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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Urgen más piedras llorosas

Con mucha sensibilidad, la Asociación de Vecinos Museo-Entorno ha denunciado la desaparición de la Piedra Llorosa. Recordarán su hermosa leyenda de libertades, en la ciudad del Vivan Las Caenas. La Piedra Llorosa está en el muro de San Laureano, al final de Alfonso XII, esquina a Los Humeros. Cuando empezaban las obras de restauración de aquel edificio, el 1 de agosto de 2005, llamamos la atención aquí sobre el mismo peligro que ahora advierten esos vecinos. Recordamos entonces la leyenda de la Piedra Llorosa, que repetimos ahora a modo de resumen de lo publicado:
«En 1857, reinado de Isabel II y gobierno de Narváez, primera guerra carlista, motines y cuartelazos, un grupo de jóvenes, utópicos liberales sevillanos, capitaneados por el coronel retirado Joaquín Serra y dirigidos por Cayetano Morales y por Manuel Caro decidieron alzarse en armas. Organizaron una partida fulastrona, que el 29 de junio se echó al monte camino de Ronda, cometiendo diversas tropelías en El Arahal y otros pueblos. En Benaoján los alcanzaron las tropas de los regimientos de Albuera y de Alcántara. Los utópicos sublevados apenas dispararon un tiro, mientras las tropas les hicieron 25 muertos en las primeras descargas, y prisioneros a todos los supervivientes. El lance costó el cargo al gobernador y al capitán general. Madrid envió con plenos poderes, civil y militar, a un duro comisionado de Narváez, don Manuel Lassala y Solera, quien sin que le temblara la mano mandó fusilar a los 82 detenidos, presos en el cuartel de San Laureano. El alcalde García de Vinuesa pidió en vano su indulto. Llegada la mañana del 11 de julio, fueron sacados de San Laureano y llevados a la Plaza de Armas del Campo de Marte para ser fusilados. La misma Sevilla novelera que acudía a la plaza de San Francisco a los autos de fe llenó las afueras de la Puerta de Triana para ver el fusilamiento. Sacerdotes y hermanos de la Caridad ayudaban a bien morir a los muchachos, que no acababan de creerse que aquellos soldados los fusilarían. Terrible Sevilla. Terrible España. En aquel espanto llegó el alcalde García de Vinuesa con dos alguaciles, en un último e inútil intento de salvarlos. Redoble de tambores. Suena la descarga del piquete de ejecución. Disparos de muerte. Y más horror: unas balas perdidas rebotan y matan a dos zagalones que han subido a un árbol a contemplar la macabra escena. García de Vinuesa, entonces, se fue hacia la Puerta Real. Desolado. Derrotado. En una esquina halló una piedra. Se sentó en ella. Todo un hombre, alcalde de la cruel ciudad, rompió en llanto. Sobre aquella piedra, García de Vinuesa lloró la muerte de aquellos sevillanos fusilados. Los alguaciles que lo acompañaban lo oyeron lamentarse una y otra vez, pañuelo en mano: "¡Pobre ciudad, pobre ciudad!"».
A raíz de la publicación de aquel artículo llamando la atención sobre la posible desaparición de la Piedra Llorosa, don Manuel Marchena, gerente de Urbanismo, tuvo el acierto de obligar al mantenimiento del sillar legendario en la rehabilitación de San Laureano. La Piedra Llorosa, pues, no ha desaparecido ni corre el menor peligro. Será conservada en su lugar, y con todos los honores, pues Urbanismo ya tiene dispuesto un mármol donde se explicará sun historia, a modo de recordación contra la pena de muerte, en un bello texto redactado por el profesor Manuel Grosso, recopilador de las leyendas sevillanas.
Pero ya que estamos con la Piedra Llorosa, las asociaciones de vecinos deberían pedir que el lacrimal sillar legendario no quedara sólo en la Puerta Real. Ya puestos, hay que llenar Sevilla de piedras llorosas, que falta hacen. Para que al contemplar todo lo que están perpetrando, podamos sentarnos en ellas a lo García de Vinuesa y pegarnos la pechá de llorar, diciendo: «¡Pobre ciudad, pobre ciudad!». Piedra Llorosa en la Encarnación, ante las setas, ¡pobre ciudad! Piedra Llorosa ante las farolas de La Pescadería, ¡pobre ciudad! Piedra Llorosa ante las catenarias de la Avenida, ¡pobre ciudad! Aunque bien pensado, esas piedras llorosas ya existen. Son los bancos de Ikea que han puesto en la Puerta Jerez. Son tantos porque hay bulla de sevillanos necesitados de sentarse allí a jartarse de llorar al contemplar lo que están haciendo con Sevilla, y sin que nadie abra la boca, ¡pobre ciudad, pobre ciudad!

 

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