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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Un Palmar de Troya progre

IBA a decir que el teatrillo de los titirimundis a lo divino de la parroquia de Entrevías es como lo de Garabandal, pero sin Pitita Ridruejo. Pero corrijo la dirección de tiro, tras comprobar los irrefrenables deseos que tienen los conjurados de la rosquilla de presentarse como la única Iglesia verdadera, ya que parecen dispuestos a excomulgar al Papa y a quitarle a Rouco el carné por puntos para conducir arzobispados. Más que Garabandal, aquello va de Palmar de Troya. Es un Palmar de Troya progre. ¿Qué tenía el difunto y apócrifo papa Clemente que no atesore el cura rojo Enrique de Castro? Enrique de Castro es el Clemente del Palmar de Entrevías. Aunque en el verdadero y esperpéntico Palmar de Troya por lo menos tenían un respeto por las cosas de Dios y de su Iglesia que en Vallecas brilla por su ausencia, ya que todo es mofa y escarnio de los símbolos más sagrados. Como los sayones que coronaron de espinas al Señor, pero con rosquillas y con mendrugos de pan. Y me imagino que la consagración de la Sangre de Cristo la harán con Don Simón de tetrabrick, que es más progre, como ustedes bien saben el Don Simón y el Bimbo es lo más evangélico que se despacha en especies eucarísticas.
Cuando apareció el valleinclanesco fenómeno del Palmar de Troya, con aquel obispo vietnamita que puso una cadena de montaje para la ordenación de sacerdotes, al instante fue tomado del único modo que se debía: a chufla. Carlos Cano cogió su guitarra y se puso a cantar: «Clemente, no te quedes con la gente». En El Palmar también se limpiaban en las cortinas de la liturgia y de los usos y costumbres de la Iglesia. Los curas palmarianos decían la misa en latín, se revestían con casullas de guitarra y con sotana y manteo, por el plan antiguo; exigían el velo a las mujeres, las separaban de los hombres en el interior del templo, ninguna hembra podía entrar con escote ni mangas cortas. No pararon hasta que proclamaron papa a Clemente y lo pasearon por allí en silla gestatoria. Al Papa de Roma lo ponían como no quieran dueñas, y al ordinario del lugar, ni te cuento.
Mutatis mutandis, pasando a la extrema izquierda lo que allí estaba a la extrema derecha de Dios, todo era más o menos en El Palmar de Troya lo mismo que en El Palmar de Entrevías. ¿No es lo mismo acaso volver al latín que tomar las cancioncillas de Mercedes Sosa o de Ana Belén como cantos gregorianos? No, es peor: es mayor burla de la religión. ¿No es lo mismo acaso decir la misa de espaldas al pueblo que consagrar rosquillas y mendrugos como el Cuerpo de Cristo? No, es peor: es mayor escarnio del respeto debido a las especies sacramentales. ¿No es lo mismo acaso usar la arcaica silla gestatoria, o la tiara, que decir misa con una chupa por casulla y unos vaqueros por alba? No, es peor: es una parodia cruel en el desprecio a los sagrados ornamentos.
Aquello era el Palmar de Troya y esto es el Palmar de la Tramoya de la progresía laicista que quiere acabar con la Iglesia. Progresía que, más papista que el Papa, condenaba todo lo referente al Palmar y a Clemente Domínguez, y que ahora, por el contrario, se convierte en itinerante beaterío que llena el beaterío rojo de Entrevías. En El Palmar se obraba el milagro de que veían a la Virgen y en Entrevías se obra el milagro de que ven comulgar a un caballero cristiano, ejemplo del catolicismo patrio, faro refulgente de la moral y las buenas costumbres como El Gran Wyoming. Los palmarianos rezaban por la conversión de Rusia y los vallecanos, sin orar ni un misterio del rosario, han conseguido algo más difícil: la conversión de El Gran Wyoming. Al Palmar llegaban autobuses llenos de beatas irlandesas y americanas. A Entrevías acude el equipo médico habitual del «No a la guerra». Lo que me extraña es que aún no hayan aportado ni Pilar Bardem ni Suso del Toro, con lo devotos que son. Vamos, que son de comunión diaria. Con mendrugo de pan, naturalmente.
No, miren ustedes: en el otro Palmar se respetaba mucho más la fe cristiana porque tenían lo que en Vallecas se ha perdido: el santo temor de Dios. En El Palmar canonizaron a Franco. Estos de un día a otro harán santo a Fidel, el colombroño correligionario de Enrique de Castro. Y excomulgarán a Rouco, claro.

 

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