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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los posos del café de 80

NO sé si se recuerdan a la cubana Emiliana, la que cantaba Carlos Puebla: «Si no fuera por Emiliana/ nos quedaríamos con las ganas/ de tomar café». El programa televisivo del formato francés parece que lo presentaba Emiliana. No nos hemos quedado con las ganas de tomar café. Nos hemos hartado. A ZP le hicieron la pregunta clásica del cordobés:
-Rafaé, ¿quiés café?
Y en vez de responder: «No, gracias, generoso, que lo tomé en denantes», salió por peteneras con los 80 céntimos. ZP hizo una Alianza de Civilizaciones de a perra gorda, y un Proceso de Paz que no vale un duro, pero la rebaja a la realidad ha sido drástica. Y acto seguido se fue al Congreso de los Diputados, si no quieres café, dos tazas, a tomarse su cortado subvencionado. En la España de la agricultura subvencionada, del teatro subvencionado, del cine subvencionado, hasta los cafés de los padres de la patria están subvencionados. Con lo mal que le sienta el café a la Historia. El café le sube la tensión a España. Trae muy malos recuerdos. A estribor, los malos recuerdos de la II República y de la guerra civil: vamos, la memoria histórica del café. CAFÉ en mayúsculas era el acrónimo de los falangistas tras las elecciones ganadas por el Frente Popular. CAFÉ era «Camarada, Arriba Falange Española». Camaradas que hablaban de tú a todo el mundo, por cierto, como ZP a quienes le preguntaban en el programa de Emiliana, digo, del Mienmano de Mercedes Milá. Y «café», ojú, fue sinónimo de matarile, de asesinato de cuneta en la guerra civil. Cuentan que a García Lorca lo mataron porque consultada la autoridad, militar naturalmente, respondieron: «Que le den café».
Y a babor, en los más recientes años del autotitulado socialismo obrero y español, ni te cuento. El felipismo no cayó por el GAL, ni por la corrupción: cayó a causa del café. González perdió todo su poder y gloria cuando se supo que, en la Delegación del Gobierno en Sevilla, el Mienmano de Alfonso Guerra se dedicaba a dar cafelitos a los empresarios, y no precisamente a 80 céntimos el pelotazo. Al que le dieron café realmente con aquellos cafelitos fue al felipismo, a pesar de que era socialismo descafeinado.
Si no el médico, sus asesores electorales deben prohibir, pues, terminantemente el café a ZP. Todo su proyecto se ha quedado en una taza de café de 80. Yo ahora, haciendo la competencia ilícita a Rappel, miro los posos de ese café, e interpretando los dibujos que han hecho caprichosamente sus zurrapas en el fondo de la taza comprendo perfectamente lo que ocurrió en el programa de marras, por qué Zapatero quedó bastante peor que Cagancho en Almagro, y encima con una audiencia como de partido de La Roja. El bla,bla del chau,chau inocuo de su discurso-placebo antes solamente lo conocían los diputados de la oposición, los tertulianos y los columnistas. Ahora se ha enterado España entera de lo torpón que es.
No falló el formato a la francesa. Falló la elección de los cien preguntantes. No eran representativos de la España de ZP. Unos señores que se preocupan por la subida de las hipotecas, por el colegio de los niños, por la inseguridad del barrio, por la cantidad de inmigrantes que están entrando, por la depreciación galopante del billete de 50 euros, por la manga ancha con la ETA, por la rendición del Estado ante los asesinos y por las listas de espera en los hospitales no son la España de ZP. La muestra no era nada representativa. Esa es la España real, contante y cada vez menos sonante, la que desprecia ZP. Tenían que haber llevado a los suyos, a las minorías para las que gobierna. ZP hubiera triunfado si le hubiesen preguntado un homosexual que se ha casado con su novio, un titirimundi del «No a la guerra», un separatista catalán, un filoetarra, una feminista contentísima con la paridad, un ateo que ha quitado el crucifijo en la escuela, uno de la antiglobalización y el anti-Bush, un progre orgánico con carné y un empresario adicto al régimen, encantado de haberse conocido como agente social subvencionado. Pero ante la España real que no tiene ni para café, ZP hizo lo suyo de siempre: dar zapatetas al aire, como Don Quijote en Sierra Morena.

 

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