PÓNGASE
una trasera de palio, ¡arriando esos zancos por
parejo!, repite el eco de la voz del capataz en el
terno negro del contraguía.
Pónganse las
interrogaciones de plata de dos candelabros de cola.
Póngase un manto con
una Grecia hecha de hojas de acanto salidas de las
agujas un taller juanmanuelino.
Póngase la vela de un
preste con capa pluvial.
Póngase una escalera.
Póngase la caña de un
apagavelas, con su reliado pabilo humeante y
cerúleo.
Póngase un cántaro de
agua y un jarrillo de lata.
Póngase, asomando por
un zanco de la trasera, levantado el faldón, una
camiseta sudorosa, la mano de un patero.
Póngase, con un peón
de refresco, un costal de arpillera y lona enrollado
sobre la morcilla, bajo un brazo tatuado por el
muelle de embarcados y vapores.
Póngase una pareja de
la Guardia Civil con armas a la funerala, porque
está el Señor muerto.
Póngase un olor a
flores que se van.
Póngase un tintineo de
bambalinas que se aleja.
Póngase un frío de
pies descalzos que vienen, con nazarenos que no
traen macho en el antifaz y que con una cruz al
hombro cargan, hermanos de luz de la promesa de
penitencia.
Póngase una noche.
Póngase un muro de
cal.
Póngase una ventana.
Póngase un balcón con
geranios.
Póngase un cielo, al
arbitrio del poeta, azul Carretería, azul Hiniesta,
azul Montserrat, azul Baratillo, azul Estrella.
Póngase una luna.
Póngase Sevilla.
Una vez puesto todo
cuanto se indica, sola vendrá una banda de palio,
con cornetas y tambores, pocos, los justos, por
delante, que el paseíllo parece que haciendo viene,
de acostumbrada que está a los otros silencios: los
silencios de la plaza de los toros junto al Silencio
de Dios en las plazas, plazoletas, calles y esquinas
de la ciudad.
Que en Sevilla se
puede oír el silencio.
Sevilla es el único
lugar del mundo donde puede oírse toda la escala
musical del silencio: doremí de un silencio de ruán
en las cofradías; fasolasol de un silencio de
muletas planchadas en el Arenal, que hasta los
vencejos que le quitaron las espinas al Señor bajan
a escucharlo.
Que sola, tras los
penitentes, tras el aguaor del cántaro, tras la
escalera, tras la caña, tras los servidores de la
hermandad con traje negro, medalla al pecho y
brazalete, vendrá la banda.
Quiero decir que
vendrán las estrellas y las aguas, las amarguras y
las penas, las soledades que nos dan la mano con el
pañuelo de encajes de una Virgen.
Y pasarán macarenas,
pasarán los campanilleros, pasará, ay, el tiempo
que, como la tarde y como el Hijo de la Piedad del
Baratillo, ha muerto en nuestros brazos.
Es una banda que suena
a Sevilla.
Es una banda que es
Sevilla.
Es una banda que viene
desde aquel silencio de la tarde en los barrios a
este Silencio de la noche en el centro.
Es una banda que
pasará luego de la cera al albero, de la columna en
llamas del escudo de las capas de merino a la
columna en silencio de un mármol alto de la Grada 9
del Arenal.
Por cómo sonando viene
de nuestra, de siempre, ya sabréis que es la Banda
de Tejera.
Por cómo va andando
ese palio con ella, sabréis ya que es la Banda de
Tejera.
Os lo dirá la
partitura que Sevilla le escribió para poder
encontrarla en la trasera de un paso de Virgen.
Y lo que esa partitura
no dice en su pentagrama, y yo lo proclamo, es que
el alma de esa Sevilla que suena, de esa banda de
albero en sombra y de cera ardiente, que el corazón
con marcha y pasodoble de Sevilla se llama y se
seguirá llamando Pepín Tristán. ¡Música, maestro!
Música de Sevilla, música de vencejos y de espadañas
para usted, y por muchos años, maestro Pepín Tristán!