ES
luz de cuadro de Barrón que vuelve
cada Viernes
contigo al viejo barrio.
El mismo nombre de
su Luz pregona
tu Virgen de la
Antigua en este paso,
que es como un
galeón que va a La Habana,
(por eso cruza
cuando cae la noche
delante de la Casa
La Moneda,
la Sevilla a que
Cuba puso nombres
de toda la
grandeza que perdimos,)
Eres niño de nuevo
y ahora aprendes
cuatro reglas de
tiza y pizarrines,
a sumar
aritméticas solemnes:
diez son los
seises, cuatro las esquinas
de Jesús en su
cuna por las Pascuas,
y Tres Necesidades
de esta Virgen:
escaleras y sábana
y sepulcro.
Al Señor en su
Cruz dos escaleras
ya le presta la
voz de los tambores;
el sepulcro lo
pone el cielo triste
de esta tarde de
oficio de tinieblas;
y la sábana llega
en las esquinas,
de la cal que
amortaja al Cristo muerto,
Señor de la Salud
por Toneleros,
resucitando cada
primavera,
invicto de la
muerte por su barrio,
geranio que en
abril vuelve a la vida.
Llegan los
nazarenos por Pavía,
por Rodo, por
Malhara y Adriano,
por las calles del
barrio, tan desiertas.
Va a salir la
hermandad dentro de un rato,
túnica azul y cruz
de Santiago.
Los nazarenos por
la estrecha puerta.
agachan la cabeza,
repitiendo
como el eco de
antiguas cortesías:
Viernes Santo
lejano de unos palcos
de Alfonso Trece
con Victoria Eugenia,
inclinándose
azules capirotes
para pedir la
venia a un Rey de España,
almirante de rosas
en el Parque,
y a una Reina de
peina y de mantilla.
En la Acera del
Negro la cuadrilla.
recuerdos de
almacén de los Contreras,
de aquel manto que
ardió, de aquel dibujo:
García Ramos
pintando a las Antúnez,
preste de misa y
olla tras el paso,
monaguillos de
mueca y picardía.
La hermandad tan
romántica te evoca
Viejo barrio de
muelles y fragatas,
faluchos,
bergantines y goletas,
tinglados y
vapores de Sanlúcar
y de barcos que
llevan a Inglaterra
aceitunas,
naranjas de Sevilla,
la mermelada
amarga de Lord Wellington,
y donde los
correos antillanos
desembarcan sus
cantes de ida y vuelta
mientras de
Oriente, Compañía de Indias,
el mismo Mister
Pickmann en persona
trae pintores de
loza cartujana.
Recuerdos de Juan
Castro, de Montoto,
de Adolfo Cuéllar
con su manigueta.
Aquí está la
Sevilla más antigua:
flor de lis,
Montpensier, la Corte Chica,
la Infanta Luisa,
las Delicias Viejas,
que es San Telmo
el Versalles que protege
a esta humilde
capilla carretera,
donde la Virgen
reina en Soledades.
No está hoy sola
la Virgen en su palio,
que es Menor el
Dolor si la acompaña
en sus tramos la
Historia de Sevilla:
con su cirio va el
siglo Diecinueve.
En la tanda más
alta las marías
lloran rimas de
Bécquer hechas cera.
Las saetas
recuerdan madrigales
que acaba de
escribir Antonia Díaz.
Y en la calle La
Mar ya se incorpora
el alcalde García
de Vinuesa
secándose las
lágrimas de rabia
en la piedra
llorosa de este mármol
de la freiduría
centenaria.
Ni Cuba se perdió
ni Puerto Rico,
cuando en la tarde
antigua de este Viernes
Castelar en la
calle de su nombre
proclama: «Grande
es Dios porque le llaman
Cristo de la Salud
los carreteros».