscar a un tío que se
va inventando por ahí golpes de Estado. Así que no
es que no lo hayan nominado: es que lo han puesto
en su sitio. Pero sigan, sigan tirando cohetes,
por mí no lo hagan, porque desde luego este No
Oscar hay que celebrarlo...