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muy saludable que haya congresos de la lengua
española. No todos van a ser de protésicos dentales
o de administradores de fincas. ¿Pero por qué se los
llevan siempre a la América hispana? Antes en
Zacatecas, ahora en Cartagena de Indias. A naciones
que tienen a gala hablar la lengua española con una
sonoridad y riqueza de vocabulario que a los
andaluces, por cercanas, nos parecen lo que son:
como de la familia. Está García Márquez en Cartagena
de Indias con su traje blanco de hilo, que más que
al homenaje por «Cien años de soledad» parece que va
para ver torear esta tarde a Manolete. Y está en
Cartagena de Indias un Rey a quien al otro lado de
su mar del «Juan Sebastián Elcano» se le pone perfil
borbónico de los duros antiguos, de pelucón de oro:
«Hispaniarum et Indiarum Rex». Y están en Cartagena
de Indias las garitas de los baluartes, símbolos de
piedra de la pujanza y resistencia del español
hablado en San Juan de Puerto Rico, en Veracruz, en
La Habana, en Santiago, en Cádiz... o en Barcelona,
Bilbao o La Coruña. Los congresos de la Lengua
Española son como esas garitas de baluarte. Un
idioma universal, el tercero del mundo tras el chino
y el inglés, que, como esos baluartes resiste todos
los temporales y se asolera con los años.
Alertaban hace unos
años los filólogos sobre el peligro de fragmentación
lingüística del español: que nuestra lengua
estuviera a la misma altura de desintegración que el
latín cuando dio origen a las lenguas románicas. El
baluarte de los congresos se levanta para combatir
ese peligro de fragmentación y proclama la unidad de
la lengua con gramáticas y diccionarios. De modo que
no se corra el peligro de que un cartagenero de
España como Pérez Reverte u Ortega Cano llegue a no
entender el español que habla un cartagenero de
Colombia.
Pero ahí no está el
peligro. En mal sitio ponen las eras de los
congresos. Los celebran donde el castellano no sufre
la menor persecución ni está amenazado por otras
lenguas peninsulares usadas como armas de
destrucción masiva por los dictadores del
separatismo. En Colombia nadie es perseguido social
y políticamente por expresarse en español. En
España, en la vieja península ibérica de las Glosas
Emilianenses, es donde corre peligro la lengua
castellana. No riesgo de futura fragmentación
lingüística, sino peligro actual de persecución.
Para dar moral a los hispanoparlantes, estos
congresos se deberían celebrar en las regiones de
España donde hay que ser un héroe civil para
expresarse en castellano. Menos Zacatecas y menos
Cartagena de Indias, que donde hay que defender el
derecho y la libertad de hablar y escribir en lengua
castellana es en Cataluña, en las Vascongadas, en
Galicia. Ahí es donde hay que defender al
castellano.
En Cartagena de
Indias, oh maravilla, no multan a ningún comerciante
porque en la muestra de su establecimiento ponga
«Panadería», con todas sus letras, en la hermosa
lengua española. En Cartagena de Indias, oh
maravilla, los padres pueden libremente enviar a sus
hijos a unas escuelas públicas donde el Estado les
garantiza la enseñanza en lengua castellana. En
Cartegena de Indias, oh maravilla, los aspirantes a
funcionarios pueden firmar las oposiciones con el
solo dominio de la común lengua española. En
Cartagena de Indias, oh maravilla, no están los
periódicos ni los telediarios llenos de extraños
topónimos españoles escritos en otras lenguas que no
sean la castellana. En Cartagena de Indias, oh
maravilla, no le llaman a nadie «españolista de
mierda» por hablar y escribir en castellano. En
Cartagena de Indias, oh maravilla, no dicen Lleida,
Hondarribia o A Coruña, sino Lérida, Fuenterrabía y
La Coruña. Cartagena de Indias, oh maravilla, es aún
Cartagena y no Kartajena. Cómo será la cosa de
privilegiada, que Macondo sigue siendo Macondo y no
Makondo. Y son cartageneros, sin gentilicios
rechinantes en castellano, como kartagenarras. Así
que no sé qué falta hace proclamar la unidad y
gloria de la lengua española precisamente en
Cartagena de Indias. Aquí los querría yo ver. García
Márquez mismo, en Cataluña, sería un «españolista de
mierda». Y en Vascongadas, ni te cuento: allí habría
escrito su novela sobre «Makondo».