SI
las desgracias nunca vienen solas, las alegrías,
tampoco. Me llega el cartapacio que regala ABC
para ir coleccionando las láminas y cedés de
fotografías de su serie «Memoria Gráfica de
Sevilla», justo cuando en el Aula del periódico
Alvaro Ybarra me va a presentar esta tarde las
«Memorias de la Vieja Dama», recopilación de
artículos sobre la ciudad de servidor de
ustedes, los lectores.
Abro el álbum de
anillas de las láminas de ABC y de momento me
aparece un nombre de toda garantía. ¿Sevilla?
No, Sevilla no nos da ninguna garantía, Sevilla
lo que nos da son unos disgustos enormes. El
nombre garante de esta «Memoria Gráfica de
Sevilla» es el de Pablo Ferrand. Un apasionado
defensor de Sevilla, heredero de los berrinches
que se cogía el difunto Abel Infanzón (q.s.G.g.)
por los derribos del caserío tradicional y por
el cierre de los comercios de toda la vida.
Pablo Ferrand, defensor de oficio de Sevilla, es
como un filatélico coleccionista de imágenes y
sonidos de la ciudad. Los lectores de ABC ya han
recibido algunas de sus exquisiteces en la
recuperación de viejos discos de pizarra con
marchas, campanilleros o sevillanas de Feria o
de la romería de Quintillo, que Ferrand ha
pasado al terciopelo nuevo de un CD. Ahora
coordina este regalo (en todos los sentidos de
la palabra) de las viejas fotos del archivo de
ABC. En el que se anuncian textos y pies de
fotografías de otra cuadrilla de enamorados de
la ciudad: José María Aguilar, Juan José
Borrero, Víctor García-Rayo o Alberto García
Reyes. (Estoy deseandito ver la lámina de los
flamencos del Café Novedades con el pie que le
escriba García Reyes.)
Tengo sobre el
escritorio las primeras láminas entregadas y
pienso que, aparte del cartapacio de anillas
para coleccionarlas, ABC debería regalar
retractilada una caja de pañuelos. Pero una caja
de pañuelos grandecita, ¿eh? Porque ver estas
láminas es para hartarse de llorar. ¡Lo que se
ha destruido! ¡Lo que se sigue destruyendo! Como
Manolo Díez Crespo dijo de mí un día que entré
en Sevilla con San Fernando, me conozco como si
los hubiera visto todos estos escenarios urbanos
desaparecidos. Los soportales de la Plaza de San
Francisco, donde estaba la casa de socorro. La
Plaza de la Pescadería, antes de que hicieran el
costosísimo mamarracho arqueológico en curso. La
vieja Aduana a cuya verita nació otro que se
pegaba unas pechás de llorar importantes con
estas cosas y con la pérdida de los barbos en
adobo: El Pali. El Puente de San Telmo con toda
la huerta del convento de Los Remedios por
edificar, para ser presentada en un Congreso de
Urbanismo como ejemplo de lo que no se debe
hacer bajo ningún concepto. Y esa plaza de la
Alfalfa donde nació El Espartero, con esterones
de la espartería incluidos. La banda trianera de
la calle Betis con goletas y bergantines, como
en la habanera de la novia del embarcado que
canta María Dolores Pradera e inspiró «La piel
del tambor» a Pérez Reverte. El Altozano sin
capillita del Carmen y con los serones de lona
blanca de los panaderos de Alcalá. La calle San
Fernando cuando todavía pasaban cigarreras y
David Soto plantaba en un zaguán su puesto de
turrón para la Feria...
Y aquí es donde
viene lo del principio: las alegrías como
parejas de hecho. Estas láminas vienen a ser
como los retratos de esa Vieja Dama, Sevilla,
cuyas memorias le he escrito en una apasionada
recopilación de artículos. Lo guapa que ha
tenido que ser esta mujer, Sevilla, que todavía
conserva su belleza a pesar de los años y a
pesar de las perrerías que han hecho con ella
los sucesivos alcaldes, que la han chuleado, se
han aprovechado de ella y han dilapidado su
capital de hermosura. Mira que se ha destruido
de Sevilla... Bueno, pues no han podido con ella
ni dos Exposiciones en un mismo siglo, que ya es
decir, ni los terremotos, ni los promotores, ni
los arquitectos, ni los cursis, ni los horteras,
ni los nuevos ricos ni los Planes de Urbanismo.
Como una Vieja
Dama, Sevilla, estás hermosa en estos retratos
antiguos tuyos que Pablo Ferrand ha sacado de
una cómoda de caoba. Y en las cartas de amante
que ha buscado en un secreter un novio tuyo que
te escribe todos los días poemas de amor y
canciones desesperadas. «Perdona que te diga, al
verte así, tan guapa: por ti no pasa el tiempo,
nadie puede contigo.»