Su
padre, Manuel Bermudo Barrera, había creado la
desaparecida Feria del Prado tal como llegó a sus
finales, hasta el traslado a Los Remedios.
Teniente de alcalde delegado de Ferias y Festejos,
ordenó los espacios del Prado de San Sebastián y
fue el impulsor de la Feria del Centenario. Las
fiestas de la Sevilla del 40 y del 50 no se
entienden sin Bermudo Barrera. Como tampoco se
comprende sin su esfuerzo, junto a Luis Ortiz
Muñoz, el engrandecimiento de la Hermandad de la
Amargura de la coronación. Y si el padre creó todo
eso, de lo que apenas queda ya memoria, el hijo,
Juan Bermudo de la Rosa, también hizo lo suyo por
Sevilla, y bien imperecedero. Aunque la memoria,
ay, de esta ciudad desagradecida sea otro cantar.
A restañar las heridas del tiempo en esa memoria
va dedicado este artículo, en la muerte del
querido doctor don Juan Bermudo de la Rosa. Un
sevillano sevillanísimo, de clavel en la solapa
por Feria y de capirote de nazareno en Semana
Santa. De la Plaza de la Alianza. Descendiente de
aquel Simón de la Rosa que hizo el monumental
libro sobre los seises.
El doctor Bermudo
aprendió en Cádiz su entonces raro oficio de
director de centros hospitalarios. Su escuela fue
el Zamacola, vulgo Residencia. Un Cádiz con
Carranza de alcalde, aún sin puente sobre la
bahía, con Fiestas Típicas por mayo, con Pepiño en
El Anteojo y con la gracia de siempre. Juan
Bermudo supo en Cádiz que dirigir un hospital es
hacer de médico, de funcionario, de director de
hotel, de gerente de empresa, de relaciones
públicas y hasta de fraile mendicante con los
barandas, entonces los jerarcas del Instituto
Nacional de Previsión. Para triunfar como triunfó,
Bermudo tenía a su favor dos grandes resortes: la
gracia de Cádiz y los manteles de Pepiño en El
Anteojo. Cuando hacía falta que Madrid se gastara
unos millones para poner de dulce la Residencia,
Bermudo cogía, se traía en el exprés al jerarca de
turno, se lo llevaba a El Anteojo, lo ponía morado
y oro, y, a los postres, Pepiño llamaba a Paco
Alba para que su comparsa le cantara unas cositas
a aquel tío que tenía que soltar la tela para la
convidá sanitaria de los gaditanos.
Juan Bermudo cortó
orejas hospitalarias en aquel Cádiz que todavía
tenía plaza de toros, y con esa estela de éxito
vino trasladado a Sevilla, a la Sevilla de sus
padres, como director de lo que todavía era Corea
para unos y El Morato para otros: la Residencia
del Seguro en Manuel Siurot. Donde hizo Juan
Bermudo una labor mucho más importante que en
Cádiz. Cambió los manteles de Pepiño por su caseta
familiar en la Feria y la gracia de la comparsa
por unas entraditas de toros a tiempo, pero siguió
trajinándose a medio Madrid ministerial para sacar
todo lo que Sevilla necesitaba hospitalariamente.
Que era ni más ni menos que su sueño: la Ciudad
Sanitaria Virgen del Rocío. Todo lo que existe
allí ahora, desde Manuel Siurot a la vía del tren,
lo creó Juan Bermudo. El sevillanísimo Juan
Bermudo se encontró sólo la Residencia García
Morato y le dejó hecho al SAS el conjunto que
ahora llaman Hospital Universitario. Fui testigo
como redactor raso de este ABC de muchas de sus
ilusionadas inauguraciones: el Centro Regional de
Rehabilitación y Traumatología, con la
colaboración de don Pedro Albert; el Centro de
Quemados, con el doctor Lazo Zbikowsky; el
Hospital Maternal, con el doctor Bedoya, innovador
de la Clínica de la Esperanza de las Cinco Llagas;
y el Hospital Infantil, con el doctor González
Meneses. ¿Hay quien dé más? Pues sí: la Escuela de
Enfermeras, que entonces tenía que cazarlas
Bermudo a lazo, porque no había en Sevilla; y la
Hermandad de Donantes de Sangre; y la
racionalización de la jerarquización de los
servicios y la introducción de los MIR...
Sí, ya sé: el SAS ha
ampliado, modernizado, potenciado, reformado todo
aquello, hasta el actual Hospital que dirige
Joseba Barroeta. Pero el que hizo realidad aquel
sueño de Ciudad Sanitaria fue nuestro querido Juan
Bermudo, a quien Sevilla le pagó con su moneda de
oro: nada, cero cartón del nueve, si te vi no me
acuerdo. Como una calle del Prado de San Sebastián
recuerda a su padre, aquel Manuel Bermudo Barrera
que engrandeció la Feria, una calle cercana a su
vieja Ciudad Sanitaria debería llevar para siempre
el nombre de este nuestro querido, muy sevillano,
muy gaditano doctor don Juan Bermudo de la Rosa.