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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Memoria Gráfica de Sevilla

SI las desgracias nunca vienen solas, las alegrías, tampoco. Me llega el cartapacio que regala ABC para ir coleccionando las láminas y cedés de fotografías de su serie «Memoria Gráfica de Sevilla», justo cuando en el Aula del periódico Alvaro Ybarra me va a presentar esta tarde las «Memorias de la Vieja Dama», recopilación de artículos sobre la ciudad de servidor de ustedes, los lectores.
Abro el álbum de anillas de las láminas de ABC y de momento me aparece un nombre de toda garantía. ¿Sevilla? No, Sevilla no nos da ninguna garantía, Sevilla lo que nos da son unos disgustos enormes. El nombre garante de esta «Memoria Gráfica de Sevilla» es el de Pablo Ferrand. Un apasionado defensor de Sevilla, heredero de los berrinches que se cogía el difunto Abel Infanzón (q.s.G.g.) por los derribos del caserío tradicional y por el cierre de los comercios de toda la vida. Pablo Ferrand, defensor de oficio de Sevilla, es como un filatélico coleccionista de imágenes y sonidos de la ciudad. Los lectores de ABC ya han recibido algunas de sus exquisiteces en la recuperación de viejos discos de pizarra con marchas, campanilleros o sevillanas de Feria o de la romería de Quintillo, que Ferrand ha pasado al terciopelo nuevo de un CD. Ahora coordina este regalo (en todos los sentidos de la palabra) de las viejas fotos del archivo de ABC. En el que se anuncian textos y pies de fotografías de otra cuadrilla de enamorados de la ciudad: José María Aguilar, Juan José Borrero, Víctor García-Rayo o Alberto García Reyes. (Estoy deseandito ver la lámina de los flamencos del Café Novedades con el pie que le escriba García Reyes.)
Tengo sobre el escritorio las primeras láminas entregadas y pienso que, aparte del cartapacio de anillas para coleccionarlas, ABC debería regalar retractilada una caja de pañuelos. Pero una caja de pañuelos grandecita, ¿eh? Porque ver estas láminas es para hartarse de llorar. ¡Lo que se ha destruido! ¡Lo que se sigue destruyendo! Como Manolo Díez Crespo dijo de mí un día que entré en Sevilla con San Fernando, me conozco como si los hubiera visto todos estos escenarios urbanos desaparecidos. Los soportales de la Plaza de San Francisco, donde estaba la casa de socorro. La Plaza de la Pescadería, antes de que hicieran el costosísimo mamarracho arqueológico en curso. La vieja Aduana a cuya verita nació otro que se pegaba unas pechás de llorar importantes con estas cosas y con la pérdida de los barbos en adobo: El Pali. El Puente de San Telmo con toda la huerta del convento de Los Remedios por edificar, para ser presentada en un Congreso de Urbanismo como ejemplo de lo que no se debe hacer bajo ningún concepto. Y esa plaza de la Alfalfa donde nació El Espartero, con esterones de la espartería incluidos. La banda trianera de la calle Betis con goletas y bergantines, como en la habanera de la novia del embarcado que canta María Dolores Pradera e inspiró «La piel del tambor» a Pérez Reverte. El Altozano sin capillita del Carmen y con los serones de lona blanca de los panaderos de Alcalá. La calle San Fernando cuando todavía pasaban cigarreras y David Soto plantaba en un zaguán su puesto de turrón para la Feria...
Y aquí es donde viene lo del principio: las alegrías como parejas de hecho. Estas láminas vienen a ser como los retratos de esa Vieja Dama, Sevilla, cuyas memorias le he escrito en una apasionada recopilación de artículos. Lo guapa que ha tenido que ser esta mujer, Sevilla, que todavía conserva su belleza a pesar de los años y a pesar de las perrerías que han hecho con ella los sucesivos alcaldes, que la han chuleado, se han aprovechado de ella y han dilapidado su capital de hermosura. Mira que se ha destruido de Sevilla... Bueno, pues no han podido con ella ni dos Exposiciones en un mismo siglo, que ya es decir, ni los terremotos, ni los promotores, ni los arquitectos, ni los cursis, ni los horteras, ni los nuevos ricos ni los Planes de Urbanismo.
Como una Vieja Dama, Sevilla, estás hermosa en estos retratos antiguos tuyos que Pablo Ferrand ha sacado de una cómoda de caoba. Y en las cartas de amante que ha buscado en un secreter un novio tuyo que te escribe todos los días poemas de amor y canciones desesperadas. «Perdona que te diga, al verte así, tan guapa: por ti no pasa el tiempo, nadie puede contigo.»

 

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