CUANDO
yo estaba en el colegio de
los jesuitas en Portaceli
me deslumbraban los
reversibles ingleses,
carísimos, comprados de
contrabando en Gibraltar,
que tenían mis
condiscípulos más
riquitos. Yo quería un
reversible, pero en casa
no teníamos posición para
comprarlo. El reversible
era un impermeable de
recia tela como encolada,
al modo del posterior
Barbour de los pijos, que
no había chaparrón que
traspasara. Y tenía por el
otro lado una cara de
tejido de lana, cheviot en
vistosos colores y
elegantes dibujos, ora de
espiguilla, ora Príncipe
de Gales. Mis compañeros
con reversible llegaban al
colegio las mañanas de
lluvia embutidos en su
agabardinado impermeable y
si al cabo de la jornada
escolar abría el día,
salían, oh prodigio,
vistiendo un gabán de
cheviot de lana inglesa
buena, buena, gordota,
pelín rascona, como las
chaquetas de Harris Tweed.
¿Qué había pasado para que
llegaran con gabardina y
salieran con abrigo?
¿Tenía Cornejo una
sucursal de su
guardarropía en los
percheros del colegio? No.
Era que mis compañeros
tenían un reversible,
prenda prodigiosa a la que
le daban la vuelta y la
elegante gabardina quedaba
en un instante convertida
en confortable gabán.
Cinturón, botones, capucha
si la hubiere, todo se
transformaba
maravillosamente.
Mi sino es admirar a los
del reversible. Sigo
admirándolos muchísimo.
Ahora no en el colegio,
sino en la contemplación
de España. En la política
se usa mucho el
reversible. El reversible
verbal y argumental, que
le da la vuelta a una
frase y deslumbra a todos,
como si nunca nadie
hubiera planteado el
aserto contrario. En el
colegio el reversible lo
tenían sólo los compañeros
riquitos, y ahora en
España el reversible
verbal y argumental sólo
lo tienen los sociatas,
forretas de poder y de
dinero. Reversibles
prodigiosos, que ríanse
ustedes de aquellos
textiles e ingleses del
matute gibraltareño.
Gracias al reversible
verbal del argumentario de
la jornada, cualquier
socialista, cada mañana,
cada día, cada hora, le da
la vuelta a una realidad,
a un argumento, a una
frase, a un hecho, a una
tragedia, a una mangoleta,
y es como si nunca hubiera
existido lo contrario ni
ellos fueran nunca
culpables de nada. Gracias
al reversible, el culpable
es siempre el PP. Mis
condiscípulos le daban la
vuelta al reversible
cuando salía el sol, y
parecía como si nunca
hubieran existido ni la
gabardina ni la lluvia.
Los sociatas le dan la
vuelta a la realidad en
cuanto sale el sol de su
responsabilidad, y parece
como si nunca tuvieran
nada que ver con nada. Son
unos artistas.
Disciplinadísimos. La
disciplina que nos imponía
en el colegio el padre
prefecto era una merienda
de negros (perdón, de
subsaharianos) al lado del
riguroso cumplimiento de
las consignas de estos
tíos caras, que ante la
más remota posibilidad de
petición de
responsabilidades sacan el
reversible. Me maravilla
cómo todos, absolutamente
todos, de ZP al último
concejal, cumplen a
rajatabla la consigna de
usar el reversible en cada
instante y de culpar al PP
hasta del cambio
climático.
Vieron lo del Ave, ¿no? El
pellejazo de la viga sobre
la vía, ¿no? Pues le faltó
tiempo a Magdalena Álvarez
para sacar el reversible,
darle la vuelta a la
realidad y por descontado
a cualquier atisbo de
responsabilidad, para
afirmar que la culpa era
de la Comunidad de Madrid.
O sea, del PP. Esta misma
Magdalena vino a mi pueblo
el otro día. Aquí, como en
tantas ciudades españolas,
sufrimos la enfermedad
matinal del
embotellamiento. Le
preguntaron a la ministra
responsable del Fomento
del Caos por los tapones
que se forman desde el
Aljarafe, ¿y saben qué
hizo? Lo de siempre: sacó
el reversible y con el
mayor cinismo le dio la
vuelta a la realidad y
dijo que de los
embotellamientos tiene la
culpa Aznar, por no haber
hecho más carreteras. Y se
quedó tan pancha. Y esa
copla es la que se le
queda a la gente,
deslumbrada por el
reversible como a mí me
maravillaban en el colegio
aquellas prendas
gibraltareñas. De todo lo
cual infiero que,
reversible en mano, dentro
de breves horas podremos
saber por fin la verdad
sobre la muerte de Idoia
Rodríguez Buján en
Afganistán. De la muerte
de nuestra soldado tuvo la
culpa el PP, que compró
esos blindados.